El que concluye es un sexenio perdido para México. ¡No hay nada que celebrar!
El régimen de la transformación de cuarta finaliza con muchas deudas y pocos logros, pues los últimos seis años representaron para la nación un grave retroceso, que es diametralmente opuesto a lo ofrecido por Andrés Manuel López Obrador en las tres campañas presidenciales.
Los discursos y promesas de combate a la corrupción, el lema de “no robar, no mentir y no engañar” y la Cartilla Moral sólo fueron slogan de campaña, porque como gobierno ninguno cumplió.
En el último minuto del 30 de septiembre terminó el sexenio más sangriento y más corrupto de la historia, puesto que el primer gobierno federal morenista deja tras de sí al peor México de los últimos 30 años en casi todos los rubros.
No es exageración. Las cifras reales desmienten los “otros datos” que el presidente dio a lo largo de su administración y en el sexto informe de gobierno.
En materia económica la crisis es grave. El crecimiento promedio del sexenio es del 0.2%; lejos del 4% prometido. El Producto Interno Bruto (PIB) aún no alcanza los niveles del 2019. La inversión extranjera directa cayó un 15% por las polémicas decisiones tomadas y el debilitamiento institucional.
Tampoco hubo generación de empleos. La informalidad laboral afecta al 56.1% de las y los trabajadores, que carecen de seguridad social y derechos básicos; y los empleos formales creados en este gobierno se caracterizan por los bajos salarios. Con ello se condenó a la pobreza a millones de mexicanas y mexicanos.
Las megaobras sexenales se convirtieron en un “barril sin fondo” y en el símbolo de la opacidad y la corrupción, por la cantidad de recursos que absorbieron y la falta de rendición de cuentas. Sólo en el Tren Maya el presupuesto aumentó en más del 70% en relación al proyectado inicialmente y la refinería de Dos Bocas aún no produce combustible. Pemex, la empresa preferida del gobierno, está al borde de la quiebra por la acumulación de pérdidas billonarias resultado de una gestión irresponsable.
Se incumplió la promesa de combatir la corrupción y el nepotismo. La familia presidencial y sus allegados hicieron negocios millonarios aprovechando el poder, la información privilegiada y la impunidad. López Obrador no combatió la corrupción, sino que la perpetuó y por ello dejó al país en el lugar 128 a nivel mundial.
En seguridad pública vivimos una de las peores crisis, cuyo origen es la fallida estrategia de “Abrazos no balazos”, que permitió a la delincuencia adueñarse de la tranquilidad de la población. El sexenio termina con casi 200 mil homicidios dolosos, una desaparición cada hora, la constante violación de los derechos humanos y la normalización de la impunidad y la corrupción.
La salud es uno de los renglones más descuidados en el gobierno lópezobradorista. La desaparición del Seguro Popular dejó sin acceso a los servicios de salud a 15.1 millones de personas; hubo escasez de medicamentos en la mayoría de las instituciones de salud y se dejó sin medicinas oncológicas a niños y mujeres.
El compromiso fue que al final de sexenio México tendría un sistema de salud como Dinamarca; sin embargo, la inversión para este sector está muy por debajo del promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE); mientras que la falta de liderazgo y deficiente gestión de las autoridades federales durante la pandemia de Covid 19 dejó como saldo 800 mil muertes.
La lista de incumplimientos es interminable; tanto, que el legado de AMLO será el de un gobierno totalitario, que privilegió el populismo y la represión sobre el bienestar de la ciudadanía, dejando hoy una nación en llamas, con números rojos, con una economía que pende de alfileres y con el futuro hipotecado.
A la sociedad nos costará mucho tiempo y esfuerzo reconstruir al país. Ese México que sufrió la destrucción de sus instituciones y los avances democráticos.
No obstante, las mexicanas y los mexicanos cuentan con el Partido Acción Nacional (PAN) para participar y liderar los esfuerzos que nos permitan alcanzar un futuro confiable para la nación.
Aún hay esperanza.
Noemí Luna
Diputada Federal