Por Carlos Ernesto Alvarado Márquez.
Si uno quiere saber hacia dónde va el mundo, ya no hace falta leer pronósticos climáticos ni informes técnicos. Basta observar quién está comprando agua. Y la respuesta no sorprende. Son las potencias, los fondos de inversión, las corporaciones que vieron en el líquido vital el negocio perfecto. No importa que la ONU advierta que más de la mitad del planeta vive con escasez severa al menos un mes cada año. Para quienes mueven los hilos, la sed es solo otra variable del mercado.
Gaza es el ejemplo más obsceno. Ahí el agua ya no es recurso, es arma. La infraestructura hídrica fue casi en su totalidad destruida deliberadamente. Niños formados con botellas vacías para conseguir unos pocos litros de agua, mientras caen bombas. Es una escena que debería avergonzar al mundo, pero el mundo se acostumbró a mirar el horror como si fuera paisaje. Cuando el agua se usa para arrodillar a la gente, no hay guerra. Hay exterminio sin pólvora.
A miles de kilómetros, el Mar de Aral se secó como un mal chiste. Un mar convertido en desierto tóxico porque alguien decidió que el algodón era más rentable que la vida. Ese cadáver salado es el monumento global a la arrogancia con la que los gobiernos tratan los recursos; lo que no da votos ni divisas puede descartarse. Ese mar murió sin que nadie lo defendiera. Y esa muerte es el ensayo general del futuro.
Mientras el mundo se deshidrata, México decidió entrar a la fiesta. Solo que aquí el problema es el exceso de legislación con sed de control. El Congreso corre para aprobar antes del 15 de diciembre una nueva ley. Dicen que busca poner orden, pero quienes la leen con lupa sospechan que intenta poner obediencia.
Las organizaciones agrícolas ya bloquearon carreteras. Temen que quitar la posibilidad de heredar o vender concesiones convierta sus tierras en lotes de ornato. El Gobierno insiste en que la reforma frenará el mercado ilegal del agua. Los agricultores insisten en que frenará también su supervivencia. La realidad dice que la sed sigue igual.
Pero la parte más absurda no está en los grandes temas, sino en la vida cotidiana. En este país, abrir la llave es un acto de fe más complejo que una plegaria. Y cada día en Zacatecas es más caro pagar el agua y esperar que por lo menos te llegue lo suficiente para poder bañarte. El derecho humano al agua no se consulta con el calendario. Se consulta con la vida.
El problema no solo está en el campo, que mucha falta le hace, está en nuestra calle, en nuestra colonia, en nuestra ciudad donde el agua se va cada semana y regresa cuando quiere. Donde las fugas se vuelven cascadas y nadie las arregla. Donde la sequía parece inevitable, pero en realidad es consecuencia de años de negligencia, corrupción y decisiones tomadas para cualquiera menos para la gente.
El mundo se está apropiando del agua, pero en México lo más grave es que ni siquiera logramos administrarla. Y mientras discutimos reformas y concesiones, la verdadera amenaza es que un día abramos la llave y descubramos que ya no solo sale aire. Sale silencio.
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