Por Carlos Ernesto Alvarado Márquez.
En México hay una extraña forma de impartir justicia. Primero se encierra, luego se averigua. Si no fuera por la crueldad que implica, podría parecer el argumento de una comedia absurda. Pero en lugar de risas, deja familias rotas, vidas arruinadas y cárceles reventando de pobres diablos sin juicio.
Hoy tenemos más de 86 mil personas presas sin sentencia. Casi la mitad bajo esa joya jurídica llamada prisión preventiva oficiosa. Una figura que, aunque suena técnica y aburrida, en realidad es un infierno con nombre constitucional.
La lógica es brutal. Si te acusan de ciertos delitos, vas directo al bote. No importa si eres culpable o no. No importa si hay pruebas. No importa si el fiscal armó el expediente con recortes del TV Notas. El juez no tiene que pensar, ni sopesar, ni garantizar nada. Basta con que el delito esté en una lista cada vez más gorda del artículo 19 Constitucional. Porque ahora, hasta emitir una factura falsa puede llevarte tras las rejas como si fueras el mismísimo Al Capone, y ojo aquí no se defiende al delincuente, se defiende el debido proceso.
Esto no es justicia. Es castigo preventivo con toga y expediente.
Pero cuidado, que esto no afecta a los grandes capos del poder ni a los corruptos de cuello blanco. A ellos rara vez les aplican la prisión oficiosa (salvo que seas enemigo del Poder). Les gusta más el arresto domiciliario en su mansión, con campo de golf y chef vegano. La prisión preventiva es para los pobres, los prietos, los sin padrino ni abogado de apellido compuesto. Para quien vendió mota para pagar el gas o robó una bolsa de croquetas porque su hija ya no quería ver al perro flaco.
Y si además eres mujer, prepárate para la invisibilidad institucional. Casi la mitad están sin sentencia, muchas enfrentan penas desproporcionadas por delitos menores. Ser pobre y mujer es, en esta justicia de plastilina, doble pecado.
La Suprema Corte tenía en sus manos el momento perfecto para hacer historia. Tenía el proyecto. Tenía los votos. Tenía incluso una sentencia internacional que obligaba. ¿Y qué hizo? Nada.
Dijeron que no había tiempo. Que lo decida la nueva Corte, esa que fue elegida por el pueblo bueno y sabio, al ritmo de los acordeones. Imagine usted al juez del trending topicdictando prisión preventiva porque su community manager así lo sugirió.
Mientras tanto, la presidenta electa dice que quiere “orientación previa” para encarcelar sin que un juez estorbe. Es decir, que la justicia se subordine al poder político, como en los mejores tiempos del PRI, pero ahora con lenguaje inclusivo y emojis.
¿Y los ministros? Callan. Se despiden con discursos decorosos y selfies de toga, pero sin resolver lo urgente: que el castigo sin juicio es una barbarie constitucional. Como si defender la libertad les diera flojera, o prefirieran quedar bien con el Ejecutivo y no con la historia.
Porque esto no es un tecnicismo. Es la diferencia entre ser tratado como persona o como sospechoso permanente. Y sí, sospechoso eres tú también. Basta con estar en el lugar y momento equivocados, con la piel equivocada, sin un contacto que hable latín jurídico en el juzgado.
La prisión preventiva oficiosa es el espejo más sucio de nuestro sistema. Y mientras no se rompa, seguiremos castigando sin juicio y perdonando sin justicia.
Moraleja: En México no necesitas ser culpable para ir a prisión. Solo necesitas mala suerte y un Código Penal. Si la Corte no habló a tiempo, al menos que no nos obligue a callar a nosotros.
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