Por Álvaro Luis López Limón
Nuestro trabajo es llevar el evangelio a los oídos,
y Dios lo llevará de los oídos a los corazones.
Martín Lutero
Han pasado 500 años desde que Martín Lutero clavara sus 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. Si bien es cierto es un hecho –discutido históricamente– ha sido un suceso que cambió al mundo, y que esperamos se celebre –no solamente en Wittenberg y Eisleben– como corresponde, en octubre del presente año.
La vida de Lutero (1483-1546) transcurrió en un periodo histórico y cultural convulso, marcado por grandes acontecimientos en el que el propio Lutero no sólo fue un receptor sin más de aquel clima general, sino que su persona y su obra le convirtieron en un actor principal del llamado acontecimiento de la Reforma. No cabe duda que el contexto histórico del mundo en el que vivó Lutero tenía su dinámica propia y exaltación intelectual. El último cuarto del siglo XV y la primera mitad del siglo XVI, fue una época marcada de acontecimientos extraordinarios que condicionaron y estigmatizaron el rumbo de la historia y la vida de las personas.
La época en la que vive Lutero se inscribe en el periodo renacentista, un tiempo de esplendor, apertura y renovación. ¿Será el pensamiento y la obra de Lutero un buen representante de la época renacentista, se debe situar su pensamiento en el movimiento cultural llamado Humanismo renacentista? Sí y no. Ambas cosas al mismo tiempo. Sí, en el sentido de que nació y vivió en un ambiente que culturalmente respiraba Humanismo renacentista y que, cronológicamente hablando, precedió a la Reforma; fue coetáneo y próximo a humanistas renacentistas tan célebres como Erasmo de Róterdam, Juan Calvino, Philipp Melanchton, entre otros; su obra fue difundida y leída en ciudades alemanas que gozaron de un notable clima cultural renacentista, como Augsburgo, Nuremberg, Estrasburgo y Basilea; redescubrió la grandeza y dignidad natural del hombre, cuerpo y alma; criticó e, incluso, denigró y ridiculizó el sistema escolástico; dio al hombre un nuevo sentido de liberación; usó y defendió el uso de las lenguas vernáculas y, más concretamente el alemán, como medio de acceso de todo el pueblo cristiano al conocimiento de la Biblia.
Pero Lutero, no participó de otros planteamientos humanistas renacentistas que caracterizaron el comportamiento de los representantes de dicho movimiento cultural, como fue el caso de Erasmo y Melanchton, por ejemplo. Buena muestra de tal actitud fue su posición teológica de orientación hebraica y bíblica frente a la visión teológica humanista más antropocéntrica; su escaso interés por el desarrollo de las ciencias naturales y los estudios literarios y la dependencia total que estableció entre el hombre y Dios (hombre-siervo), rompiendo la posición central que el hombre ocupaba en el Humanismo renacentista (hombre centro del universo).
Esta doble situación que tuvo Lutero en relación al Renacimiento como movimiento cultural, le llevó –por una parte–, a respirar el ambiente renacentista, pero –por otra–, no asumió lo fundamental de dicha corriente de pensamiento, esto es, la visión humanista de la historia y la perspectiva de considerar al hombre como centro de la misma. Por tanto, Lutero, aún viviendo en la época del Renacimiento, no participa totalmente del espíritu humanista que le caracteriza.
Finalmente, no podemos negar que de la raíz de su pensamiento se nutrió el racionalismo moderno para poner en cuestión todo lo que no le gustaba de la realidad. La historia de la filosofía moderna y contemporánea es una constante crítica de la crítica anterior, que a su vez será criticada por el siguiente. La razón es muy sencilla, la verdad sobre Dios, el hombre o la naturaleza ya no existen. La constatación de esa crisis tiene un itinerario –bien definido– que empieza en Descartes y se prolonga en Espinosa, Locke, Leibniz, Kant, Hegel, Marx, pasando por Nietzsche hasta Heidegger, esto es, del siglo XV a la actualidad.