Por Marcelino Cuesta Alonso
Conmemoramos este año el centenario de la revolución Rusa un movimiento político causado por el descontento social y la situación de precariedad que vivía la población de la antigua Rusia. No fue esta revolución la primera ni tampoco la última en la historia de la humanidad. Todos sabemos que la historia es maestra de la vida y como tal debemos aprender de la misma para evitar volver a caer en los mismos errores del pasado.
En nuestros días los grandes desequilibrios económicos, políticos y sociales que está causando el neoliberalismo económico, han dado lugar a fuertes tensiones internacionales. Esperemos que éstas no terminen conduciéndonos a nueva conflagración mundial, como ha sucedido en otras ocasiones en la historia universal y que nuestros líderes políticos tengan un poco más de imaginación para resolver los problemas que aquejan a la humanidad.
Tal vez el sistema basado en la competencia feroz y en la lucha por la supremacía de unos sobre otros podría cambiarse por un sistema en el que la cooperación y la ayuda mutua entre todos los seres humanos fuese la tónica dominante. La labor no sería fácil pues existen en nuestros días muchos obstáculos como por ejemplo los muros, las fronteras, los nacionalismos exacerbados, los complejos de superioridad, las envidias y todo un conjunto de males que están ligados a las pasiones humanas y que no son fáciles de erradicar.
Por eso, hoy en día, más que nunca, es necesario considerar que la unión de todos los seres humanos en un solo pueblo y una sola nación nos permitiría planificar un sistema mucho más racional, justo y equitativo. Sería sin duda una gran revolución, tal vez la mayor que la historia hubiese conocido hasta el momento. Un mundo en donde se enseñase a los niños y adultos la necesidad de sostener el planeta con un consumo racional, moderado y sostenible de los recursos disponibles y que lamentablemente son limitados.
En donde la producción mundial estuviese orientada no a enriquecer a unos pocos sino a satisfacer las necesidades de la humanidad, sin caer en el consumismo ni en el esnobismo de tener que estar continuamente estrenando para así aparentar ser más o mejor que nuestros semejantes. Un planeta en el que la principal obligación fuese la de ayudar a los demás en vez de servirse de ellos en beneficio propio, o para dar rienda suelta al afán de poder que nos caracteriza.
Sé que no es tarea fácil pues en el hombre siempre estarán presentes sus propias pasiones, pero también es cierto que el ser humano siempre se ha caracterizado por superarse a sí mismo y por ir a más. Movimientos culturales, económicos y sociales como el neolítico con el descubrimiento de la agricultura, o el mismo nacimiento de la historia con la invención de la escritura o más tarde la llegada del renacimiento con su recuperación del mundo clásico, supusieron fuertes impulsos en la historia de los hombres permitiéndoles dejar atrás carencias y necesidades.
De nuevo la historia nos llama a un gran cambio en nuestro modelo de vida puesto que los esquemas de organización política, económica, social y cultural están entrando en una fase de decadencia que nos obligan a una renovación. Necesitamos una nueva manera de convivencia que le proporcione esperanza a nuestros jóvenes y que les brinde un papel activo en nuestra sociedad. No puede ser que la falta de oportunidades les lleve al radicalismo del tipo que sea, no puede ser que no se integren en la sociedad y en la convivencia pacífica, ya que el futuro de cualquier civilización depende de sus jóvenes. Y si nuestro sistema no permite esa integración entonces es necesario el cambio que sí lo permita.