Información de Excélsior
Ya pasó más de un mes de una de las mayores masacres al interior de un penal en Zacatecas y en el Cereso Cieneguillas las visitas aún no se normalizan.
A pesar de que ya no se registran largas filas intentando ingresar a la mayor cárcel del estado aún es un viacrucis ingresar a los locutorios para conversar por minutos con los internos.
La tensión y el miedo de que otro enfrentamiento detone en cualquier momento se respira en el ambiente, señaló Jorge Rodríguez, quién tiene a un hijo dentro del penal:
“No, pues ¿quién va a estar tranquilo?, entonces, lo que estamos diciendo es que bueno, ¿qué no hay quién los cuide o por qué se pelean allá adentro o qué?
A este cuestionamiento se sumó Valente Rentería:
“Aquí no hay quien haga el orden, así de fácil… ¿Qué ganamos con que esté tanta seguridad ahorita? La seguridad la tenemos aquí afuera, la seguridad se necesita dentro, no fuera, entonces quién sabe que sea lo que vaya a pasar”.
Por el asesinato de 17 internos aún no hay responsables de haber dejado pasar las armas; familiares de los internos se sienten agraviados por las acusaciones de las autoridades, quienes los culpan por el tráfico de armas al interior del penal, declaró otro familiar, quien prefirió el anonimato por temor a represalias:
“¿Cómo entraron? Si a nosotros nos esculcan de pies a cabeza y ¿cómo es posible que haya armas adentro? Entonces, yo sí le pido a Luz María, la de Derechos Humanos, que haga su trabajo, así como al gobernador, así como a sus altos mandos”.
Además de los 17 internos muertos, otra decena resultó herida, pero son muchos más los golpeados como castigo de las autoridades, aseguró Ramón Gutiérrez, quien recién salía de las visitas y dice haber constatado los efectos de las golpizas:
“Y siempre dicen, están bien, y cuando entra uno y viene a verlos los encuentra con sus brazos dislocados, los ojos morados”.
Las autoridades no han dado informes sobre el estado que guardan las investigaciones contra 60 custodios y el exdirector del penal, aunque se mantiene la percepción oficial de que el penal es una bomba de tiempo.