El triunfo del candidato republicano Donald Trump cayó como un balde de agua helada en pleno Otoño. Su discurso estridente y radical fue acogido con beneplácito por la sociedad norteamericana y con honda preocupación por la mexicana.
Su política interior golpeará sin duda a la expectativa de la nuestra sociedad, tan dependiente y comodina, que prefiere que otros le solucionen sus problemas, antes de ponerse a trabajar.
El resultado de la elección norteamericana nos deja varias lecciones que los mexicanos tenemos que tomar en cuenta, pero sobre todo, aplicar en el modelo de transformación que hoy se asoma al mundo.
La política ya no es la misma. La comunidad global ha llegado a un nivel de hartazgo de los políticos tradicionales, los que dicen mucho y no cumplen nada, los que simulan en el discurso y son ineficaces para gobernar.
Los norteamericanos votaron por un hombre que no pertenece a la clase política gobernante. Su estilo y discurso rompió los esquemas y el paradigma de las formas de hacer política en los procesos electorales del vecino del Norte.
Trump le dijo a la sociedad yanqui lo que quería escuchar. Se refirió directamente a las preocupaciones de sus connacionales. No le importó agredir a su vecino del Sur, amenazarlo, para proteger los intereses de los norteamericanos, aunque lo tildaran de pro nazi.
Aquí en México de manera inédita los medios de comunicación le pusieron la atención en cobertura como nunca había sucedido. Varios personajes tanto de la política como del espectáculo sobre todo, se pronunciaron abiertamente en contra del republicano y a favor de la candidata demócrata, Hillary Clinton.
Actuaron más emocionalmente que racionalmente. No importó que sus llamados a votar por Hillary representaran también una intromisión en la política interna de aquel país.
Lo que los mexicanos debemos hacer es entender que el mundo está cambiando y que nosotros seguimos apostándole a la política del buen vecino; que a otros les vaya bien para que a nosotros nos vaya mejor. Nada más equivocado.
No hemos recapacitado que esa política nos hace dependientes y sumisos. Esa actitud que se dicta desde las esferas del gobierno en turno impide nuestro crecimiento como personas y como país. Inhibe nuestra creatividad y audacia social. Nos frena, nos detiene, nos atrasa.
Y ahora lo único que saben hacer es tronarnos los dedos, preocuparnos, apanicarnos. Y como respuesta publicamos memes, contamos chistes, nos burlamos de la derrota.
Nuestra actitud tiene que cambiar y mirar hacia nuestras potencialidades, hacia nuestro ingenio y capacidad de trabajo. Mirar siempre adelante y no al Norte, ni al Sur.
También debemos ser motores de cambio social y político. Si nuestros gobernantes no cambian, hay que cambiarlos.
En eso también estriba la democracia.