Por Juan Gómez
Director general de Pórtico.mx
El Coronavirus o COVID-19 será sin duda el virus de nuestra época y del nuevo siglo, el que reproduce rápidamente los contagios pero que seguramente va modificar los paradigmas sociales, políticos, económicos y de convivencia, pero sobre todo, el que vendrá a modificar los valores sociales que nos habían regido en el pasado.
Este fin de semana se puso de manifiesto que el COVID-19 ha infectado a más de 712 mil personas en 192 países del mundo, la mayoría de Estados Unidos, país que tiene más de 135 mil casos diagnosticados, los que supera a los más de 81,400 de la República Popular China que se significó como el centro de esta pandemia.
El COVID-19 ha sido también el primer virus que contagia a las redes sociales y que es objeto de muchos tratamientos, desde los abordados por profesionales que informan y orientan responsablemente a la opinión pública mundial, hasta aquellos que comparten historias inverosímiles, parciales o de plano, manipuladas por ideologías o posturas personales sobre concepciones muy limitadas sobre la aparición de esta pandemia. Hay de todo.
En México hemos tenido de todo, desde un presidente con posturas totalmente contradictorias, poco responsables y ligeras, hasta manifestaciones de seria preocupación por parte de algunos actores públicos y medios de comunicación social.
En este contexto el coronavirus ha golpeado fuertemente la imagen del presidente Andrés Manuel López Obrador, a grado tal que ha descendido su popularidad, de acuerdo a GEA-ISA al ubicarse en 47% en el mes de marzo.
No fue la única encuesta que mostró un descenso notable de la popularidad presidencial, también la empresa Gabinete de Comunicación Estratégica mostró los resultados de su encuesta el miércoles pasado, que ubican en 47% en desacuerdo ciudadano a la actuación del presidente de la República.
Algunos intelectuales críticos y partidos políticos contrarios al presidente de la República estarán muy satisfechos con estos resultados de la baja popularidad presidencial, lo cual es relevante desde el punto de vista electoral, ya que el próximo año tendremos en el país un proceso en el que se renovarán los poderes Ejecutivos en 13 estados de la República, 27 legislaturas estatales y 28 ayuntamientos, además de la renovación del congreso federal.
Lo que es un hecho irrefutable es que el ejercicio del poder desgasta. En la toma de decisiones, en la actuación por el bien común o en la aplicación de algunas políticas públicas, el poder sufre un deterioro. Nadie es inmune a este proceso natural del poder político.
Ante un hecho de salud pública que preocupa a la gran mayoría de los mexicanos y ante una pandemia que ha cobrado miles de muertes, el presidente López Obrador no se ha colocado en el vértice de un hombre de Estado, que es lo que necesitamos los mexicanos, más allá de ideologías y de partidos políticos.
Este escenario nos hace reflexionar a muchos, no solo por la gravedad del ambiente de salud pública, sino por los cambios que está sufriendo la sociedad mundial en general y la mexicana en lo particular.
Estoy seguro que después del COVID-19 México y el mundo ya no serán los mismos, habremos entrado a una nueva forma de relacionarnos con los poderes públicos y también, entre la sociedad.
En lo que Marshall McLuhan (Edmonton, Canadá/21 de julio de 1911-Toronto, Canadá/31 de diciembre de 1980) llamó “La aldea global” hoy día es una realidad que nos mantiene conectados minuto a minuto, no solo en el acontecer mundial, sino por las consecuencias que se tienen en cualquier parte del mundo, lo que sin duda, no es tomado en cuenta por la gran mayoría de los gobernantes.
Quizá no en la misma sintonía, pero la civilización mundial está conectada a través de las tecnologías de la información, lo cual no significa que cada mensaje sea veraz, porque obedece a los intereses de cada nación, de cada mandatario, de cada sociedad política.
En México observamos las contradicciones y los efectos de esta pandemia que nos mantiene recluidos voluntariamente en nuestros hogares, en donde por primera vez y después de entrar en la fase 2, hemos escuchado a un presidente recomendar que nos quedemos en casa, cuando él ha mostrado un comportamiento poco responsable con el escenario de prevención sanitaria.
¿En qué podemos cambiar?
Sin duda en la solidaridad social. Dejemos atrás el egoísmo consumista que nos lleva a la soledad y al aislamiento. Indudablemente que hemos construido una sociedad egocentrista que se preocupa solo por si misma, que se aísla y poco se ocupa de la comunicación o convivencia vecinal, comunal.
Pero también están a la vista los valores del comportamiento ético, del respeto al pensamiento diferente que pone en evidencia a la intolerancia, indistintamente de las creencias religiosas o de los signos ideológicos. Hay demasiada intolerancia en la sociedad que destruye las relaciones humanas y violenta a las personas.
Si este fenómeno pandémico nos permite salir adelante, que estoy seguro así será, habremos de tener la posibilidad de construir una sociedad mejor en la que quepamos todos, en la que seamos más solidarios y pongamos en los primeros planos la sensibilidad humana, más allá de aplicaciones, redes sociales y nuevas tecnologías, instrumentos que nos deben servir para lograr una mejor sociedad y no servirlos a ellos irracionalmente, acríticamente.
Al tiempo.