Por Juan Gómez
Director general de Pórtico.mx
El coronavirus ha traído al país no solamente una contingencia sanitaria sino una serie de problemas para la cúpula gobernante que, a solo poco mas de un año de ejercicio del poder, muestra fisuras, contradicciones y limitaciones en el manejo de la política nacional e internacional.
En su toma de protesta como presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador había dicho “quiero ser el mejor presidente de México” pero al parecer ese deseo que sonó a compromiso ya se olvidó.
La toma de decisiones en los momentos de crisis es lo que forma y proyecta a los hombres de Estado, quienes hacen a un lado sus intereses personales y políticos para poner sobre la mesa los de los ciudadanos. Esto, todavía no lo vemos en México.
En 1985 cuando el temblor de 7.5 grados Richter sacudió a la Ciudad de México el presidente Miguel de la Madrid se quedó inmóvil, no pudo reaccionar ante la dimensión de la desgracia que vestía de luto a la Ciudad y que sacaba a la calle la solidaridad de los capitalinos.
Hoy parece que estamos viviendo algo similar. Ciertamente el gobierno de la República no está inmóvil pero se ve rebasado por los acontecimientos, no solamente los que conciernen a la salud pública sino los que exige la sociedad y la economía.
En lo referente al frente de batalla no hay liderazgo sino contradicciones. Mientras que las autoridades sanitarias recomendaban guardar distancia, mantener la higiene en el lavado de manos y evitar el saludo personal, el presidente Andrés Manuel López Obrador mantenía una frenética actividad proselitista, repartiendo besos y abrazos en plazas abarrotadas de gente, de acarreados y simpatizantes en distintos estados y comunidades del país.
El mensaje de contradicción era evidente. Desobedecía las indicaciones sanitarias y mostraba la actitud del político en campaña, no del gobernante en el ejercicio de la responsabilidad.
En lo económico el mensaje ha sido de confrontación y no de unificación para enfrentar un escenario que será sumamente complicado en el futuro inmediato.
En México estamos en la Fase II de la emergencia sanitaria en una etapa en la que llegamos este fin de semana a los 4 mil 661 casos confirmados de coronavirus, con 296 fallecidos, lo que significa un incremento de 442 casos más en comparación a los 4 mil 219 que se registraron el sábado pasado.
Pero el presidente solo tiene en mente su labor proselitista en el ámbito electoral del 2021. Le presiona demasiado las elecciones del próximo año y por ello no disminuía sus visitas a los estados y tampoco el contacto personal con las clases populares, las que básicamente lo llevaron al poder y que inclinaron la balanza en su favor en las elecciones del 2018.
El político tabasqueño es un animal político. Tiene muy firmes y claros sus propósitos y estrategias. No le importa cambiar de partido o pisar al oponente para lograr sus objetivos y sus anhelos.
De esa manera se explica su renuncia al PRD, partido del que fue uno de sus fundadores y dirigentes nacionales. Sabía que con Cuauhtémoc Cárdenas no podría llegar acuerdos y después, cuando el grupo de Jesús Ortega se afianzó en el control del comité nacional, tendió redes hacia el PT y MC, las franquicias de Alberto Anaya y Dante Delgado, respectivamente, para después, fundar su partido, el Movimiento de Regeneración Nacional, un híbrido de intelectuales comunistas, socialistas, priistas y socialdemócratas, que hoy busca consolidar una propuesta más cercana al populismo social.
Pero el coronavirus trae otras consecuencias que ponen en serio riesgo la viabilidad del proyecto político lopezobradorista: lo económico.
En la presentación del plan económico del domingo pasado el presidente López Obrador dejó más desencanto y preocupación que certeza y seguridad en el futuro de la economía nacional.
La propuesta gubernamental solo está fincada en la viabilidad de los apoyos millonarios en becas improductivas, que solo tienen un beneficio personal pero sin una reactivación de la producción y la generación de empleos, y en sus proyectos personales: el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas (en Tabasco) y la construcción del Aeropuerto de Santa Lucía que lo construye en alianza económica con el Ejército Mexicano.
Las cúpulas empresariales reaccionaron con preocupación sobre la propuesta económica presidencial y la respuesta fue la amenaza y la intimidación, basada en las deudas hacendarias de algunos empresarios.
Y mientras confronta a las cúpulas López Obrador hace alianza con los hombres del dinero para dividir al sector privado, pero comete un error, pues los dueños del dinero son los que ocupan los primeros lugares de los hombres más ricos de México pero no los que generan más empleo.
Por ejemplo las Micro, Pequeñas y Medianas Empresas (Mipymes) generan aproximadamente el 81% de los empleos en México, mientras que los grandes empresarios solo generan millones de dólares para Forbes. Con esos se alió López Obrador para dividir a la cúpula empresarial mexicana.
Mala estrategia y pésimo mensaje político.
Pero eso no es lo peor, la crisis petrolera mostró otra contradicción del discurso lopezobradorista, pues mientras que México rompió lazos institucionales de confianza con la OPEP, el presidente se arrojó a los brazos del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, a quien le debemos el carísimo favor de la compensación de 250 mil barriles por la reducción de 350 mil barriles de petróleo crudo mexicano de exportación.
¿Qué tan caro nos saldrá el favor?
En lo político carísimo, pues como nunca estamos arrodillados ante el presidente que más maltrato y humillación nos ha causado y por el otro, se le tendrá que pagar el favor no solamente con la reposición de los 250 mil barriles de crudo, sino con la política de un mandatario antiinmigrante, racista y caprichoso.
El presidente quizá aún no percibe que su imagen se debilita y la confianza depositada por los mexicanos, cada día se aleja de su deseo de convertirse en el mejor presidente de la historia de México.
¿Qué le demandará Trump a López Obrador y que no podrá negarse el presidente mexicano?
Al tiempo.