Por Carlos Ernesto Alvarado Márquez
La Constitución no es un poema, pero a veces se lee como si lo fuera. El artículo 102 apartado A dice que el Fiscal General solo puede dejar el cargo por dos vías. Renuncia justificada ante el Senado o remoción por causa grave. El texto constitucional afirma que la renuncia debe ser calificada como justificada y que la remoción exige un procedimiento, una causa grave y una votación calificada. En resumen, el Fiscal no es empleado del Ejecutivo, no es subordinado del Presidente y no es figura decorativa del Senado. Su permanencia está blindada por diseño para evitar que el poder lo cambie como quien cambia cortinas.
Y luego está la rolidad. El fiscal Alejandro Hertz Manero presentó una carta que no contiene una sola palabra sobre impedimento físico, incapacidad mental, causa grave, motivo jurídico o crisis institucional. Nada. La Constitución pide justificación y lo que el Senado recibió fue un saludo breve y la insinuación de una embajada que ni siquiera ha sido propuesta formalmente por la Presidencia. Aun así, el Senado dio por buena la renuncia como quien firma el recibo de un paquete sin revisar si contiene ladrillos o dinamita.
Si existía una causa grave, nadie se atrevió a nombrarla. Si no existía, entonces la renuncia era inválida conforme al artículo 102. Pero ni a la mayoría ni a la Presidencia les interesó el debate constitucional. Preferían una salida discreta, aunque fuera jurídicamente grotesca. En un país donde la ley estorba, la discreción es la nueva causa grave.
Superado el trámite, volvemos al fondo. Hertz no dejó el cargo, lo dejaron. Aquí el problema no es su salida, sino el método. Un proceso supuestamente constitucional que se operó con machete político. La carta ya estaba en Presidencia, pero el Senado pasó horas atorado como si buscara la señal divina. No había misterio, había negociación. Quien conoce al sistema sabe que esos silencios prolongados se llenan de llamadas, regaños y ofertas. Un estire y afloje donde la amenaza de revelar cosas delicadas funcionó mejor que cualquier argumento jurídico.
Al final, Hertz entregó la pluma y ganó una frase enigmática. Su renuncia obedece a una oferta diplomática. Oferta que no existe en el mundo real. Una jugada fina para comprometer a la presidenta. Si ella no lo coloca como embajador, queda como quien incumple. Si sí lo coloca, legitima una renuncia no reconocida por el marco constitucional. Movimiento doblemente venenoso. Eso sí, de elegante no tiene nada, pero efectivo fue.
Y ahora hablemos del reemplazo. Ernestina Godoy, protectora institucional del antiguo gobierno capitalino. Cuando se cayó la Línea 12, ella administró culpas como quien reparte fichas para no romper la foto del gabinete. Cuando explotó el caso Rébsamen, apuntó hacia abajo para que nada salpicara a quien estaba arriba. Si eso fue autonomía, entonces la palabra perdió su sentido. Ahora esa fiscal dirigirá la justicia federal completa. Quien espere imparcialidad que compre una estampita, suele funcionar igual.
El mayor problema no es Hertz, ni Godoy, ni sus trayectorias. El problema es que el artículo 102 constitucional, creado para dar independencia al Fiscal General, se ha vuelto un adorno institucional. Nadie lo respeta, pero todos lo citan con la solemnidad de quien presume libros que nunca leyó.
El país entero vio cómo la renuncia no cumplió con los requisitos, cómo el Senado evitó discutir su validez y cómo la 4T operó el cambio en penumbras. La autonomía de la Fiscalía duró lo mismo que una promesa de campaña. Aquí la justicia no es perro guardián, sino gato doméstico. Maúlla cuando se le pide y araña solo a quien no toca señalar.
La moraleja es incómoda, pero necesaria. Si la Constitución no basta para proteger al fiscal más poderoso del país, imagine el lector lo que puede hacer por usted y por mí. En México los cargos no terminan por causa grave, terminan por causa conveniente. La ley observa, el poder decide.
Y mientras llega la nueva fiscal, solo queda una certeza. La justicia seguirá siendo ese animal tímido que se acerca cuando le conviene y huye cuando huele peligro. Nadie espere milagros, aunque siempre podemos seguir la conversación. En redes sociales sigue mi perfil como @Carlos Alvarado, seguimos insistiendo en lo evidente, aunque el Estado de derecho prefiera ocultarlo bajo la alfombra.

























