El fax estaba firmado por Américo Delgado de la Peña.
–El señor Benjamín Arellano Félix ha aceptado recibirlo en el Penal de la Palma.
Crucé la redacción corriendo hasta la dirección del diario para darle primicia al director. El giraba su silla al mismo tiempo en que se bajaba los lentes a mitad de la nariz.
–Me acaban de autorizar la entrevista con Benjamín Arellano Felix, solté con esa energía de los 22 años, mientras apretaba el fax con una de las manos.
–Darío, no vamos a hacer apología de un narcotraficante…
No insistí y mi poca experiencia desahució mi frenesí por entrevistar a un capo. Aún me quedaba camino por recorrer y aprender qué batallas hay que escoger en una redacción para perder o ganar y cuáles vas defender toda la vida.
Américo Delgado de la Peña era un lobo regiomontano especializado en impedir extradiciones de capos. En su portafolio cargaba la defensa del clan Arellano Félix, Alfredo Beltrán Leyva, Mario Villanueva Madrid (ex gobernador de Quintana Roo) Francisco Rafael Arellano y Juan García Ábrego, antecesor de Osiel Cárdenas Guillen y ex líder del cártel del Golfo extraditado a Estados Unidos. Américo de más de ochenta años, fue asesinado en agosto 2009 en Toluca, Estado de México.
Los abogados de capos poderosos en las prisiones siempre han sido enlaces entre el poder corruptor de los narcos y todo aquello que el dinero pueda comprar, incluidos periodistas y sus empresas.
Los litigantes suelen contactar a algunos reporteros que dan seguimiento a los procesos judiciales de sus clientes y a cambio de ciertos beneficios o acuerdos al interior de sus redacciones, los reporteros logran volar de bajo del radar de sus editores para enviar noticias sobre ejecuciones de cierto grupo rival, amparos ganados por el capo, declaraciones de testigos protegidos que ex culpan a los traficantes, y hasta omitir información de asesinatos públicos que no serán documentados a en sus diarios.
La industria de las relaciones entre los capos, sus abogados y algunos periodistas toma fuerza ahora que sabemos Sean Penn y Kate del Castillo se organizaron para conversar con Joaquín “El Chapo Guzmán” en plena cacería del gobierno mexicano con la ayuda de la DEA.
Los narcos buscan la forma de hacer llegar sus mensajes a través de los periodistas y sus empresas. Kate y Sean no son periodistas. En México algunos diarios siguen publicando asesinatos masivos en sus tapas, personas colgadas de puentes, decapitados y mensajes escritos en mantas dirigidos a militares, gobernadores y grupos rivales. Los populares son un manantial de horror para llevar.
Ya sea por amenazas o complicidad, algunas redacciones instaladas en zonas calientes -donde las organizaciones criminales se disputan territorios- siguen siendo la agencia de comunicación de los cárteles avalada por la lógica del “derecho a saber”.
Hoy, que urgencia y espectáculo le ganan a la información y rigurosidad, al periodismo le importa más la “puesta en escena”. La necesidad de vender para atraer tráfico, seguidores y millones de “me gusta está modificando la genética y los perfiles en las redacciones. Y por supuesto el modelo de negocio. Lo que importa es contarlo primero, no contarlo mejor que nadie.
El periodismo por segundo está convirtiéndose en periodismo basura dispuesto a alcanzar las métricas de la nube digital, pero no aferrado a desarrendar el entramado de los conflictos sociales y políticos que provocan la violencia homicida en México.
Ya se empiezan a ver alertas de ciudadanos digitales dispuestos a cuestionar este periodismo enjoy y decididos a no darle credibilidad a escándalos ausentes de técnica y ejecución periodística.
El debate público generado entre los periodistas sobre si Sean Penn saludó a un asesino y Kate del Castillo organizó el encuentro para una película de Hollywood, es un tremendo acto de hipocresía. Mientras los medios sigan obsesionados por contar la realidad a manera de espectáculo y sin rigor, con imágenes de cabezas cercenadas y cuerpos desmembrados en hieleras, el ciclo de consumo de esas noticias seguirá siendo negocio.
La realidad de México es incómoda y las historias que seguiremos contando tendrán ese aroma. Pero sería una tragedia para las próximas generaciones de periodistas que contar historias sea un mero acto de entretenimiento que camina entre lo mediocre y lo mediático.