Por Francisco Esparza A.
Existen muertes tan lejanas que hoy las sentimos tan cerca y nos atrevemos a pensar que hasta la propia muerte debería respetar a los jóvenes.
Hoy carecemos de la palabra puntual para ofrecer un consuelo que no termina de llegar a quien más lo necesita, un consuelo que se espera pero que a cada momento se ve más lejos.
Era el amanecer del 7 de diciembre, también era la rutina de un joven emprendedor que dedico sus años de academia a la Química, profesión que abrazaba y que le permitía cumplir laboralmente para subsistir y tal vez más adelante para continuar con su preparación científica. Aquel sábado no fue un día cualquiera, el temor invadió la atmosfera, ese recelo con el que vivimos los zacatecanos que pensamos que algún día los hechos violentos nos pueden alcanzar con una bala, una amenaza, un levantamiento, una extorción, un pleito o un secuestro.
Él, seguramente como muchos niños, jóvenes o adultos tenía sus sueños, sus metas. Seguramente tenía las aspiraciones de crecer y crecer, él no se conformó nunca con una beca, él se ganaba el sustento día con día, con esfuerzo, con sacrificio.
Aquella alborada del sábado 7 de diciembre mientras pudo haber gozado el amanecer zacatecano, indudablemente también sintió el miedo, el pánico, la impotencia lo invadió cuando fue detenido por hasta ahora extraños que llevaban la intención de secuestrarlo, lo habían calculado y todo salió de acuerdo a lo ideado.
El hecho se consumó y pronto su familia lo sintió, lo supo. Las redes sociales dieron cuenta del suceso mientras que la familia desesperada intentaba poner una denuncia. Lo lograron muchas horas después porque así lo decreta la burocracia y la apatía de la justicia en estos y otros casos, se perdió tiempo valioso.
La Fiscalía se justifica, las autoridades buscan la excusa y la familia y cientos de zacatecanos comienzan la presión social contra Funcionarios e Instituciones que hacen caso omiso.
Las horas pasan y aunque el tiempo es el mismo, su caminar es más lento por la incertidumbre, por el temor que significa esperar la noticia mala que nunca quieres que llegue o la noticia buena que anhelas con toda el alma.
Las horas de la mañana, los primeros y temerosos rayos de sol que se abren paso ante las pequeñas nubosidades, fueron testigos mudos del secuestro de un joven que aspiraba ser un gran profesionista, que seguía el ejemplo de su Padre y escuchaba los consejos de su Madre. Un joven que comenzaba a vivir, que compartía los tiempos de estudio con el trabajo y con la atención al prójimo, Su pasión era servir.
Llego la incredulidad en la familia, el impacto social, los rumores, los apoyos, la solidaridad y una sociedad consternada. Hay enojo en cada uno de nosotros, tanto enojo como impotencia. Buscamos culpables, buscamos respuestas, pero solo encontramos el eco de nuestras propias cuestiones.
Ya estamos acostumbrados a recibir la muerte sin justicia y peor aún, le ponemos apelativos: Impunidad y Complicidad. Hay irritación cuando mueren nuestros jóvenes, nuestros niños, nuestros viejos. La excitación crece, pero no pasa de ahí, la sociedad sigue bajo control.
Buscamos culpables porque existen, buscamos castigo porque lo merecen, buscamos justicia porque la necesitamos para creer.
Queda el consuelo, un mal consuelo de que encontraron su cuerpo y ya no vivirán la incertidumbre que vivieron unos días y que otros viven y viven sin encontrar respuesta aún.
Hoy las lágrimas recorrerán los canalillos del tiempo en los rostros de los dolientes, sus cuerpos envejecen rápidamente, su alma también.
Las autoridades todas intentan justificar su quehacer, su credibilidad es poca.
La apatía, la burocracia, la ineptitud…quedaron de manifiesto.
Llegó la noticia que nadie quería escuchar. Encontraron sin vida al joven Luis Alberto Espinosa Acuña y justo en ese momento, ¡oh, gran ironía!, el Gobernador del Estado lanza un video presumiendo su estancia en el puerto de Acapulco asistiendo a una reunión por la Paz de México, una reunión en la que fue a presumir los buenos resultados que se tienen en Zacatecas, ¡Vaya contradicción!, una de esas que transita entre el dolor y la burla.
El dolor, esa extraña e inexplicable sensación de perder un hijo, es una muerte sin nombre ni apellido, es un dolor que no se va, que no se esfuma con los años, que permanece en el día a día y que te obliga a aprender a vivir con él.
Descanse en paz Luis Alberto Espinosa Acuña.
Nuestros respetos a la familia Espinosa Acuña.
Francisco Esparza A. 12 de diciembre del 2024.