Juan Antonio Pérez
Si el alumno no supera al maestro,
mal maestro.
Jean Piaget (1896 – 1980)
El título de la presente colaboración toma en préstamo el título de una memorable pieza de la cantautora chilena Violeta Parra Sandoval (1917 – 1967), nacida en el seno de una familia de tradición artística, académica y política. Hija del maestro y guitarrista Nicanor Parra Alarcón (1887 – 1939), hermana del físico y poeta Nicanor Parra Sandoval (19214 – 2018), madre además de Isabel (1939 – ) y Ángel Parra (1943 – 2017), cantautores, y todos ellos folcloristas.
Violeta militó fervorosamente en el Partido Comunista Chileno y ejerció la docencia en la Universidad de Concepción, una de las instituciones de mayor tradición en ese país andino. Los movimientos estudiantiles le eran familiares y simpatizaba con muchos de los que le tocó vivir. Se cuenta de ella haber dicho “Uno debe decidir el momento de su muerte, yo decidiré el momento en que quiero morir”. Se suicidó de un disparo en la cabeza cuando apenas contaba con 49 años de edad. Su elogio de las revueltas estudiantiles parece un recuerdo obligado ante los recientes acontecimientos en los que la UAZ se ha visto envuelta.
Los estudiantes de la Universidad Autónoma de Zacatecas que pararon exigiendo, y logrando, la destitución del ex rector, así como la rescisión de su contrato con la institución, están siendo hostigados, violentados y calumniados. Ellos, con un componente mayormente femenino, elevaron su voz en la búsqueda de una Alma Mater a la que puedan identificar como su hogar, un lugar cálido y seguro para el libre ejercicio del pensamiento. Se antoja pertinente el lema de la institución que tuvo el honor de contar con Violeta en su planta académica: Por el desarrollo libre del espíritu.
Estos mismos jóvenes aceptaron la afectación de la que fueron víctimas, y haciendo gala de claridad política, entendieron el movimiento de los académicos como única forma de hacer visibles sus demandas y reivindicaciones. Ellos y sus familias apoyaron la huelga del SPAUAZ en todas las formas en las que les fue posible, sabiendo que maestros en mejores condiciones, son mejores maestros. En retribución, son ahora reprimidos por sus beneficiarios, ¡vaya ingratitud!
Ante la manifestación de nobleza de nuestros alumnos, no faltaron las retrógradas voces que los llamaron manipulados, olvidándose tal vez, de su propia juventud, o pero aún, posiblemente en memoria de ella. Se abona así a una institución en ruinas, desgarrada por la corrupción y la intolerancia
La UAZ que tenemos nace en 1977, cuando se vence la ambición de la oligarquía local por apropiarse de nuestra máxima casa de estudios. Desafortunadamente, la entonces llamada “Tendencia Democrática”, defensora de la autonomía, cede ante su propia heterogeneidad, dando lugar a una cada vez más extensa variedad de grupos políticos que, en algunos casos, reproducen las prácticas corruptas de la llamada “Alianza Universitaria”, representante del ala conservadora, acostumbrada al uso patrimonial y autoritario de la UAZ.
La Alianza Universitaria está de vuelta, se ha reproducido y multiplicado, y aquellos que fueron favorecidos por la mano generosa de la corrupción, se niegan ahora a ceder el dominio. No importa si de por medio hay delitos como la estafa maestra, niveles académicos en retroceso, acosos y otros delitos sexuales. Nada es relevante sino el control mismo.
La verdadera lucha apenas inicia, cuando se mantienen en el poder los ardorosos defensores de acosadores, delincuentes sexuales, extorsionadores y entreguistas. El camino es largo, pero si hay alguien que no está dispuesto a darse por vencido, debe ser un estudiante.
La obesa estructura administrativa se origina en una puerta de acceso que funciona, para decirlo en términos físicos, como un semiconductor: no tiene retroceso. Quien accede a las mieles de la burocracia universitaria considera una derrota regresar al aula, al cubículo o al laboratorio. Y en general, con sus honrosas excepciones, no hay quien se resigne. La burocracia universitaria es ya una mole informe, un tumor canceroso que amenaza de muerte a nuestra noble institución.
Los estudiantes lo saben, lo ven, lo advierten en cada peregrinaje por las sordas oficinas y los insensibles escritorios. Saben que algo anda mal cuando se tiene miedo de cuestionar, de opinar, ¡vaya! temor de comportarse como universitarios.
La juventud es particularmente sensible a las injusticias y las contradicciones que el mundo le ofrece, y conforme su formación intelectual progresa, entienden los orígenes de tales desajustes y emprenden la noble búsqueda de la justicia social. Los estudiantes saben, en la nobleza que les es propia, que la mejor forma de predecir el futuro es participar en su construcción. El desaparecido presidente chileno Salvador Allende (1908 – 1973), médico de profesión, solía expresarlo diciendo: ser joven y no ser revolucionario es una contradicción, hasta biológica.
Es innegable el papel de los estudiantes en el devenir histórico, desde los alumnos de Hipatia (355 – 415), guardiana del legado ptoloméico en la legendaria biblioteca de Alejandría. Defendieron el acervo y a su querida maestra del irracional y dogmático asedio del obispo Cirilo (370 – 444), y aunque nada pudieron hacer para evitar la violenta muerte de su mentora, fueron capaces de resguardar celosamente parte del tesoro cultural del que ella fue depositaria.
La Historia coloca la razón de la lado de los movimientos estudiantiles: la revolución francesa, la lucha por la República Española en sus dos períodos, las manifestaciones estudiantiles junto al pueblo en América y Europa de los años 60, la primavera de Praga, y recientemente, las muestras de valor civil de los estudiantes y las autoridades de Harvard y la UCLA frente a la ofensiva fascista de Trump.
Se ha elegido el 23 de mayo como el día del estudiante, en memoria de la represión que los estudiantes en huelga de la entonces Universidad Nacional de México sufrieron a manos de la policía en la plaza de Santo Domingo, en 1929, mientras exigían a la Secretaría de Educación otorgara la autonomía a su institución. El presidente Emilio Portes Gil (1890 – 1978) ordenó la represión, pero más adelante tuvo que ceder y la Universidad consiguió su autonomía el 10 de junio del mismo año. El entonces regente de la ciudad de México José Manuel Puig (1888 – 1939), en reconocimiento, declaró el 23 de mayo como el día del estudiante.
El reciente 10 de junio trae a la memoria el halconazo del jueves de corpus de 1971, en el que un grupo de estudiantes capitalinos que apoyaban un movimiento también estudiantil de Nuevo León, fueron brutalmente masacrados.
Los estudiantes, en su pureza juvenil, son el verdadero y auténtico motor del cambio, un imán de justicia, el mejor amigo de la paz. ¡Que vivan los estudiantes!