Estamos tan habituados a la palabra crisis que a estas alturas de la vida es difícil distinguir los efectos negativos y positivos que puede traer el vivir momentos complicados o situaciones que no estaban previstas.
Desde el ámbito económico pasando por lo social, la política, el comercio y hasta el clima, la humanidad vive inmersa en cambios cada vez más frecuentes y esto afecta querámoslo o no, a nuestra persona.
Nuestro instinto más primario es el de sobrevivencia, por eso, cuando sentimos que viene un momento difícil, lo primero que pensamos es cómo vamos a salir de esa situación, que estrategia debemos tomar y cuáles opciones tenemos para salir lo menos lastimados de cualquier obstáculo que se nos presente en el camino.
Lo primero que traemos a la mente es cubrir nuestras necesidades primarias y poco o nada pensamos en cómo sacar la mejor ventaja de un escenario no muy alentador.
Pero, ¿Qué tal si hacemos un esfuerzo por ver las oportunidades que trae consigo una crisis? ¿Qué tal si dejamos por un momento el estrés de la emergencia y la aprensión por lo económico?
Tal vez si abrimos nuestros ojos más allá de lo evidente podemos vislumbrar nuevos horizontes, otras luces aún dentro de la oscuridad que nos permitan enriquecer la experiencia vivida y nos coloquen en otro escalón lejos de la ansiedad y el estrés que produce encontrarnos frente a la expectativa de lo que pasará.
Aceptémoslo, somos hijos de las crisis y éstas son como un parto. Contracciones sí, pero después vienen la apertura. Nacemos entre lágrimas, unas de dolor y otras de emoción por ver un nuevo comienzo y una nueva luz que nos guíe hacia nuevas experiencias.