Por Laura Gemma Flores García
Las haciendas de México, definidas como unidades de producción, alcanzaron colosales extensiones de terreno en virtud de que nacían como una mediana propiedad y al pasar los años iban allegándose pequeñas o medianas extensiones vecinas, lo cual dio origen a los grandes latifundios del México decimonónico.
Las más abundantes fueron las ganaderas y las beneficiadoras de metales que contenían los llamados patios de beneficio. En la zona del centro y sur de México crecieron las azucareras pertenecientes – muchas de ellas – a las órdenes religiosas. Otros tipos de haciendas muy importantes fueron las pulqueras, todas con inmensos tinacales y trojes para almacenar cargas de cebada, maíz y pastura con agostaderos para el ganado menor, vacuno y caballar. Las cafetaleras compaginaron su especialidad primordial con el cultivo de árboles frutales.
Por estas características, su fisonomía dependió del tipo de funcionamiento, del uso al que serían destinadas, del clima y la topografía, pero todas compartieron elementos comunes.
El casco estaba conformado por una serie de construcciones; los más tempranos se construyeron en las haciendas azucareras de fines del siglo XVI pero hasta mediados del siglo siguiente se convirtieron en elemento común, llegando en el siglo XIX a su momento de esplendor.
En esta área se situaba la casa grande que funcionaba como residencia del propietario de la hacienda, su familia y sus invitados, aunque generalmente era habitada por el administrador, quien se encargaba de la hacienda en ausencia de los dueños. Un espacio obligado tanto por iniciativa del propio patrón como por la iglesia fue la construcción de capillas u oratorios que derivaron en grandes templos.
Tras estos espacios básicos surgieron otros necesarios para la producción, sustentados en la infraestructura hidráulica y de comunicación; se trata de todas aquellas construcciones que tuvieron como fin facilitar los instrumentos de la producción: abrevaderos, acequias, acueductos, agüajes, aljibes, aventaderos, bodegas, cajas de agua, canales, diques, eras, espigueros, fuentes naturales de agua, gallineros y palomares, graneros, malacates, molinos, norias, pajares, piletas, pozos, presas, receptáculos, silos, tanques, trapiches, trojes, zahúrdas o pocilgas para los cerdos, zanjas, etcétera. Y de acuerdo a su especialización también albergaron: aserraderos para las forestales; desfibradoras y asoleaderos para las henequeneras; despepitaderos para las algodoneras; establos, caballerizas, macheros y corrales para las ganaderas; ingenios para las azucareras; patios de beneficio y hornos de fundición para las mineras; tinacales para las pulqueras; zonas para asolear, secar y empapar para las agrícolas.
La oficina o despacho para el administrador de la finca se instaló dentro del casco, casi siempre a la entrada de la casa grande con su propio acceso desde el zaguán o desde el patio interior central.
Por regla general un mostrador enrejado separaba la oficina en dos partes: la más amplia donde trabajaba el administrador, el contador o el escribiente y tal vez algún secretario, y otra muy reducida en la que se atendía a los trabajadores a través de una ventanilla. Junto a ella se encontraba la tienda, espacio destinado a la venta donde había un mostrador para atender a los compradores; varios estantes de madera de gran altura y numerosas divisiones; cajones para exhibir y guardar mercancías; una báscula y una serie de recipientes y cucharones de madera y latón para pesar y medir productos diversos; algunos barriles y costales para depositar granos y líquidos, así como una buena cantidad de ganchos y mecates distribuidos en puertas y paredes para colgar infinidad de objetos.
Muchas tiendas también tenían una habitación contigua o trastienda donde almacenaban mercancías en reserva. Ambas habitaciones se encontraban resguardadas por fuertes portones con candados. Este lugar comercial fue conocido como tienda de raya, porque en un cuaderno se llevaban las cuentas o rayas de los trabajadores que compraban a crédito.
En la actualidad es importante considerar el rescate de este patrimonio nacional debido a que el uso de sus múltiples espacios puede ser orientado a la incorporación de la comunidad que lo rodea, a reactivar un sector poblacional y/o a preservar y consolidar la identidad de sus vecinos, todo lo cual puede lograrse mediante la búsqueda apoyos externos para su rehabilitación con propuestas ingeniosas, pertinentes y que aporten remanentes económicos para su entorno socio económico y cultural.