Por Alberto Ortiz
El poema Annabel Lee cuenta una historia de amor, una trágica y especialmente intensa historia de amor. Allí está clave para su comprensión, en el amor inconcebiblemente aislado y alienante de dos humanos.
Lo primero que resalta es la dimensión narrativa del poema, la historia que se cuenta puede distraer y dirigir la comprensión hacia la trama y no hacia el significado principal o los porqués.
Sin embargo es básico entender la historia. Resalta el manejo del tiempo, a pesar de que aparenta ser una historia lineal, la verdad es que se trata de un tiempo estático y no transcurrible, de un congelamiento temporal en el que se recuerda constantemente lo que sucedió. Hay un ayer muy lejano que remarca la situación de pena y noche eternas del que cuenta. “Algo” aconteció hace muchos años y por ese “algo” él está postrado ante la tumba de su amada, sometido a la atemporalidad y al recuerdo lúgubre.
Luego hay un encadenamiento de causas, se encuentra así porque ella murió, ella murió por la envidia de los ángeles. En este punto entramos a una doble dimensión de significados, es crucial entenderlos.
Las características icónicas tradicionales de los ángeles desparecen para dar paso a la posesión un sentimiento aparentemente deleznable. Los ángeles “sintieron envidia”, y no son aquellos que por soberbia y envidia cayeron del Empíreo, sino aquellos que viven en el cielo y que se suponen libres de sensaciones concupiscentes; por ello es preciso reconfigurar la personalidad angélica.
Además, por dicha envidia, los ángeles matan a Annabel. Hay qué preguntarse por qué se afanan en hacer desdichados a dos humanos, por qué se ocupan de ellos. La razón tiene peso, los ángeles proceden por envidia pero con justificación, esos amantes son unos trasgresores, han convertido al amor en una realidad única, se han apropiado de un don divino, se aman únicamente uno al otro y olvidan su condición de mortales. El amor, siendo un sentimiento puro e inmortal, no puede convertirse en patrimonio de una pareja, sin saberlo tal vez, están desequilibrando el orden del universo y robando lo que no les puede pertenecer o haciendo posible lo imposible.
El “delito” es grave, los amantes han aislado al mundo en sí mismos, lo han reducido al cuerpo del otro y por lo tanto todo lo demás pierde sentido, desaparece, el universo se cae a pedazos, tarde o temprano sólo existirá el amor de Annabel y su amante. Esto es imposible. El amor humano es una imposibilidad constante, en el poema y en otras manifestaciones literarias de este tipo. Un resquicio queda en la muerte, como eternidad amorosa, pero en vida, en la tierra, en “un reino junto al mar”, debe ser imposible o imposibilitado. El papel de los ángeles es el de verdugos que restauran el orden cósmico. El amor no pertenece a esta tierra, mucho menos a dos simples mortales.
Es cierto que el orden exterior se restablece, que los trasgresores son separados físicamente, pero el anhelo de la pasión continúa, él, quien cuenta su infortunio, a pesar de sólo poseer la tumba de su amada Annabel, a pesar de ser él mismo un fantasma, se niega a renunciar y, sin esperanza de que un día la maldición cambie se aferra a contar su historia en un tiempo sin tiempo, por toda la eternidad.