Juan Antonio Pérez
Sobran motivos para reflexionar sobre nuestra máxima casa de estudios, tanto ciudadanos como universitarios, y para los últimos, un ejercicio de autocrítica es más que obligado. El escenario que dibujan, el conflicto de la Unidad Académica de Agronomía, los laudos judiciales respecto de las demandas al SPAUAZ en el terreno laboral y las declaraciones recientes del subsecretario de educación superior, nos obligan a ser muy responsables con nuestras acciones como miembros de esta gran comunidad.
La Universidad Autónoma de Zacatecas es un espacio de amplia libertad en la manifestación de las ideas, las opiniones y las ideologías. Es éste justamente el sentido de la universalidad de los claustros académicos en su acepción más amplia. Generosidad y tolerancia son también atributos de las casas de estudio dedicadas al crecimiento de las ideas, a su confrontación civilizada y a la búsqueda incesante de la verdad.
El conocimiento es poder, y cuando es impregnado de espíritu universitario, es un poder noble, solidario. La búsqueda de la promoción política en base a la idea pródiga de servir favoreciendo el aprendizaje, contrasta diametralmente con la sed de poder para el ejercicio del control. Este último conduce al manejo corrupto de las instituciones que llegan a entenderse como patrimonio de un grupo de poder, o peor aún, de un caudillo que se posesiona como jeque de los organismos de dirección.
La generosidad propia de lo universitario hacia lo diverso, ha sido, en el caso de nuestra máxima casa de estudios de Zacatecas, motivo de abuso al grado de que un grupo de docentes, afortunadamente minúsculo pero con una gran capacidad de hacerse presente en redes sociales, se ha dedicado afanosamente a difundir bulos, calumnias e injurias, justificándose en la “libre expresión de las ideas”. El propósito es el control por el control mismo, de manera que la institucionalidad se desdibuja, se diluye y se pervierte, y la estrategia es una calca del nazi Joseph Goebbels: repetir la mentira hasta que parezca verdad y acusar al otro de las acciones propias.
La universidad y sus sindicatos son espacios de poder político indiscutiblemente, negarlo es necio y miope; no obstante, tan o más obtuso es verlos exclusivamente con ese carácter. Y eso es justamente lo que han hecho los grupos de poder dentro de la institución en décadas recientes, marginar los niveles académicos otorgando plazas atomizadas, pauperizadas y eventuales, poniendo el control político por encima del interés institucional. La opacidad administrativa y el atropello sistemático de los derechos laborales les son propios, repitiendo la historia, y para decirlo con toda claridad, lo más bochornoso de ella.
En 1977, un grupo con eminentes coincidencias con el de los actuales provocadores digitales, cuya pretensión era entregar la Universidad al Estado, fue derrotada por la unidad de los universitarios para quienes la autonomía es un valor no negociable. En aquel entonces se trataba de panfletos insultantes y casi siempre cobardemente anónimos. Este grupo autodenominado Alianza Universitaria tuvo el atrevimiento de nombrar un rector espurio, desconociendo al rector electo por la comunidad, el Lic. Jesús Manuel Díaz Casas, quien tuvo, siendo priista, los arrestos para anteponer los valores institucionales a las pretensiones del poder. Hubo de renunciar antes que ceder, dejando la rectoría en manos de otro universitario memorable, el Lic. Jorge Eduardo Hiriartt Estrada.
Los panfletos de origen oscuro son hoy perfiles apócrifos en las llamadas redes sociales, en los que se escudan con la misma cobardía de entonces. Se identifican incluso con disfraces institucionales ante la complacencia, indiferencia y hasta complicidad de las autoridades universitarias. Hay una larga lista de similitudes, con la diferencia de que, justo ahora los provocadores cuentan con el cobijo del rector depuesto y el que se encuentra interinamente en funciones. Éste último declinó tomar medidas correctivas apelando a la “libertad de expresión”. Solapar es, por supuesto, una forma de aprobación, de contubernio. El tiempo ejerce el juicio de la Historia, es inflexible, y el futuro casi siempre está más cerca de lo que se sospecha. El rector destituido ha dejado físicamente la oficina, pero no el control político y ni siquiera el manejo administrativo. Sus huestes habrán de responder por ello.
Ni en el 77 ni ahora los provocadores buscan explotar las posibles coincidencias, y por el contrario, magnifican y tergiversan las discrepancias. He denunciado estos hechos en colaboraciones anteriores, en las que también relaté lo que describo como terrorismo procesal, consistente en judicializar diferencias en el manejo político y la conducta administrativa del Sindicato de Personal Académico (SPAUAZ). Expresé también mi convicción de que los procesos judiciales terminarían por no ser procedentes, habida cuenta de la debilidad de sus bases de sustentación, y resulta que los laudos empiezan a coincidir con mi augurio. El tribunal laboral ha exonerado al SPAUAZ, derribando los obstáculos para el proceso de reforma estatutaria, más aún, la propia autoridad dará vista a la fiscalía abriendo la brecha para un proceso penal por falsedad en declaraciones ante un facultativo judicial. El uróboro empieza a devorar su propia cola, el resto de las demandas correrán la misma suerte porque tienen el mismo fangoso cimiento.
La lluvia de demandas en contra del sindicato académico buscaban su parálisis, emascular su acción defensora de las prerrogativas laborales, solapando el uso patrimonial de las cargas de trabajo y propiciando la opacidad en su asignación. A sabiendas de los atropellos, anunciaron que los paros que este manejo fraudulento provocaría, se dedicaron a descalificarlos de antemano atribuyéndoles naturaleza electoral. No contaban con que sería víctimas de su propia complicidad, en el particular caso de la Unidad de Agronomía, en la que la dirigencia laboral ha mostrado su apoyo decidido a los docentes afectados. Un sindicato sólido y fuerte nos conviene a todos, aprendamos la lección.
La unidad es también indispensable para resolver la deuda histórica de la institución con el ISSSTE. El subsecretario de educación superior, con soberbia faraónica anuncia que las universidades públicas en crisis no serán rescatadas, y hace una caracterización de las universidades que “le gustan” y las que no. Habrá que informarle que las instituciones no están obligadas a endulzarle la vista, siendo más noble y amplia su función, que las realidades son diversas de cada una complejidad diferente.
Nuestra universidad es la segunda más barata de las públicas de México solo después de la UNAM, ofrece alimentos a muy bajo costo y transporte gratuito a estudiantes de recursos limitados. Constituye la institución nuestra un baluarte de la cobertura educativa a nivel medio y superior, así como en la oferta de posgrados de calidad. La matrícula se ha incrementado y la federación no ha respondido a dicho crecimiento. El subsidio estatal no únicamente no ha crecido con respecto al federal, sino que, contrario a los compromisos del ejecutivo, ha ido en decremento.
Los programas neoliberales de “promoción de la calidad” no han hecho sino alejar a las instituciones de su primigenia y legítima razón de ser: el pueblo. Se fortalece el individualismo y se descuida el servicio a la comunidad, el contacto con la sociedad a la que nos debemos. Hay que repensar la UAZ para salir juntos de la crisis, y no podremos hacerlos mientras se sigan solapando grupúsculos de fariseos y saduceos políticos al interior.
Únicamente unidos somos fuertes. El rector electo tiene la batuta.