A causa de la profunda crisis que atraviesa Venezuela, miles de personas han dejado el país en estos últimos meses. Cinco emigrantes en cinco ciudades del mundo nos cuentan sus motivos y su nueva vida.
“No sé qué es peor, si mi situación o la de Venezuela, pero ambas me dan mucha nostalgia”, dice Jairo Suescun, quien llegó hace cinco meses a Bogotá, donde ha trabajado turnos interminables, le han estafado y hasta durmió una vez en la calle.
Este cocinero de 30 años decidió dejar su natal San Cristóbal luego de que le robaran su implemento básico de trabajo: “mis cuchillos, eso me dolió en el alma”.
Eligió su destino porque su mamá es colombiana y podía estar legal. “Bogotá es muy fuerte y es para personas que tengan alguien que los reciba, porque solos, la ciudad se los traga”, dice ahora.
Después de ser jefe de cocina y tener casa propia en Venezuela, duerme en un galpón y está desempleado. “Estoy pasando por el momento más fuerte de mi vida, en un país donde pensé que me acogerían, pero no ha sido así”, cuenta este joven que añora la Venezuela de antes, donde “todo era abundante”.
Ahora, espera el dinero de una familiar para irse a Chile con su novia. Allí tiene amigos que le ayudarán a encontrar trabajo.
Cuando la actriz Carolina Perpetuo acude a las manifestaciones de venezolanos en Miami, no puede caminar dos pasos sin que le pidan una selfie. Formó parte de la edad de oro de las telenovelas venezolanas, pero ahora se dedica a su familia y a recaudar donaciones para los “muchachos” que encabezan las protestas en su país.
“Hago activismo ciudadano. Estoy siempre al día, pendiente del acontecer en Venezuela, en contacto con buenas fuentes”, cuenta esta mujer de 54 años.
En el garaje de su casa en El Doral, bastión de la migración venezolana en Miami, se amontonan decenas de cajas de donaciones que reunió junto a las actrices Alba Roversi, Belén Marrero y Elba Escobar, también expatriadas en esta ciudad estadounidense.
Cuenta que con la Revolución bolivariana, la poderosa industria de las telenovelas se vino abajo. “Se fueron cerrando los espacios de trabajo. Por ejemplo, cuando se cerró Radio Caracas Televisión” en 2007.
Pero no pierde la esperanza : “Yo amo mi país y me voy a morir amándolo”.
No fue ni la crisis económica, ni los índices de homicidio. Para Carlos Escalona, de 33 años, dejar Venezuela se convirtió en una necesidad cuando recibió amenazas en su trabajo, un ente público que prefiere no mencionar, por descubrir un esquema de corrupción.
Después de sacar a sus papás del país, juntó todo el dinero que pudo y en junio de 2016 partió a Brasil.
Tenía amigos en Fortaleza que le dieron techo y comida durante un tiempo. Hizo solicitud de refugio, lo que le otorga un estatus legal para permanecer en Brasil por un plazo de un año, prorrogable hasta tener respuesta.
Alguien le habló de las casas para migrantes en Sao Paulo, a donde llegó en marzo de 2017.
“En cierta manera me siento mucho mejor que antes. Ya no siento miedo al llegar o salir de casa, o miedo al escuchar una moto, miedo al policía o la incertidumbre de ver qué puedo comprar el día que me toca comprar”.
Originario de Mérida, Jairo Rojas Rojas, hijo de un pintor de casas y de una cocinera, quería trabajar en el ámbito cultural.
Tras probar suerte durante un año en Caracas, este licenciado en letras con mención en historia del arte se dio cuenta que las perspectivas se estaban “achicando” en su país.
Es como un “filtro: si no perteneces a cierta ideología no puedes acceder a algún instituto cultural o a algo referente al arte”.
Decidió marcharse en abril de 2015 a Uruguay, donde cursa una maestría en la universidad. Al ser de un país del Mercosur, los trámites resultaron más fáciles.
A sus 36 años, trabaja en una librería mientras termina sus estudios. También es poeta, ha ganado varios premios, publicado tres libros y acaba de lanzar con amigos en Uruguay una editorial de poesía.
“No sé cuando voy a regresar”, dice Jairo, a quien le resultó “más fácil ir a otro país que vivir en Caracas”.
Xavier Losada decidió dejar Venezuela cuando se dio cuenta de que en Caracas sus niños vivían “encerrados todo el tiempo entre cuatro paredes. De la casa, al colegio. Del colegio, a la casa”.
La criminalidad era insoportable. “La noche era cada vez más insegura, uno estaba más temeroso”, dice este ingeniero de 38 años.
Empleado por más de una década de Polar , la principal empresa privada de alimentos del país, llegó con su familia a Madrid en septiembre de 2015.
En la capital española, su familia vive “sin duda, mejor”. Él y su esposa montaron Bee Beer, un local de cervezas y quesos artesanales en el centro de Madrid.
“Hay una tristeza latente, que a veces olvidas un poco, pero cada vez que veo las noticias y lo que está ocurriendo, siento impotencia”, señala.