Por Anna María D’Amore
En los últimos años, hemos sido testigos de un interés creciente por la traducción que va más allá de los contextos en que se practica como profesión y de aquellos en que al visibilizarse, las tareas traductoras van recobrando también mayor reconocimiento social.
Aunque los vínculos entre las prácticas traductoras y la construcción de las traducciones como objetos de análisis son estrechos, al distanciarse de la urgencia de la práctica cotidiana, las miradas de los estudiosos con frecuencia muestran un panorama en el que las traducciones se revelan como el resultado de proyectos políticos, ideológicos y culturales. Bajo esta luz, las tareas traductoras revelan tanto su profunda historicidad, como su radical actualidad.
Desde cierto punto de vista, el surgimiento de disciplinas nuevas como los Estudios de traducción e interpretación puede considerarse como un fenómeno a contracorriente frente a la tendencia interdisciplinaria predominante en el discurso académico contemporáneo. Sin embargo, es innegable la base interdisciplinaria sobre la cual se constituyen los Estudios de traducción e interpretación.
Por lo menos desde los años ochenta, esto es, desde el momento de su consolidación como disciplina, ya se hacían oír argumentos a favor de su inherente interdisciplinariedad . Con poco más de medio siglo de existencia, este campo de estudios ha acrecentado una presencia internacional como lo confirman la consolidación de programas de licenciatura y posgrado, las investigaciones y publicaciones especializadas y los congresos internacionales dedicados tanto a la difusión de investigaciones en curso, como al fortalecimiento de una comunidad investigadora internacional.
Del mismo modo, las relaciones entre las asociaciones profesionales de traductores e intérpretes y el ámbito universitario han ido estrechándose de maneras prometedoras. Así, en Latinoamérica, los estudiosos de la traducción son cada vez más conscientes de la necesidad de recurrir tanto a las herramientas de disciplinas vecinas que problematizan la traducción como objeto de estudio, como a la observación directa de las prácticas traductoras en los contextos socioculturales en los que tienen lugar. La visibilidad de la que estas prácticas gozan ahora y el creciente interés por estudiarlas desde las más variadas perspectivas disciplinarias son dos de los resultados más claros de este enfoque bifronte.
Mediante la contextualización histórica de las traducciones, la contribución al mejor conocimiento de los perfiles sociohistóricos de los traductores, el uso de fuentes como catálogos editoriales y materiales paratextuales, existen trabajos que logran esbozar a la traducción como un objeto de estudio cuyo análisis apela tanto la historia y la sociología culturales, la lingüística misionera, la antropología, las ciencias de la comunicación y los estudios literarios y editoriales, entre otras, para arrojar luz sobre aspectos poco estudiados de la colonización española en América, la definición de regímenes políticos, la circulación de libros e ideas, la constitución de estilos literarios y la construcción de representaciones interculturales.
En nuestra región, podemos observar un horizonte de perspectivas que integran y problematizan enfoques tradicionalmente desvinculados. El panorama latinoamericano en su conjunto muestra una clara división que permite distinguir entre la profesionalización y formación de los traductores e intérpretes y la investigación realizada a caballo entre la traducción, las humanidades y las ciencias sociales: historia, estudios culturales, filosofía, sociología, literatura, lingüística y traducción. Así, podría decirse que una instantánea de la Traductología latinoamericana revela dos tendencias paralelas, una de las cuales apunta hacia la consolidación disciplinaria y el fortalecimiento de la traducción como actividad profesional respaldada en programas universitarios, mientras que la otra tiende a desdibujar esas fronteras disciplinarias para constituir objetos de estudio situados en el punto de cruce de disciplinas distintas.
En contextos latinoamericanos podemos leer trabajos que dan seguimiento al establecimiento de circuitos específicos para la importación y exportación de literaturas; las iniciativas de revitalización lingüística emprendidas ya desde el Estado, ya desde las propias comunidades de hablantes de lenguas originarias; las políticas culturales y lingüísticas que buscan responder a los cambios demográficos relacionados con las migraciones; el papel de los intérpretes y traductores ante las crisis migratorias; la contribución del estudio de las traducciones a la historia cultural y, sin ánimo de agotar la lista, la mirada autorreflexiva que, a partir del “giro sociológico”, algunos traductólogos comienzan a esbozar. Podemos identificar a distintos ejes de reflexión de los traductólogos latinoaméricanos, como: “traducción y cosmopolitismo”; “traducción y relectura críticas” y “traducción e historia cultural”.
El vínculo entre traducción y cosmopolitismo es quizá una de las últimas consecuencias del giro sociológico en los estudios de traducción, pues precisamente a partir de las propuestas de Beck y Delanty, Esperança Bielsa muestra la complementariedad de la perspectiva traductológica con un “nuevo cosmopolitismo”, desde la cual puede dirigirse una mirada crítica a “nuestros destinos globales”, “nuevas formas de solidaridad” y los límites del “Estado-nación” . Desde esta perspectiva, la traducción forma parte de las condiciones de producción de un mundo global y es un instrumento indispensable para la redefinición de las ideas de “identidad” y “ciudadanía” que caracterizan las propuestas hechas desde el cosmopolitismo. En otros términos, vincular traducción y cosmopolitismo permite observar la superposición de distintas modernidades y cuestionar los esencialismos que postulan identidades monolíticas.
Cuestiones de “justicia lingüística” se han vuelto particularmente importantes en los últimos años, tanto por los cambios demográficos relacionados con la circulación de personas y mercancías, como por la necesidad de implementar políticas lingüísticas que amortigüen los conflictos que surgen tanto por las realidades de la migración contemporánea como por el reconocimiento de los derechos lingüísticos de las comunidades originarias del continente. En este sentido, hablar de políticas lingüísticas y de traducción es también remitir a posturas cosmopolitas que reconocen la diversidad cultural más allá de las identidades nacionales.
La circulación de textos traducidos y textos acerca de la traducción es una invitación no solo a contribuir a un campo que seguimos construyendo, sino también a responder al desafío ético del inevitable cosmopolitismo al que nos arrojan nuestras realidades contemporáneas.