El propósito de la educación es mostrar a la gente
como pensar por ellos mismos.
El otro concepto de la educación
es adoctrinamiento.
La Universidad Autónoma de Zacatecas, como toda institución pública de educación superior tiene una responsabilidad social ineludible, un compromiso con la Historia. En la concepción de quien esto escribe, la UAZ se encuentra en una coyuntura que puede llevarla a figurar en el escenario universitario nacional y a convertirse en un motor de liberación de nuestra gente, respecto de los intereses colonialistas presentes siempre en las grandes potencias. En esta misma óptica, y aunque es obvio que mucho más hay que hacer, debe reconocerse que, tímidos pero significativos pasos se han dado en esa luminosa dirección.
El conocimiento es poder y conduce al saber, por ello, la universidad está destinada a pasar de guardiana a distribuidora de conocimiento, cultura y consciencia. Para el efecto, su vida política interna debe ser sana, ética y transparente; no hay otra forma de proponer la civilidad como modelo de convivencia y retroalimentación.
La rudeza política obedece a intereses ajenos al espíritu universitario. El joven Bartoz Milewski (“Category theory for programmers”, 1919) señala en relación con la calidad matemática de un programa informático “testing is a poor substitute for proof”, que extrapolado al quehacer político puede leerse como “el oprobio es un pobre sustituto de la argumentación”, o más directamente “el insulto llena el espacio que deja la inteligencia”. Y esa es, a no dudar, el arma favorita de quien apuesta por el conflicto antes que por la conciliación y la confrontación civilizada de las ideas.
El arsenal se completa con el bulo, la calumnia, el argumento ad hominem, la provocación como herramienta para la autovictimización, el terrorismo procesal (lawfare) y cualquier otro recurso que reduzca a cenizas toda forma de ética política. Por medio de esta forma de intervención en la universidad bajo el principio “divide y vencerás” de Nicolás Maquiavelo (1469 – 1527), la élite política local solo imita burdamente la ya de por sí primitiva estrategia del poder económico mundial, al hacerse del indignante entreguismo interno de aquellas naciones con apetitosos recursos naturales. La analogía es evidente.
Bajo estas condiciones, hasta la militancia política es una mercancía que se trueca por retazos de espacio laboral y/o basificaciones, en lo local, y somos todos testigos de los que ocurre en el panorama nacional. Quienes apostamos por la identidad universitaria como elemento de unidad en la diversidad, vemos el deterioro institucional como cómplice, involuntario quizá, de la dominación colonialista orquestada por los grandes capitales.
El neoliberalismo es brutalmente atávico para los pueblos, bajo la perspectiva de que todo satisfactor es mercancía, y es por ello sujeto a las leyes del mercado, cuyo control, según esta concepción de la Economía, debe caer lo más lejos posible del Estado, para ser manejado en su totalidad por particulares. En resumen: los dueños del capital son también los propietarios del Planeta.
Lo “liberal” del neoliberalismo consiste en permitir a los mercados sojuzgar a las mayorías, a través del control de la salud, la energía, el agua, la alimentación, la educación y otros satisfactores, que bajo una consideración más social constituyen derechos humanos irrenunciables.
El control de la información, otro de los derechos humanos fundamentales, es vital para ejercer la manipulación, lo que tiene lugar a través del manejo discrecional de los medios masivos de comunicación, que transformando la noticia en mercancía, hacen del periodismo no más que un ejercicio propagandístico. La mercadotecnia es la clave, se filtra como el agua, en cada fisura de la actividad política, haciendo de la fama el éxito, manufacturada siempre a medida y solicitud del cliente. Así, el capital se hace también del manejo político de las naciones.
La ciencia, el conocimiento, la cultura y el deporte no escapan a esta visión, y es aquí donde el papel de las universidades, particularmente las públicas, juegan un papel determinante, ya sea en la promoción de las libertades sociales o en la fabricación de los clavos que cierren el ataúd de la democracia.
El capital espera de las instituciones educativas la formación de mano de obra calificada y lumpenizada, en el sentido marxista de aniquilación de la conciencia de clase. El espejismo que hace creer al asalariado que el lugar de su empleador es alcanzable siempre que se ajuste lo suficientemente a la reglas del mercado, hace del proletariado intelectual un aliado semejante al perro fiel que resguarda el palacio mientras duerme en la puerta, a la intemperie. Se premia la obediencia con ilusiones y migas de poder, en el que viajes a la playa, periplos por Europa y autos de modelo reciente se presentan, falsamente, como la puerta de acceso al mundo del gran capital.
Los modelos educativos “por competencias” no son sino reproductores de la docilidad lumpenizante que los capitales transnacionales indican como ruta de acceso al mercado laboral. El análisis histórico, la reflexión filosófica, la apreciación de la calidad artística, la capacidad crítica en materia política son elementos de la formación universitaria que no caben en la lógica neoliberal, puesto que le resultan más bien incómodos.
Así, el científico universitario pasa a ser, de acuerdo con Noam Chomsky (“Chomsky on mis-education”, 2004) no más que un eficaz fabricante y mercader de “papers” de medio pelo, sin una clara idea del entorno social, de su lugar y misión en la Historia, y dejando la ciencia de punta como privilegio de las universidades en las grandes potencias. Los gobiernos contribuyen al destinar recursos al trabajo científico a cuenta gotas y bajo la condición de que los resultados se ajusten a la “realidad nacional”, lo que en la práctica es la resignación a la mediocridad, siempre que se robustezcan los “indicadores”.
La universidad pública puede, y debe, destinar sus esfuerzos a romper esas cadenas, a transgredir el círculo vicioso en el que se convierte en secuaz de la avidez neoliberal. El impulso a la capacidad crítica mediante cotidianos ejercicios de análisis, el impulso de la creatividad por encima del aprendizaje de “competencias” pragmáticas, la divulgación de la Ciencia, la difusión de la cultura y la enseñanza del arte, el impulso del deporte como físico alimento del espíritu; todas ellas, herramientas al alcance de nuestra Alma Mater.
La calidad académica es la clave y ella es enemiga declarada del clientelismo. La UAZ tiene un potencial que no se ha explotado a suficiencia: se ha logrado la detección de civilizaciones previas a la tolteca presentes en nuestro territorio, se han identificado especies desconocidas animales y vegetales, hemos sido pioneros en el estudio de la placa dentobacteriana, se han patentado medio centenar de variedades aclimatadas de frijol, somos una de las cuatro instituciones con un centro de estudios nucleares, tenemos premios nacionales de poesía y novela, músicos y artistas plásticos reconocidos, hemos campeones mundiales en halterofilia y nacionales en atletismo, taekwondo, judo y karate.
El espacio es breve para continuar con la lista, pero lo descrito es argumento suficiente para proponer una reforma universitaria que oriente los esfuerzos en la dirección de una institución preparada para el futuro, que nos identifique para formar un bloque sólido capaz de resolver, entre otros problemas, la amenaza lacerante tras la monstruosa crisis financiera.
¿Qué hace falta para decidirnos a despegar?


























