Por Juan Gómez
Director general de Pórtico Mx
El viejo sistema político mexicano está de regreso, no de la mano del PRI, sino de la autollamada 4T que el presidente Andrés Manuel López Obrador se ha empeñado en posicionar en el imaginario democrático nacional.
Los viejos ritos presidencialistas están más vivos que nunca. El actual mandatario, un ex priista que denostó los viejos esquemas de nominación de candidaturas de la dirigencia de su partido, el Revolucionario Institucional, hoy los revive.
El presidente López Obrador cumple este año, 33 de haber renunciado al tricolor para incorporarse al Frente Democrático Nacional, invitado por el entonces candidato presidencial, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, quien con Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, Rodolfo González Guevara, entre otros, habían salido en 1987 en demanda de una democratización en la designación del proceso de selección de su candidato a la presidencia de la República.
En el viejo sistema priista el presidente en turno designaba a su sucesor. Primero establecía un férreo control en la dirigencia nacional de su partido para que éste, previo acuerdo con los sectores (popular, campesino y obrero) y las “fuerzas vivas”, “destaparan” al que sería el candidato oficial a la presidencia que, dicho sea de paso, siempre era un integrante de su gabinete.
Las viejas reglas operaron así. El rito se llevó a cabo entre las intrigas palaciegas y los grupos al interior del PRI, que finalmente se “disciplinaban” para después irse a la “cargada de los búfalos” para rendirle obediencia ciega y pleitesía al candidato oficial.
No había oposición. De hecho, José López Portillo hizo campaña y recorrió el país como candidato solitario. No tuvo opositor. El sistema lo “legitimaba”, porque era el propio gobierno quien organizaba, financiaba y calificaba las elecciones.
La partidocracia la vivimos más de 70 años en el país, pero como bien dice el refrán popular, no hay mal que dure 100 años. Y la dictablanda llegó a su fin en el año 2000.
Fueron muchos años de lucha en la que varios demócratas participaron en distintos partidos, en la izquierda y en la derecha. Se ganaron algunas gubernaturas con la participación decidida de muchos ciudadanos, hombres y mujeres que estaban hartos de los excesos del poder.
Muchos perdieron la vida en esta lucha, otros el empleo y algunos se exiliaron por la persecución política. La represión contra opositores perduró muchos años y se tradujo en distintas acciones que fueron, desde la compra de voluntades hasta el destierro y la marginación.
Yo soy el destapador dijo el presidente en su natal Tabasco el pasado 12 de julio, y con ello, resucitó el viejo molde del tapadismo priista.
Bromeando frente a sus paisanos el tabasqueño afirmó estar tranquilo con la sucesión presidencial, porque todos tienen la posibilidad de llegar al cargo, porque “ya no hay tapados y yo soy el destapador”.
Jugando con el escenario que ya había prefigurado para nombrar al candidato que lo sucedería en el cargo, López Obrador deslizó que su “corcholata favorita va a ser la del pueblo”.
Tres días después el mandatario daba nombres: Claudia Sheinbaum, Jefa de Gobierno de la Ciudad de México; Marcelo Ebrard, Secretario de Relaciones Exteriores; Juan Ramón de la Fuente, embajador del gobierno mexicano ante la ONU; Tatiana Clouthier, seretaria de Economía y Rocío Nahle, secretaria de Energía y Esteban Moctezuma, embajador ante los Estados Unidos.
El mensaje es claro. El candidato morenista surgirá de su gabinete. No hay más.
Evidentemente el presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado de la República, Ricardo Monreal Ávila, fue marginado de la lista de “corcholatas”, pero reaccionó rápido y se metió de inmediato a la sucesión presidencial.
De primera vista, el presidente está candidateando a burócratas de la política, pero leales a su liderazgo. A excepción del canciller Marcelo Ebrard, el resto de las y los aspirantes tienen escasa experiencia política, aunque eso es lo de menos, en la visión lopezobradorista. Error.
¿Por qué el presidente adelanta la sucesión cuando va casi la mitad de su sexenio?
No es una ocurrencia. El presidente vio signos de avance en la designación de candidaturas en algunos estados que estuvieron fuera de su control, y decidió asumir el control personal.
Si el presidente no asume el control político, la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero y el ¿dirigente? nacional de Morena, Mario Delgado, no lo harán. No tienen oficio ni talento, mucho menos experiencia en el manejo de este tipo de escenarios.
¿Ante este escenario de vacíos quién se había adelantado en la sucesión?
¿Quién quedó fuera de la lista?
El escenario político cambió con el resultado electoral pasado y se complicó para la conducción de la sucesión presidencial.
La pérdida electoral de la Ciudad de México no solo molestó al Presidente sino que lo orilló a tomar el control político, aunque tenga que resucitar de la antidemocracia y autoritarismo, al “tapadismo”.
Al tiempo.