Por Carlos Ernesto Alvarado Márquez
En 1937 Roosevelt intentó modificar la Corte Suprema de Estados Unidos para mover decisiones que bloqueaban sus reformas. No lo dejaron, pero lo paradójico fue que esas decisiones cambiaron sin que cambiara un solo juez.
En México 2025, ocurrió justo lo contrario. Cambiamos a los 9 ministros al mismo tiempo, pero las ideas que guían a la Corte se quedaron exactamente igual. Como si hubiéramos renovado la fachada, pero dejado los cimientos originales, aunque estuvieran ya llenos de grietas.
El jueves 13 de noviembre, la nueva Corte resolvió su primer caso importante(Salinas Pliego vs el SAT) y lo hizo por unanimidad 9 a 0. La unanimidad no es un problema cuando nace del debate. Lo es cuando nace de un guion.
La discusión giró alrededor de una regla que, según la Corte, sí está dentro de la Constitución. Hasta ahí nada extraño. Lo inquietante fue ver cómo cada razonamiento terminaba recargado en decisiones viejas sin que nadie se preguntara si esas decisiones siguen siendo buenas, malas, discutibles o simplemente desfasadas. Se aceptaron como si fueran verdades eternas, como si pensar de nuevo fuera una pérdida de tiempo.
Cuando la parte afectada intentó explicar por qué su situación merecía revisión, la respuesta fue que ya había casos parecidos resueltos antes. Cierre de puerta. Luz apagada. Asunto concluido.
Aquí aparece lo verdaderamente delicado una Corte completamente nueva decidió actuar como si heredara no solo la institución, sino también la obligación de no tocar lo que otras personas decidieron. No hubo una sola pregunta incómoda. No hubo el más mínimo gesto de duda. No hubo ese espíritu crítico que distingue al juez que razona del juez que obedece.
Y ahí está el dilema del precedente tanto en México como en cualquier democracia seguir lo que se decidió antes solo funciona cuando esos criterios siguen siendo razonables. El precedente fue creado como brújula, no como grillete. Pero lo que vimos fue una brújula usada como cadena.
La sesión del jueves dejó claro que tenemos una Corte con voces nuevas, pero memoria ajena. Una memoria que no construyeron ellos. Una memoria que aceptan sin cuestionar. Una memoria que repiten sin revisar.
La moraleja es que cuando un tribunal deja de preguntar si algo sigue teniendo sentido empieza a convertirse en museo. Y los museos son útiles para aprender, pero no para impartir justicia.
Cambiamos los nombres, sí, pero no cambiamos la conversación. Y en un país que necesita que sus jueces piensen podríamos terminar con jueces que solo repiten.
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