Por María Isabel Terán
Cuando uno lee las noticias nacionales en los periódicos de hoy, no deja de preguntarse si hemos cambiado como sociedad en el tiempo que ha transcurrido desde la Independencia.
El año pasado se cumplieron doscientos años de la publicación de la icónica obra que para algunos inauguró la literatura mexicana: El periquillo Sarniento de José Joaquín Fernández de Lizardi, conocido por su pseudónimo “El Pensador mexicano”, mismo que tomó de una de sus primeras publicaciones periódicas así titulada.
Este polémico autor de transición entre el siglo XVIII y el XIX fue de algún modo el termómetro de la sociedad de su época, evidenciando no sólo los cambios que iban transformando una sociedad virreinal en una independiente, sino poniendo el dedo en la llaga en los vicios tanto de la vieja como de la nueva sociedad.
Sus obras en general, pero sus novelas en particular, detallan el costumbrismo de la época: la manera de vestir, los usos sociales, las modas, las diversiones cultas y populares y hasta la manera de hablar de los diferentes estratos sociales. Esta estrategia sería continuada por otros autores decimonónicos como Manuel Payno, por ejemplo, en su magna obra Los bandidos de Río Frío.
El relato autobiográfico de Pedro Sarmiento, alias el Periquillo Sarniento, que es una especie de pícaro “a la mexicana”, cuenta las vicisitudes de este criollo nacido entre la clase medio-alta novohispana, y permitió a su autor ofrecer un panorama satírico y critico de la sociedad de su época.
Releyendo esta novela y la muy parecida Don Catrín de la Fachenda, escrita por Fernández de Lizardi algunos años después pero publicada de manera póstuma, cabe preguntarse si los novohispanos/mexicanos hemos cambiado como sociedad, pues los vicios individuales y sociales que son descritos y criticados parecieran ser los mismos que nos aquejan hoy en día y que se pueden leer en las notas nacionales de los periódicos actuales: la sobre protectora educación familiar muchas veces carente de valores, la ineficiente educación formal impartida en las escuelas por profesores mal preparados, el bullying, la sobre oferta de profesionales y el desmerecimiento social por los oficios que, aunado a la falta de oportunidades laborales favorece la aparición de los ociosos y “ninis”; la búsqueda del dinero fácil que en aquella época impulsaba a jugadores, vagos, charlatanes y tramposos pero que ahora orilla a muchos jóvenes a las redes del narcotráfico; los malos servicios hospitalarios, la corrupción de las autoridades, los compadrazos y clientelismos, la violencia y desigualdad de género, la ley del más astuto que se aprovecha de los pobres o ignorantes, y un largo etcétera que se extiende por muchos de los sectores de la sociedad.
Valdría la pena releer y revalorar desde nuestra situación actual estas novelas para que nos sirvieran como punto de comparación para preguntarnos si realmente hemos cambiado como sociedad o si, por el contrario, por atavismos ancestrales, seguimos siendo –sin que queramos reconocerlo para remediarlo- los mismos desde el siglo XVIII, aunque revestidos con el supuesto disfraz de la modernidad.