Por: Carlos Ernesto Alvarado Márquez.
Bienvenidos a México, el único país donde los derechos constitucionales parecen tener más enemigos en el Congreso que en las calles. Ahora, la nueva iniciativa presidencial sobre plataformas digitales pretende inaugurar la gloriosa era del “mute gubernamental”: callarte antes de que hables, o mejor aún, antes de que pienses.
El famoso artículo 109 de la reforma propuesta a la Ley de Telecomunicaciones es una joya legislativa digna del absurdo kafkiano: permite a las autoridades pedir a la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones (ATDT) bloquear plataformas digitales por el peligroso crimen de “incumplir normas”. Claro, nadie sabe qué normas son esas, ni quién las escribe, ni mucho menos quién las interpreta, pero la incertidumbre es precisamente la esencia del poder arbitrario.
Sin orden judicial, sin criterios claros y sin defensa posible, esta iniciativa no parece tanto una regulación como una receta para cocinar censura exprés. Imagínense: cualquier publicación incómoda, cualquier meme ligeramente sarcástico o video crítico podría desaparecer más rápido que los compromisos de campaña. ¿Qué sigue, manuales gubernamentales sobre cómo crear “contenido digital patriótico”?
La ironía es tan dolorosa como ridícula: aquellos que protestaban contra la censura histórica ahora proponen regular lo irregulable. Cambiaron las tijeras por un botón digital, pero la intención es la misma: silenciar la crítica bajo una fachada de modernidad y progreso.
México merece algo más que tutoriales oficiales sobre “cómo amar al gobierno en 3 simples pasos”. Necesitamos un espacio digital libre, plural y crítico, no un eco digital que repita infinitamente el discurso oficial. Defender nuestro internet es defender nuestra democracia. Aunque hoy solo sea una amenaza, mañana podría ser una realidad dolorosamente callada.
Al final del día, recordemos que si intentan callarnos, es porque temen que nuestras palabras tengan más fuerza que sus leyes. Y eso, queridos amigos, debería preocuparles mucho más a ellos que a nosotros. Porque al censurar, no silencian la crítica: gritan al mundo su miedo a la libertad.