Por Anna María D’Amore
Los diversos efectos físicos y psicológicos del Covid-19, acentuados por el confinamiento y el distanciamiento social, han vuelto que los retos que se han planteado para la educación sean cada vez mayores. No obstante, en lugar de dejarnos vencer, apesadumbrados por un panorama apocalíptico, debemos espolearnos para enfrentar estos desafíos de la mejor manera posible.
Recordemos los conceptos de la UNESCO relacionados con la construcción de la paz en la mente de las personas, en especial la noción de “aprender a convivir”, ya que “en momentos en que desafíos (…) ponen en peligro la cohesión de la humanidad, aprender a vivir con los demás toma una importancia vital”[i]. La cohesión de la humanidad peligra una vez más ante la pandemia, la cual ha conducido al sector educativo a una crisis desmedida. Por ende, las áreas y tareas prioritarias para la educación, por motivos de responsabilidad y pertinencia social, son cada vez más urgentes: no se puede descuidar la educación para la paz en este contexto de desolación y contingencia sanitaria; al contrario, se debe reforzar, para buscar establecer equilibrio y armonía, lazos de solidaridad y respeto con los seres humanos y nuestro entorno natural. Una buena educación para la paz puede ayudarnos a enfrentar la adversidad con resiliencia.
Educación para la paz
De acuerdo con la ONU, la cultura de paz se basa en un conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida fundados en el respeto a la vida promovida por la educación, el diálogo y la cooperación, y requiere de un cambio de mentalidad, tanto individual como colectivo. El papel de la educación es relevante ya que incide de manera directa en la evolución del pensamiento, reflexión y crítica social y en el desarrollo de acciones formativas dirigidas al cambio actitudinal y a la modificación de comportamientos colectivos[ii] .
La paz es el tema más urgente y el más antiguo en la agenda de la humanidad, afirman algunos autores (p.e. Danesh, 2011); además, no se le puede describir como “progresiva” a ninguna civilización si no cuenta con educación, pero más aún, ningún sistema educativo puede considerarse como civilizador a menos que se base en los principios universales de paz, los cuales son: la unidad, la justicia, la equidad y la universalidad. La educación para la paz tiene como propósito impulsar el tránsito hacia una cultura de prevención, una cultura de sanación: una cultura de paz. La cultura de paz se refiere a un medio ambiente caracterizado por la confianza mutua, la unidad en la diversidad, la práctica de los principios de los derechos humanos y la democracia, así como la habilidad para prevenir la violencia y resolver los conflictos en una forma creativa y pacífica. La educación para la paz contempla todo esto y más y sus impulsores buscan incidir en la sociedad, aportando desde su ámbito, desde sus distintas disciplinas y áreas de pericia, con estudios teóricos y aplicados, y con acciones didácticas y prácticas. Pero ¿cómo ha afectado la pandemia a estos esfuerzos de promoción de una cultura de paz a través de la educación?
Si bien la educación para la paz ha tenido un importante desarrollo en los últimos años, sus acciones ahora se han visto mermadas, obstaculizadas y complicadas de múltiples maneras. Si concebimos la búsqueda para la paz como un proceso de crear la unidad en un contexto de diversidad, atestiguamos ahora con gran pesar el afán de algunos de nuestros compañeros ciudadanos de encontrar chivos expiatorios y como consecuencia, el aumento en el rechazo del “Otro”: del migrante a quien se le acusa de esparcir la enfermedad; de nuestros vecinos, que nos pueden “ganar” la vacuna; o hasta de los trabajadores de salud, quienes han sido perseguidos, todo a raíz del miedo y la ignorancia y con el pretexto de las políticas de sana distancia. Nos falta comunicación, nos falta unidad, nos falta paz.
La pandemia ha causado una de las interrupciones más grandes en la educación que el mundo ha conocido. La mayor parte de la población estudiantil mundial ha sido afectada a pesar de los esfuerzos por encontrar un sustituto a las clases presenciales en otros medios, como en distintas plataformas electrónicas, en la radio y la televisión. Aunque el impacto verdadero no se podrá medir todavía, ya sabemos por nuestras experiencias en carne propia que la suspensión de las actividades educativas presenciales ha afectado de manera negativa tanto a los educadores como a los educandos, tanto a los hogares como a las escuelas. Por más eventos que se organicen en línea, la virtualidad difícilmente logrará entregar los mismos beneficios que otorgan las actividades presenciales con el contacto humano que implican. No obstante, quienes salimos poco o nada sí podemos aprovechar la virtualidad para continuar con la educación a distancia y para mantener el contacto con los actores sociales involucrados en acciones de prevención y atención a los sectores más vulnerables quienes, a pesar de la pandemia, siguen con su labor.
Sin una comunicación efectiva y pacífica y una atención colectiva y concertada, difícilmente habrá avance. Actuemos y aportemos, ya que, como afirma Mayor Zaragoza:
Todo grano de arena cuenta en la construcción de la paz, en la elaboración comprometida y tenaz del horizonte menos sombrío que tenemos el deber de ofrecer a nuestros hijos.[iii]
Definitivamente necesitamos apoyarnos mutuamente para desarrollar propuestas educativas y estrategias de comunicación que puedan ayudar a fortalecer la resiliencia en la adversidad, en el camino hacia ese horizonte menos sombrío y más pacífico.