ENTRESEMANA
El optimista de Palacio
MOISÉS SÁNCHEZ LIMON
¡Únete a los optimistas!, rezaba un promocional que invitaba a sumarse a un grupo de ciudadanos a quienes la vida les sonreía por encima de cualquier pesimismo. ¡Chévere!
Y en Palacio Nacional tenemos a un soberano optimista soberano, a quien le vale queso que a las señoras no les alcance el gasto y que los asalariados vean que el incremento de 22% al salario mínimo se diluya.
Él tiene otros datos, otra realidad, su austeridad transita en el espacio de la fantasía de quien sabe de la miseria y de la pobreza de su fuente de votos, de los miserables que estiran la mano para recibir la dádiva mas no el incentivo para trabajar y ganarse la vida.
¿La doctora cónyuge del Duce va al súper mercado, ya no digamos el tianguis y le platica de cómo se ha encarecido la canasta básica?
¿Sabe Andrés Manuel I cuánto cuesta un tamal de chipilín? ¿Se lo diría la doctora Gutiérrez Müller que le grababa el momento en que le echó diente a los tamales? Bueno, bueno.
Estará usted de acuerdo en que no se requiere ser economista ni experto en estos menesteres ni estar al día con el informe del Banco de México, menos con el comportamiento de la economía a partir de los reportes del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, para saber que a la economía familiar se la está llevando la tía de las muchachas.
En ese ánimo viene como anillo al dedo –su Alteza dixit— mira Bartola, ahí te dejo 172.87 pesos… pagas la renta, el teléfono y la luz. ¿De Palacio, señor presidente con su aumento al salario mínimo profesional?
Qué opinarán en la zona libre de la frontera norte, donde a partir del mes pasado el salario mínimo se incrementó de 213.29 pesos a 260.34 pesos diarios, superior a los 172.87 pesos registrados en el resto del país, es decir, 22% aprobado por la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos, esa entelequia que Su Alteza Serenísima amagó con desaparecer mas todo indica que sirve a su interés y no ha vuelto a tocar el tema.
Y es que, a estas alturas del sexenio, es evidente que al licenciado presidente no le salen las cuentas y va de tropiezo en tropiezo, aunque el factor de “los otros datos” lo pone a salvo y evita preguntas incómodas, que es un decir porque la barra mercenaria no se atreve a cuestionarlo, ¡válgame Dios!
Además, el dicharachero y soñador con la gubernatura de Guanajuato, aunque hace poquito e ganaron la alcaldía de León, es decir, el doctor Pancho Ricardo Sheffield Padilla, procurador Federal del Consumidor, le endulza el oído con la mentira de que no hay precio en los combustibles, amén de fanfarronear con aquello de que la canasta básica está baratísima en las centrales de abasto, como si todas las amas y amos de casa tuvieran tiempo y recursos para ir de compras a esos lugares. En fin-
Así que tanto el procurador Sheffield Padilla y Su Alteza Serenísima Andrés Manuel I son candidatos permanentes a ocupar el primer sitio en es vacilada que conduce la bachiller Ana Elizabeth García Vilchis, Quién es quién en las mentiras de la semana.
Mienten como respiran…
Así, el licenciado presidente apareció en la mañanera como el contumaz sabelotodo que miente y los fanáticos le creen a pie juntillas, porque es experto en historia patria, politólogo, literato y economista con datos propios.
Felipe Fierro, me dicen que es reportero, insistió en una pregunta al Duce en la mañanera de media semana.
–Pero sobre crecimiento, señor presidente, ¿estamos en recesión o no?
–No, no, porque se creció cinco por ciento. Dos trimestres abajo porque íbamos creciendo y se nos vino lo de la nueva variante; sin embargo, el crecimiento del año pasado fue cinco por ciento.
Y no sólo debe verse el dato del crecimiento. Primero, porque un gobierno como el nuestro tiene que pensar en el crecimiento, pero también en el bienestar, porque cuando se habla de crecimiento es acumulación de riqueza, pero no necesariamente distribución de riqueza. Es más dinero, pero ¿en beneficio de quién?—respondió el licenciado presidente.
—Inclusive usted comentó una vez que iba a haber un estudio para establecer las variables que deberían de tener el bienestar más que el crecimiento ¿no?—le refirió Fierro.
—Sí, sí, sí, se está trabajando en eso—atendió Andrés Manuel I, aunque el tema ya es viejo en lo que va del sexenio.
Aun así, refirió que “ya también cambiar en ese enfoque tecnocrático que no tiene que ver necesariamente con el bienestar de la gente, con el bienestar del pueblo”. O sea.
Y puso por delante su sapiencia por encima de la cabrona realidad que insulta al sentido común en los puestos de verduras y expendios de carnes. “En el caso del crecimiento a secas, debe de considerarse que la economía está creciendo. No puede haber recesión si en el mes de enero, este mes, es uno de los meses en el que se creó más empleo en los últimos 20 años. ¿Cuál recesión?” ¿Cuál recesión, licenciado presidente?
Y luego se fue a la historia como referente de que no nos está llevando la tía de las muchachas. Lea usted:
“Entonces, no necesariamente más crecimiento es bienestar, pues aquí… ¿Saben que, en el 94 (¡en 1994!), según la revista Forbes, que publica la lista de los hombres más ricos del mundo, en este año México ocupaba el cuarto lugar en multimillonarios?
“Entones, ahora —para los adversarios y es un buen tema de discusión— puede ser que por el COVID tengamos menos crecimiento, pero hay más igualdad, ahora le está llegando más a los pobres que antes, estamos viviendo en un país menos desigual que cuando se aplicaba la política neoliberal, pero además también estamos creciendo”, presumió el Duce.
¿Entonces, entonces?
—¿Cuál es su perspectiva para este año?—preguntó Fierro a Su Alteza Serenísima, quien sin pensarlo disparó desde su pecho que no es bodega:
“¡Cinco por ciento, para que se enojen, porque los expertos y los especialistas nos están dando cuando mucho 2.5, y yo planteo cinco!
—¿Y en qué lo fundamenta?—preguntó Fierro.
—Tengo información y además soy optimista, quiero que nos vaya bien. Imagínense, ¿un gobernante pesimista?, no. Cinco, y de una vez les digo, cinco para el 23 y cinco para el 24, y mi ideal es que a pesar de la pandemia obtengamos en el sexenio, en promedio anual, más del dos por ciento—sostuvo el licenciado López Obrador.
Y se curó en salud:
“Ahora van a decir los expertos: ‘No, ya lo perdimos’, pero yo voy a seguir trabajando por el bien de México, por el crecimiento económico, por el desarrollo y por el bienestar del pueblo”.
Pero, en efecto, ya lo perdimos, aunque basa su optimismo “en la creación de empleos de 120 mil, 140 mil trabajadores aproximadamente”.
En serio, ríase si quiere. Lo dice Andrés el optimista que, sin duda, igual que la doctora, no sabe cuánto se paga de luz, agua, internet, gas y todos los etcéteras que requiere su Palacio, o lo que cobra la lavandería y la tintorería y el bolero. ¿O la doctora y el licenciado presidente echan la ropa a la lavadora y planchan vestidos, blusas y camisas?
¡Vaya con el optimista!
Por cierto, ya quisiera el suertudo José Ramón López Beltrán que su padre lo defendiera como lo hizo con el doctor Hugo López-Gatell. Le comparto lo dicho por Su Alteza Serenísima.
“La agarraron contra Hugo porque pues él es el que nos ayudó. Imagínense si no tenemos a un experto, pero además con la capacidad intelectual y expositiva de Hugo; nos acaban. Porque puede haber hasta mejores, los hay en el gobierno, científicos, especialistas, pero ¿cómo explican?, y en una pandemia, que tiene que ver con todos, lo fundamental es la comunicación.
“Entonces, la molestia de nuestros adversarios es que querían agarrar un pollito y les salió gallo, para explicarlo pues, así, de manera coloquial”. No, pues sí, con ese respaldo el gallo tiene grado de avestruz. Canijo optimismo que todo lo cura y oculta. ¿Cien pesos por un kilo de limones? ¿25 pesos el litro de gasolina roja? ¡Mienten!, el optimista de Palacio tiene otros datos. Conste.