@Carlos Alvarado
Delegado en Zacatecas del Sindicato Nacional de Renovación al Servicio de los Trabajadores del PJF
Dos mil años después, el juicio más infame de la historia sigue más vivo que nunca. Cambiaron los nombres, los cargos, el idioma… pero el teatro judicial es el mismo. A Jesús lo juzgaron de noche, en secreto, con testigos comprados, sin defensor y con una sentencia escrita antes del juicio. Suena familiar, ¿no?
Ignacio Burgoa, que no era teólogo pero sí jurista con agallas, lo escribió con toda claridad en El Proceso de Cristo: ese juicio fue ilegal bajo el Derecho Hebreo y el Derecho Romano. Un desastre procesal. Una obra mal montada con toga y poder. Lo que hoy sería un caso típico de “ya tenemos al culpable, solo falta el juicio”.
Primero lo condenó el Sanedrín, por hereje. Después lo entregó Pilato, por cobarde. Uno buscaba silenciar la verdad. El otro evitar problemas con el alto mando. Resultado: crucifixión legalmente decorada. Y la justicia… bien, gracias.
Hoy no usamos sandalias ni túnicas, pero seguimos viendo la misma fórmula. Fanáticos con poder + políticos sin columna vertebral = justicia con clavos. El acusado ya no se llama Jesús. Hoy se llama Pedro, María, Guadalupe, cualquier persona que pisa un juzgado buscando justicia y sale con una copia de sentencia… y un nudo en la garganta.
Pero aquí no termina la historia.
Ahora nos proponen “mejorar” la justicia a través del voto.
Y no está mal votar. Lo que está mal es votar por el primo del diputado, la amiga del gobernador o el licenciado que nunca ha dictado una sentencia pero sí organizó tres campañas.
Nos dicen que así el pueblo tendrá el poder de elegir a sus jueces.
Sí… como si al ponerle confeti a una bomba, dejara de explotar.
Porque no es lo mismo elegir que legitimar a un improvisado con padrino político.
¿De verdad vamos a entregar la justicia a quienes ven una sentencia o una toga como trampolín electoral?
¿A candidatos que no conocen ni el artículo 14 constitucional, pero sí la playlist del líder de su partido?
El problema no es el voto.
El problema es el disfraz: nos quieren vender como democracia lo que en realidad es dedazo con palomita ciudadana.
Mientras tanto, el juicio de Cristo sigue…
Solo que ahora no lo preside Caifás ni Pilato.
Ahora lo protagonizamos nosotros: los que no encontramos justicia, los que vemos sentencias al vapor, los que sabemos que hay procesos donde ya no se busca la verdad, sino al culpable útil.
Hoy, en esta Semana Santa, no se trata de mirar al pasado, sino de reconocer que el proceso no ha terminado. Cada juicio sin defensa, cada juzgador sin experiencia, cada sentencia dictada por consigna… es una nueva cruz.
Y sí, vamos a votar.
Pero, votemos por quienes conocen la ley, no solo al político en turno.
Votemos por quien estudió Derecho y además hizo méritos, no por quien estudió cómo caerle bien al poder.
Porque si vamos a elegir jueces, al menos elijamos a los que sepan juzgar… no a los que sepan obedecer.