Por Thomas Hillerkuss
En 2005 pude visitar el precioso lugar de San Antonio de las Huertas, municipio de Villanueva, que es una pequeña comunidad enclavada al pie de la Sierra Fría y se ubica a más de 20 km de la cabecera municipal. Hablando con sus moradores, un señor de más de 80 años de edad, me relató que en toda su vida, ni una vez visitó la ciudad de Zacatecas. Apenas había conocido Villanueva, y eso tampoco con regularidad. Parecía ser el campo francés de los siglos XVI a XVIII, cuando más de 80 % de las personas nunca llegó a más de 30 km de su lugar de nacimiento.
Actualmente, todos aquellos que tienen los recursos o deben hacerlo por causas laborales, en unas pocas horas y usando el avión, viajan de un continente a otro, o en un vehículo, llegan a la mayoría de las grandes ciudades o a las más bellas playas de la República. Aunque, y véase arriba, algunos no pueden o no se ven en la necesidad para emprender tales recorridos.
Por ejemplo, tomando un avión comercial y viajar de la ciudad de México a Santa Fe, Nuevo México, es un pequeño salto de menos de 3 horas. Un coche, para el mismo trayecto de 2,130 km, necesitaría casi 27 horas de puro manejo, sin tomar en cuenta los descansos necesarios y el a veces enredoso cruce de frontera, además de respetar los límites de velocidad. Pero un viajero del año de 1600, subiéndose a uno de los pesados carros de bueyes, precisaba más de 100 días, y en caballo, 50 días todavía. Y si alguien, en este preciso año, enviaba una carta a un familiar en Barcelona, España, tenía que esperar por la respuesta, un año o más. Santa Fe a la ciudad de México, al menos 50 días, y de México al puerto de Veracruz, otros 10 días.
De ahí, solamente una vez al año, por el mes de septiembre, salía una flota, la cual pasaba por La Habana donde en enero, empezaba la peligrosa travesía con destino a España, para llegar a Sevilla en febrero o marzo. Esta ciudad, durante más de cien años era el único “puerto” autorizada para recibirla. A sabiendas que está a 96 km tierra adentro, en el río Guadalquivir, por lo cual debían llevar las naos jalados por caballos, mulas y a veces por humanos. Y de Sevilla, otra vez fueron 25 días por tierra o entre 15 y 20 días por mar, hasta que el destinatario de la carta la tuviera en sus manos. Con mala suerte, la respuesta ya no llegó a tiempo porque la flota que iba a la Nueva España, salía en abril o principios de mayo, duplicándose así el tiempo de espera en nuevo México, a dos años.
Sin embargo, ya en épocas tempranos fueron inventadas medidas para acortar estos tiempos, sólo que estos no eran accesibles para cualquier. Diego de Ibarra, el famoso minero de Zacatecas y uno de sus descubridores, hacia 1580, cuando era gobernador de Nueva Vizcaya, hizo el recorrido de caso 900 km, de la Ciudad de México a la villa de Guadiana, hoy Durango, en 16 días, y eso a pesar de que le faltaba parte de una pierna que perdió en las luchas contra los chichimecas.
El capitán Miguel Caldera, mestizo, logró recorrer a caballo, los 190 km entre Zacatecas y San Luis Potosí, en apenas ocho horas. Y un correo especial, en el siglo XVIII, salió en por la madrugada de la ciudad de Guadalajara y el día siguiente, hacia las 11 de la mañana, estaba sentado bajo de un árbol en las cercanías de Fresnillo, probando bocado, es decir, cabalgó los 350 km en 30 horas. Pero en todos estos casos, estos viajeros debían tener acceso al servicio de estaciones, donde cada 20 o 30 km podían cambiar de caballo.
Las diligencias de la segunda mitad del siglo XVIII y del siglo XIX, ya fueron un primer avance significativo para el viajero normal, porque recorrían hasta 110 km en diez horas y media; aunque estos carruajes de cuatro ruedas y sin buena suspensión no eran muy cómodos y los malos caminos aumentaron aún más las penas del pasajero. Después, durante casi un siglo el transporte de pasajeros preferido en México, fue el ferrocarril, aunque nunca alcanzó ni de lejos las velocidades de los trenes actuales.
Porque antes que se llegara a estos desarrollos, aparecieron las grandes líneas de autobús que, aprovechando la creciente red de carreteras pavimentadas, en unos pocos años dejaron sin clientela al ferrocarril de pasajeros. Y casi lo mismo pasó con el transporte de carga que actualmente está dominado por miles y miles de pesados camiones.
Solamente nos queda una pregunta. ¿Por qué en México, que cuenta con extensas planicies costera y con una mesa central bastante llana y sin grandes obstáculos, el desarrollo del ferrocarril con fines económicos se quedó tan atrás? Ya que es muy conocido que el costo de transporte en un tren es mucho más barato que el de un camión de carga. Además, debemos tomar en cuenta las grandes diferencias en contaminación y de pérdidas humanas, siendo el ferrocarril el transporte terrestre más seguro que existe.