Por Laura Gemma Flores García
Hasta ahora en México existen programas federales que arropan los proyectos de cultura con el afán de responder a demandas de las políticas internacionales y mandatos del Fondo Monetario Internacional; pero la realidad es que las partidas para el campo de la cultura cada vez disminuyen en relación a otros programas sociales prioritarios como: reducción de la pobreza, vivienda digna, seguridad, educación, etc., es decir a solucionar problemas emergentes y menos a prevenir las causales del deterioro del tejido social que tienen qué ver con opciones y calidad de vida.
Por ello es necesario que, además de analizar el estado del arte en el que se encuentra la aplicación de políticas públicas en materia de cultura en ciudades patrimonio de México y en el resto del país, es menester trabajar sobre el diagnóstico de dichas políticas para actuar en consecuencia. Es necesario acrecentar los niveles de percepción de la realidad, sensibilizar los rangos de resolución de problemas, ofertar diversos tipos de inversiones tomando en cuenta la biodiversidad, el reciclaje de residuos sólidos y develar en qué medida la inclusión social y la diversidad cultural se practica en la República Mexicana para revisar cómo estas políticas influyen en el desarrollo sostenible del entorno y por lo tanto en el mejoramiento del tejido social.
El término tejido social[1] refiere a las relaciones que determinan formas particulares de ser, producir, interactuar y proyectarse en los ámbitos familiar, comunitario, laboral y ciudadano; componente del comportamiento que une y permite la identificación de los individuos como parte de un grupo, cultura, tradición o nación. La sociedad es la expresión del tejido social de sus ciudadanos y su fortaleza es sinónimo de solidaridad y de respeto a los derechos de todos los miembros del grupo para la creación de metas comunes y beneficiosas para las grandes mayorías nacionales. Su debilitamiento es producto de los sentimientos de indefensión, agobio y miedo que surgen de amenazas –reales o imaginarias– que generan reacciones adversas a la cohesión social (cambios de hábitos, cambios en las condiciones de seguridad, crisis económicas, sociales o de valores, etc.) y se traducen como miedo al “otro”, a los diferentes, o bien como actitudes de estar permanentemente a la defensiva.
El caso de Colombia es importante para mostrar cómo a partir de la inclusión, la diversidad cultural y la interculturalidad en la oferta cultural hubo una transformación del tejido social como lo indica la siguiente opinión experta. [2]
Ubicada en el corazón del idílico Valle de Aburrá, Medellín, con una población de más de dos millones de habitantes…creció de manera orgánica hasta cuando, entre los años 1940 y 1950, el período tristemente conocido como “La Violencia” provocó un flujo creciente de inmigrantes…a más de un millón para 1973 y tuvo como consecuencia la formación de muchos de los barrios más pobres (perdiendo) el gobierno municipal de Medellín el control de dichas áreas … El cartel de Medellín…terminó por paralizar la ciudad a punta de una violencia extrema…
En respuesta a la ineficacia del gobierno, un movimiento dirigido por estudiantes elevó … una petición que buscaba reformar la constitución nacional…En 2004, un candidato independiente a la alcaldía de la ciudad, Sergio Fajardo…movilizó a la ciudadanía de Medellín en torno a una plataforma de integración social e inversión en educación, cultura y las artes….incrementó en un 40% el gasto en educación a partir del presupuesto anual de la ciudad … hizo inversiones mayores en las artes y la cultura…Gracias a esta respuesta visionaria frente a una violencia profundamente arraigada, Medellín es hoy una ciudad transformada.[3]
En México y sobre todo en la zona centro norte de México se anuncia desde unas dos décadas atrás el horizonte de una sociedad multicultural con la entrada de varias empresas multinacionales que a medida que se inserten en el tejido social irán sin duda transformando las percepciones de la realidad y las prácticas colectivas.
Por todo ello es necesario plantearse una hipótesis que derive en la definición de objetivos medibles y alcanzables. A medida que las políticas públicas en materia de cultura proporcionen recursos alternativos y emergentes de observación y recreación de la realidad y suministren una oferta cultural más diversa, incluyente e intercultural, la sociedad que consume dichos productos dispondrá de más y eficientes herramientas para proponer soluciones a los asuntos de interrelación subjetiva que deriven en el mejoramiento del tejido social ampliando los horizontes del consumo cultural y la reinvención de públicos más demandantes de calidad.