Por Miguel Moctezuma
Un vacío fue la primera sensación emocional que sentí cuando la prensa local informó del cumplimiento de la orden de aprehensión del Rector en turno por la acusación de violación sexual de una menor de cuatro años. No era cosa menor, pues se trataba de la máxima representación de la universidad zacatecana.
Han circulado varios comentarios señalando que su tolerancia por las autoridades en la universidad manda una mala señal a la sociedad; eso es verdad, pero, lo que no se ha reflexionado es el significado interno de la práctica y la retórica de su defensa para los universitarios. No actuar internamente en la UAZ contra los excesos éticos y de poder implica demostrar que los miembros de los grupos políticos son intocables, y que todo esfuerzo contra ese proceder resulta inútil pues el mismo Estado lo tolera. Eso se ha transformado en una frustración generalizada que finalmente termina por imponerse como inevitable.
En este momento observo con profunda preocupación que hay amenazas directas y generalizadas que vienen de gente aparentemente honorable, no puedo asimilar que haya mujeres universitarias forjadas en el quehacer científico defendiendo esta atrocidad, incluso, académicas que adoptan en la Internet una falsa identidad para defender lo inaudito. Tampoco entiendo a familiares alegando que conocen a quienes aducen que se declaró responsable de abuso sexual, pero, que en realidad es inocente, y, a varones elaborando videos calumniosos a través de la Inteligencia artificial amenazando a docentes mujeres que se han atrevido a levantar la voz, como las doctoras: Jenny González, Silvana Figueroa y Mónica Chávez. No se trata de comentarios dispersos, sino de una red organizada que pretende imponer su voz así sea imponiendo grotescamente las prácticas del terror. Quienes a través del anonimato promueven esas campañas de persecución y terror son gente que no es feliz, que no está satisfecha con la vida; en realidad, se trata de delitos promovidos a través de la informática, cuyos autores intelectuales están agazapados.
Mientras los y las estudiantes se atrevieron a exhibir todo tipo de acoso incluyendo el acoso sexual y piden la expulsión y la rescisión laboral del sujeto confeso, la mayoría de los docentes están pasivos y atados a los grupos políticos de siempre. Este comportamiento es el mismo en el caso de nuestras colegas que viven la calumnia y la persecución. Por supuesto, existe una estructura de poder y sumisión a esos grupos, lo cual abarca a sus satélites, como en el caso de la Unidad Académica de Derecho que a su comunidad no le permite ni respirar con libertad. Reconozco que no es fácil romper con las relaciones de sumisión y dependencia cuando éstas se cimentan en las relaciones de poder, pero, esa ruptura es necesaria como un acto de libertad y de superación personal. Nada puede ser más frustrante que tener miedo a denunciar e incluso miedo a tomar distancia cuando nuestra dignidad es puesta en duda. Lo más inconcebible es que paralelamente a las relaciones de sumisión y dependencia a los líderes de los grupos políticos haya una estructura burocráticas en cada centro universitario que a nivel del conocimiento impone un sistema de pensamiento único, cuando se supone que el conocimiento debe ser liberador, cuyo desarrollo implica promover la duda y el cuestionamiento.