Por Thomas Hillerkuss
El término “globalización”, en nuestros días y desde algunos años atrás está en boca de todos. Se lo relacionan, en primer lugar, con procesos económicos que llevan hacia la integración de los mercados a escala mundial. Pero, igualmente existe la globalización política, cuyos inicios algunos ven en la caído del Muro de Berlín y en la desintegración de la URRSS, con lo cual terminó la Guerra Fría y el sistema de los dos dominantes bloques antagonistas. O la globalización cultural, representada por el consumo de los productos culturales a que a escala mundial “todos” tienen acceso, el intercambio de costumbres, gustos y del imaginario cultural. Y qué se debe pensar de la comunicación, que durante los últimos tres décadas ha vivido un proceso revolucionario y hoy en día permite el acceso virtual al instante a casi todos los puntos del globo terráqueo.
Según el enfoque preferido, cada uno va a definir un momento diferente en que según su parecer inició este complejo proceso. En algún caso lo ubica en tiempos muy recientes, en el siglo XX, y en otro, mucho más atrás, en 1492. Cuando sin saberlo, Cristóbal Colón descubrió dos continentes nuevos que después se iban a llamar Norteamérica y Sudamérica. Estas dos grandes masas terrestres, el gran mar que los separaba de Europa y África, llamado Atlántico, y el mucho más extenso Océano Pacífico, con muchas de sus innumerables islas, además del Mar Índico, en menos de ciento veinte años fueron recorridos en gran parte, explorados y reconocidos por exploradores, conquistadores y navegantes. Y aunque en tierra los pobladores portugueses, españoles, ingleses, franceses, chinos y musulmanes, finalmente eligieron no más que unos pocos lugares y contadas regiones para asentarse, ya que estos prometieron los más provechosos negocios y correspondían a sus intereses políticos, y en alta mar las rutas más recorridas por mucho tiempo fueron pocas, por primera vez hacia 1600 se había formado un intercambio de mercaderías de todo tipo de alcance mundial.
Contrario a lo que se ha supuesto por largo tiempo, el papel del continente europeo en esta red de tratos y contratos —que debía ser sostenida por potencias mundiales y por el nuevo arte de la diplomacia—, no fue el dominante sino este rol correspondía a la potencia económica más grande y el país más poblado del momento: el imperio chino. Éste absorbió hasta finales del siglo XVIII, gran parte de la plata producida en el mundo, primero el de Japón, después lo que traían del famoso cerro del Potosí, en el virreinato del Perú, y finalmente de Nueva España. Este precioso metal llegó en la Nao de Manila, desde el puerto de Acapulco a Manila, en las islas Filipinas. Lo trasportaron en forma de barras o planchas, y en el siglo XVIII, en moneda, los famosos reales de plata acunados en la Casa de Moneda de la ciudad de México. En Manila, la plata fue intercambiada por seda, la célebre porcelana china, obras de marfil, pero también por especias tales como clavo, comino, pimienta, cúrcuma, etc., productos que tomaron el largo camino de regreso a México. Ahí la alta fuerza de compra permitió que una considerable parte de estos exquisitos productos se quedaran en este virreinato. Muchos otros productos de este barco, aunque era ilegal, encontraron su destino final en El Perú y en otras partes de Sudamérica, y lo menos salió con la flota anual a Sevilla, de donde fue redistribuido como verdaderos artículos de lujo tanto en España como en otras partes de Europa occidental, central y sur.
Portugal había tomado otra ruta, desde el Brasil, dando vuelta a África y alcanzando la India y las Molucas o las islas de las Especierías en Asia oriental, al sur de las Filipinas. Su objetivo no fueron conquistas de grandes espacias, sino el intercambio comercial mediante factorías, ofreciendo plata europea y americana y llevándose especias y los productos asiáticos ya mencionados, y desde la India donde gobernaban los mogoles, telas de algodón, oro y piedras preciosas, y con el tiempo también grandes cantidades de te verde y negro. Además, hasta el siglo XVII dominaron el lucrativo tráfico de esclavos negros desde la zona ecuatorial de África a América.
Las otras potencias europeas, en primer lugar Inglaterra, Francia y Holanda, y en menor escala Italia y Alemania, eran los grandes productores de todas las mercancías cotidianas que demandaba el continente americano, productos que al principio debían pasar por Sevilla y los puertos españoles de la bahía de Cádiz, para ser llevados a las Indias Occidentales y en mucho menor cantidad a las Indias Orientales, donde debían ser pagados en plata o mediante cédulas, escrituras y obligaciones. Sólo que pronto los primeros tres países se decidieron esquivar el monopolio español mediante el contrabando, que los llevó hasta las playas de Veracruz, Cartagena y otras ciudades costeras y puertos importantes, para vender los productos europeos; quizá eso dio origen a la tan famosa fayuca mexicana. Holanda, por su parte, “nación” de grandes artesanos comerciantes y experimentados navegantes, a principios del siglo XVII inició a hacer presencia en Asia oriental también, siendo una seria competencia de los portugueses. Igualmente, en el siglo XVII perdieron parte de su mercado de esclavos de pingues ganancias entre África y América, el cual fue aparcado cada vez más por ingleses. Finalmente, en 1778 estos últimos obligaron a España que aceptara el libre comercio entre la Gran Bretaña y América.
Al mismo tiempo, desde los inicios de esta globalización, empezaron a fluir los conocimientos de una parte a otra; tanto los europeos como los japoneses y chinos hicieron mapas del mundo conocido; establecieron contactos diplomáticos entre los continentes; permitieron, a veces más y a veces menos, el intercambio de ideas, credos y visiones del mundo. Y llevaron la flora y fauna de un continente a otro, lo que, por ejemplo, permitió a China mantener a su creciente población y hacerse una “nación” aún más fuerte y rica; o salvó a Prusia, asentada en una “gran caja de arena”, donde no crecía otra planta que la papa, de origen americano. Es decir, en esta época la globalización ecológica igualmente tuvo sus inicios y eso a veces a pasos gigantescos, como se pudo observar en México con la exitosa y al mismo tiempo desastrosa introducción y cría de ganado vacuno, ovino, caprino, porcino y equino.