Por Jorge Martínez Pérez
El 2 de octubre del 2020, el Presidente de México, Andrés Manuel López O., se dirigió, a través de sendas misivas al papa Francisco (Gobierno de México, 2020) y a Felipe VI, actual rey de España (Gobierno de México, 2020(b)), para que, en su calidad de jefes de estado, los tres ofrecieran disculpas públicas a los pueblos originarios de América por la conquista y todos los males que ella produjo para los habitantes de este continente, así como la promesa de no volver a atentar contra sus culturas ni sus creencias.
En la misiva enviada al papa, le sugiere reivindicar las figuras de Miguel Hidalgo y José María Morelos como dos encomiables miembros de la Iglesia Católica que lucharon por la libertad y la justicia en nuestra patria. Respecto de la carta dirigida a Felipe VI, destaca el juicio al propio Cortés, realizado por el estado español, debido a la violación que este hizo de lo que hoy llamaríamos los derechos humanos y de los cuales fue infractor ejemplar.
La respuesta de La Santa Sede, de acuerdo a Franco Coppola, el nuncio apostólico, se dio a través de una epístola del papa Francisco al presidente de México, en la cual aceptó que hubo “fallas históricas” pero que también “hubo muchas luces” (INFOBAE, 2020).
Por su parte, el Gobierno de España fue más tajante al señalar que: “La llegada, hace quinientos años, de los españoles a las actuales tierras mexicanas no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas. Nuestros pueblos hermanos han sabido siempre leer nuestro pasado compartido sin ira y con una perspectiva constructiva, como pueblos libres con una herencia común y una proyección extraordinaria.” (Embajada de México en España, 2020).
Podemos preguntarnos: ¿Por qué el presidente de México se atrevió a pedir disculpas a tan prominentes jefes de estado? ¿El dar o negar tales disculpas cambia en algo la historia de nuestas sociedades? ¿Se pueden refundar las relaciones entre pueblos, sociedades y organismos a partir del reconocimiento de los yerros o agravios del pasado? ¿La historia es un ejercicio que se hace de una vez y para siempre o debe ser una constante revisión y reinterpretación del pasado a partir de la mirada presente?
Es necesario recordar que en el contexto internacional no es la primera vez que se piden y se dan disculpas por hechos similares. El propio Vaticano, en marzo de 1998 y después de 10 años de profunda reflexión, se arrepintió públicamente por los actos de los cristianos que participaron en el exterminio judío o que fueron omisos ante este (El País, 1998).
También fue el caso de Alemania cuando en febrero del 2000, su presidente, Johannes Rau, pidió perdón en el parlamento israelí, por el exterminio de seis millones de judíos a manos del Tercer Reich. Luego de solicitar permiso para hablar en alemán, expresó humildemente: “Pido perdón por lo que hizo Alemania a los judíos, en mi nombre y en nombre de mi generación.” (El País, 2000).
Si estos dos organismos se han disculpado por semejantes hechos del pasado, ¿qué impide que, tanto la Iglesia Católica lo vuelva a hacer y que la Corona de España lo haga por vez primera? ¿Acaso ello depende de la jerarquía y del poder político del demandante? Porque no es lo mismo hablar del Estado de Israel que del Gobierno de México.
Es bien sabido que la conquista y colonización de América se hicieron a partir de la espada y de la cruz; que la Iglesia católica participó junto con la Corona española en el mayor holocausto mundial de que se tenga memoria en la historia humana, pues el número de exterminados no fue de seis sino de 70 millones a lo largo del siglo XVI (Todorov, 1998, pág. 144).
Ya he insistido en otros escritos que a la conquista y colonización de América no se les ha dado el justo peso histórico en el contexto mundial desde varios aspectos. Pero en lo que se refiere al tema que hoy nos ocupa, no se ha reconocido en su justa dimensión la barbarie que significó el arrasar a toda la población de un continente hasta dejarla casi extinta.
Ciertamente la historia de la humanidad se ha caracterizado por la ley del más fuerte, por las innumerables conquistas de los grandes imperios realizadas sobre los pueblos bélicamente más débiles. Pero aquí está el punto nodal: ¿El que en toda la historia humana dicha ley haya sido una regla y no una excepción, nos debe disuadir para pensar que las cosas no podrían ser de manera diferente? O, dicho de otra forma, ¿Debemos seguir aceptando, avalando y justificando el fenómeno de la violencia como hasta ahora se ha aceptado, avalado y justificado? Tenemos bien claro que hemos vivido y vivimos en un mundo inmerso en el conflicto y las guerras pero, ¿por qué deberíamos aceptarlos como ineludibles o inevitables?
Las cosas han cambiado y cambian rápidamente, hoy la información corre a velocidades vertiginosas a través de todos los medios de comunicación y de información, a través de las redes sociales, de tal manera que, por ejemplo, lo que pase en china se sabe casi al instante en cualquier otro punto del globo.
Cierto que existen conflictos armados localizados donde siguen muriendo personas a causa de la guerra, tal como en el Líbano o en Gaza y Cisjordania, pero ya es impensable imaginar una matanza de millones de personas como la que señalamos y que la comunidad internacional la pudiera tolerar.
Si recordamos, la independencia de la India y el fin del apartheid en Sudáfrica fueron dos importantes sucesos contemporáneos que se produjeron fundamentalmente por la vía pacífica. Por ello mismo ¿Podría nuestra sociedad permitir o soportar un acontecimiento planetario de conquista y exterminio como el que se dio en América por parte de las potencias europeas; Inglaterra, España y Portugal? Creemos que no, que eso no podría suceder actualmente. Si a caso sólo sería imaginable en los relatos de ciencia ficción, en alguna invasión alienígena o cosas por el estilo, pero que, dadas las condiciones sobre las que se establece la moderna cultura, aquello sería impensable.
Cuando el Papa se refiere a las luces y las sombras, ¿debemos entender que sí, que la Iglesia participó de esta barbarie pero que también evangelizó, protegió y ayudó a las poblaciones indígenas? ¿pero qué necesidad tenían de ello tales poblaciones si no hubieran llegado los conquistadores junto con la Iglesia? Resulta chocante la imagen icónica de un indígena que se postra ante la amenaza de un español blandiendo la espada con gesto amenazante y de un miembro del clero que se interpone entre ambos para proteger al indígena. Es como cuando la pareja de policías; el rudo y el comprensivo trabajan conjuntamente para obtener la confesión del presunto culpable. Ambos forman parte de lo mismo, ambos buscan lo mismo y se benefician con lo mismo.
He oído innumerables veces justificaciones ridículas que se dan sobre la conquista y colonización: es que antes de la llegada española, los aztecas eran los bárbaros que sacrificaban seres humanos para arrancarles el corazón, así que el conquistador llegó para poner fin a esto. Tal argumento sería aceptable si, como dijimos, no se hubiera arrasado con millones de seres humanos, pero no fue así. No se puede argumentar ser el salvador matando al verdugo pero convirtiéndose en un verdugo aún más despiadado.
¿Y qué decir del concepto de “civilización”? los indígenas eran “inciviles” a los que se les vino a “educar” y a “traer la cultura”. Creo que no es necesario ahondar en lo endeble de estas falacias dado que, cultura, la tiene desde el habitante nómada del Sahara, de cualquier tribu del África, hasta el miembro de cualquier polis o cualquier ciudad del mundo antiguo o de la actualidad. Sin la llegada de los españoles, las culturas de América hubieran continuado existiendo y desarrollándose de acuerdo a sus propios patrones socioculturales. Más aún, estas, hablando en términos modernos, eran culturas sustentables que no atentaban contra la naturaleza ni contra el planeta como lo hace nuestra sociedad actual. Los yanomamis del Amazonas, por ejemplo, tienen un estilo de vida que ha subsistido por miles de años y podría seguir subsistiendo si el hombre occidental no interviene en su entorno como lo ha hecho históricamente a nivel planetario.
En el siglo XVI no existía un inminente apocalipsis en América por el que las poblaciones indígenas necesitaran de salvamento o de redención. Existió, sí, pero con la llegada del europeo que vino a conquistar estos pueblos y grupos humanos en nombre de la doctrina de Cristo.
La respuesta eufemista del Gobierno de España de que “La llegada” (no la conquista) española “…no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas”, evidencia lo que oculta; el genocidio, los actos de lesa humanidad cometidos en el continente. Aceptando sin conceder, como suele decirse en la jerga política, de que tal “llegada” no pudiera juzgarse a la luz del presente. ¿Entonces debe de juzgarse a la luz del pasado? Suponemos que ese es el sentido de la frase. De ser así, el juicio tampoco sería halagüeño. Recordemos que el Vaticano avaló en la práctica el reparto y la conquista de Iberoamérica entre España y Portugal a partir del Tratado de Tordesillas (1494), pues en dicho tratado se aceptaba que ambos dominaran tales territorios bajo pretexto de cristianizar a las poblaciones que ahí se encontrasen. Si las dos potencias marítimas vinieron a reclamar estas tierras en nombre del papa y de la Santa Iglesia Católica, es lógico pensar que se ciñesen a sus postulados y a sus doctrinas.
Y sus doctrinas principales eran: no matarás, y mataron, no cometerás adulterio, y fueron adúlteros, no hurtarás, y hurtaron, “no codiciarás la casa del prójimo, no codiciarás la mujer del prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” y codiciaron, “…amarás a tu prójimo como a ti mismo” y lo odiaron y lo sometieron. (Biblia, 1990). Entonces no hay justificación que valga, ni para la Iglesia católica ni para la Corona española, y no la hay ni a la luz de las consideraciones pasadas, ni mucho menos a la luz de las consideraciones presentes.
Siguiendo con este hilo de argumentación, el reconocer un error, una falta y, hablando en términos religiosos, el haber cometido un pecado, no denigra ni devalúa a la persona u organismo que lo admite porque existe la gracia del perdón otorgado a través de la confesión y del arrepentimiento. Ese es el núcleo de la doctrina cristiana y esa doctrina es la que trajeron ellos mismos, así sea a través de la imposición, al nuevo continente.
Ahora bien, las disculpas no se piden para la sociedad que fue producto de la fusión entre el mundo indígena y el español, la sociedad mestiza. Las disculpas se piden para los pueblos originarios, es decir, para los primeros habitantes de este continente, sus verdaderos descubridores. Como pequeña digresión es necesario señalar que el vocablo; originarios, busca establecer una nueva manera de valorar a estos grupos humanos, dado que los adjetivos de; naturales, idólatras, aborígenes, paganos, autóctonos, salvajes, bárbaros e indios, se han utilizado de forma peyorativa para denigrar, discriminar, sobajar, ofender, amedrentar, sojuzgar, etc.
¿Y quiénes son y/o eran estos habitantes? Los akatecos, cochimíes, chatinos, guarijíos, kikapúes, mames, pa ipais, pimas, popolocas, takuates, tekos, trikis, zoques y otras 58 etnias más repartidas a lo largo y ancho del país (Atlas de los pueblos indígenas, s.f.). ¿Le resultan cómicos estos nombres o le han provocado cierta risa? Si es así, no se preocupe, esto es producto de la larga historia de racismo y de clasismo aún imperante en nuestro territorio. A propósito he señalado estos nombres, de los muchos que hay y diferentes de los más conocidos, para mostrar el grado de ignorancia que se tiene sobre la existencia de tales pueblos.
Respecto de la cultura mestiza, la cuestión es un poco más difícil, porque esta es resultado de la fusión entre dos razas, entre dos sociedades, entre dos mundos y dos culturas, es la fusión entre el conquistador y el conquistado. El ser mestizo es la contradictoria fusión de pertenecer al vencedor y al vencido, de ser la victima y el verdugo a la vez. Nada fácil de descifran ni de conciliar porque está entre los dos polos sin pertenecer enteramente a uno de ellos, sobre todo cuando se trata de interpretar la historia e identidad como pueblo o como nación.
La cultura de paz concibe que entre los individuos, como entre las naciones, parafraseando al benemérito, se pueden refundar las relaciones conflictivas o que nacieron de conflictos para establecerlas sobre causes que ayuden a la comprensión mutua, a la aceptación, el reconocimiento, la cooperación, el diálogo y, en este caso, al perdón. Si bien, el pasado no se puede cambiar, la lectura que se hace del mismo sí puede ser diferente. Porque no es lo mismo afirmar que los españoles vinieron a traer la cultura, la civilización y la verdadera religión al salvaje, al inculto, al idólatra, que decir que vinieron a conquistar, explotar y exterminar e imponer una religión a millones de seres humanos.
Aceptar que toda conquista bélica es un acto de violencia y de barbarie, que la conquista y la colonización de América fueron eso; actos violentos y bárbaros, genocidas, que acabaron con casi todo un continente. Pedir que el Vaticano y la Corona se disculpen y acepten una nueva relación entre iguales, entre hermanos, es pedir un nuevo entendimiento entre pares caracterizada por el amor al prójimo –lo que ellos siempre pregonaron– y concebir un nuevo comienzo, una cultura de reconocimiento mutuo, de cooperación y, entonces sí, de que nuestros pueblos lean el “…pasado compartido sin ira y con una perspectiva constructiva, como pueblos libres con una herencia común y una proyección extraordinaria.” A eso debemos aspirar y en eso debemos trabajar ordinariamente.
Es así como la historia explica y redime, no es un hecho dado de una vez y para siempre sino que es una constante revisión y reelaboración del pasado, una puesta al día de las profundas raíces que no se ven, pero que manifiestan su fuerza y su naturaleza en la fronda, en el follaje del siempre florido presente.
Referencias
Atlas de los pueblos indígenas. (s.f.). Recuperado el 29 de abril de 2021, de Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas: http://atlas.inpi.gob.mx/pueblos-indigenas/
Biblia. (1990). En Antiguo y nuevo testamento (Reyna-Valera, Trad.). Holman Bible Publisher.
El País. (17 de marzo de 1998). Recuperado el 23 de abril de 2021, de El País: https://elpais.com/diario/1998/03/17/portada/890089201_850215.html
El País. (16 de febrero de 2000). Recuperado el 23 de abril de 2021, de El País: https://elpais.com/diario/2000/02/17/internacional/950742020_850215.html
Embajada de México en España. (2020). Recuperado el 15 de abril de 2021, de Gobierno de España: http://www.exteriores.gob.es/Embajadas/MEXICO/es/Noticias/Paginas/Articulos/Comunicado-del-Gobierno-de-España-sobre-México-.aspx
Enciclopedia de holocausto. (s.f.). Recuperado el 22 de abril de 2021, de United States Holocaust Memorial Museum: https://encyclopedia.ushmm.org/content/es/article/documenting-numbers-of-victims-of-the-holocaust-and-nazi-persecution
Gobierno de México. (2020). Recuperado el 28 de abril de 2021, de Presidencia de la República: https://presidente.gob.mx/wp-content/uploads/2020/10/CARTA-AL-PAPA-FRANCISCO.pdf
Gobierno de México. (2020(b)). Recuperado el 28 de abril de 2021, de Presidencia de la República: https://www.gob.mx/presidencia/documentos/carta-del-presidente-andres-manuel-lopez-obrador-a-felipe-vi-rey-de-espana
INFOBAE. (25 de octubre de 2020). Recuperado el 18 de abril de 2021, de https://www.infobae.com/america/mexico/2020/10/25/el-papa-francisco-ya-contesto-a-amlo-acepto-fallas-historicas-durante-la-conquista/
Todorov, T. (1998). La Conquista de América. El problema del otro. México: Siglo Veintiuno.