Por Thomas Hillerkuss
En 1572 o poco antes se asentó en real de minas de Santa María de las Nieves, hoy General Francisco R. Murguía, Zac., un capitán a guerra llamado Juan Bautista de Lomas y Colmenares. Había nacido en la antigua villa de Carrión de los Condes, en el norte de Castilla la Vieja. Fue fruto de un amorío entre el cura presbítero Juan Bautista de Lomas y Beatriz de Colmenares. Con apenas 15 años de edad acompañó a su padre y al nuevo virrey don Luis de Velasco, el Viejo, a la Nueva España, donde se hizo militar en la guerra contra los chichimecas.
Al mismo tiempo buscó minas de plata, y lo hizo con tanto éxito que en su nuevo lugar de residencia pudo instalar una gran hacienda de beneficio, con varios ingenios, además de estancias para criar ganados mayores. Con seguridad fue uno de los primeros que levantó una hacienda de campo en forma, con su casco complejo y dependencias, así como durante siglos caracterizaban el mundo virreinal y el México independiente. Tenía fama de ser el hombre más acaudalado de su época en la Nueva Galicia y también tuvo muchos hijos, naciéndole de su matrimonio con Francisca Ponce de León, asimismo de origen española, cuatro varones y tres mujeres.
Imaginándose que con todo este “capital” estuviera predestinado para tareas de vuelos más altos, en 1588 entregó en matrimonio a sus tres hijas a Antonio de Castro, secretario del virrey marqués de Villamanrique, al Lic. Hernando Saavedra de Valderrama, oidor (magistrado) de la Audiencia de México, y al Lic. don Nuño Núñez de Villavicencio, oidor de la de Guadalajara, otorgándoles a todas una espléndida dote.
Las críticas por esta decesión le llegaron a Juan muy pronto, ya que la diferencia de edad entre los novios y sus nuevas esposas era de más de 30 años, y doña Isabel, doña Antonia y doña María apenas habían cumplido los nueve, diez y doce años de edad, respectivamente. Para que estos enlaces no sufrieran un impedimento legal Juan las casó por poderes y las entregó a sus maridos unos años después. Pero fue demasiado obvia su intención política: pretendía el apoyo incondicional de sus yernos que eran personajes influyentes y se hallaban muy bien ubicados en la administración del virreinato.
El primer problema verdadero surgió cuando a causa de uno de estos enlaces, el virrey Villamanrique envió a Guadalajara a todo un ejército, para tomar preso a Núñez de Villavicencio, a quien acusaba de haber contraído su matrimonio en su propia jurisdicción, aquella de la Nueva Galicia, para lo que era necesaria una autorización expresa del Rey. Ya en el campo de batalla, en último momento intervino el obispo don fray Domingo de Alzola, quien con cruz en alto se puso entre los caballeros novohispanos y neogallegos y de esta manera pudo evitar una verdadera desgracia. Después ya no se llegó a más en este asunto, sólo que doña Isabel y doña Antonia muy pronto se quedaron viudas, aparte de que los tres flamantes maridos perdieron sus cargos, pero por otras causas, y que el único enlace donde con los años se reflejó algo de amor fue aquel entre doña María y don Nuño.
Entretanto, Lomas de Colmenares hizo todo para ser nombrado como encargado de la conquista de Nuevo México, teniendo frente de sí a un competidor del mismo peso, Francisco de Urdiñola, igualmente militar exitoso durante la Guerra Chichimeca, minero rico y gran terrateniente entre el pueblo de Río Grande y las minas de Mazapil. Tejiendo una intriga contra Francisco y acusándole de haber asesinado a su mujer, logró eliminarlo como adversario; a pesar de eso, Juan tampoco salió victorioso, ya que su mala fama provocó que tanto el virrey don Luis de Velasco, el Joven, como el rey Felipe II y el Consejo de Indias eligieran a don Juan de Oñate para esta empresa. Volviéndose un hombre cada vez más rencoroso, Lomas de Colmenares intentó obstaculizar esta expedición también y acusó a don Juan de haberle robado gran cantidad de ganado vacuno y numerosas mulas, secuestrando, además, a dos mujeres y a un muchacho, conflicto que se hizo tan trascendente que el mismísimo virrey tuvo que tomar cartas en este asunto.
Con este nuevo revés y ya muy desesperado, Lomas de Colmenares se cambió de Nieves a la ciudad de México, donde ante la Audiencia y en la corte del virrey solicitó nuevas mercedes y gracias, ansiando con todos los medios posibles para mejorar la mala imagen que tenían de él.
Sin embargo, descuidando sus propiedades en el norte y despilfarrando el caudal que tenía, haciendo muchos “regalos” (sobornos), celebrando suntuosas fiestas y permitiéndose una vida demasiado costosa, se fue derechito a la ruina. Falleció en 1611 o poco después en la capital novohispano como hombre pobre y sin familia. De su emporio que levantó en Nieves, hoy en día apenas queda en vago recuerdo, y de sus descendientes únicamente el padre José de Lomas logró destacarse, trabajando sin descanso como misionero jesuita en Durango y muriendo en 1634 en Valladolid (Morelia, Mich.), con estima de haber llevado la vida de un santo (quizá para remediar un poco las malas obras de su padre).