Por Álvaro Luis López Limón
Es este un libro de buena fe, lector.
De entrada te advierto que con él
no me he propuesto otro fin que el doméstico y privado.
En él no he tenido en cuenta ni el servicio a ti,
ni mi gloria. […]
Michel de Montaigne
Así, el primero de marzo de 1580 Michel de Montaigne[1] firmaba una advertencia a su virtual lector, para subrayar que la única materia de su libro –Ensayos– era él mismo.
En 1571, después de un accidente de caballo abandonó su posición como magistrado de Burdeos para retirarse a su castillo y dedicarse a escribir, su propósito, dialogar con los filósofos y pensadores clásicos. Sus escritos son la búsqueda de respuestas, casi como si se tratara de un experimento, una probatura, una auténtica cata, un ensayo. El hilo conductor, una permanente reflexión acerca del sí mismo.
En su Ensayo, Montaigne se detiene en el elogio de la ciencia —“ornamento e instrumento de maravillosa utilidad”—, tratando de erradicar su sometimiento solo a la dialéctica, las leyes o la medicina y ampliando su marco a los servicios que puede prestar en otros ámbitos como la dirección militar, el gobierno, las relaciones de poder o las relaciones internacionales. Es decir, la ciencia es útil para desenvolverse en la vida.
Por tanto, la crítica de Montaigne a las enseñanzas regladas se centra en que, con su método de enseñanza tornan inútiles los contenidos que trasladan al estudiante, el cual, aún con la cabeza “bien repleta” no es capaz de aplicar y obtener frutos de dicho saber en su vida cotidiana por falta de práctica. En las aulas se gritan las lecciones y se obliga a repetir lo escuchado: hay que corregir este procedimiento. El alumno debe ser puesto a prueba, “haciéndole gustar las cosas, elegirlas y discernirlas por sí mismo”. Pero ¿cómo enseñar a pensar por uno mismo? De entrada, la persuasión y la orientación ordenada, la guía, el acompañamiento y el buen ejemplo habrán de sustituir los golpes y los gritos.
El recorrido formativo trazado por Montaigne parte de la infancia y de la figura del preceptor, que debe adecuarse específicamente a cada alumno, proporcionando una educación individualizada, ajustada a cada caso en particular. Deberá exponer la lección y dar voz al estudiante, sin imponer su autoridad, sin insistir en la mera reproducción de contenidos —“saber de memoria no es saber” — sino en la asimilación y el provecho obtenidos. Se trata de liberar el alma, “sierva y cautiva bajo la autoridad de sus enseñanzas. Nos han sujetado con tales ataduras que ya no tenemos impulsos espontáneos. Ya se ha apagado nuestro vigor y nuestra libertad”. El sistema educativo ha transformado al infante en un ser humano “servil y cobarde, al no dejarle libertad para hacer nada por sí mismo”.
El propósito de Montaigne se enfoca en la filosofía como disciplina imprescindible, puesto que nos enseña a vivir y su objetivo es liberar al hombre de la esclavitud, a la que se ve sometido por la brutal disciplina y la férrea autoridad ejercida en las escuelas, en las que se forman individuos incapaces de pensar por sí mismos, que únicamente saben repetir y defender obstinadamente lo que otros han dicho, lo que otros han pensado. La ejercitación del pensamiento se torna indispensable para la liberación del espíritu.
Los Ensayos de Montaigne inauguran un nuevo modo de incorporar el cambio, el movimiento, el tiempo; pero a costa, definitivamente, de renunciar a las certezas apodícticas y a los dogmas intocables; entendámoslo, a costa de demoler una cosmovisión milenaria y vagamente funcional sin afianzarnos en otra que la sustituya. Trenzar la vida al pensamiento, el fluir, vital y discursivamente nos introduce en un terreno abierto a lo imprevisible, inevitablemente permeable al cambio. Todavía se aspira a aprender a vivir y morir bien, todavía se saca brillo a algunas de las viejas joyas de la familia, si bien el trueque ya empieza a estar a la orden del día y el saber se ha tornado moneda de cambio ante un pujante afán de supervivencia; desde antes como hoy, aún se puede educar para la vida.
[1] Michel Eyquem de Montaigne, [1533-1592] Filosofo, humanista, moralista y político Francés del Renacimiento.