Así tal cual lo digo y lo confieso. La felicidad para mí no es una meta que tenga fijada en mi vida.
La vida es muy corta como para estar “preocupados” por alcanzar todos y cada uno de nuestros sueño y anhelos más preciados. Es desgastante y a veces hasta angustiante estar cuestionándonos si somos felices o no y más en estos días en que la industria de la felicidad genera millones y millones de pesos y que “estandariza” el concepto de lo que debe ser la felicidad, el éxito y el bienestar.
A ver, vamos viendo esto por partes: si dejamos a un lado las pre concepciones que cargamos acerca de lo que debe ser, cómo deber ser y cuándo debe ser. Si quitamos las etiquetas y los juicios acera de lo que conocemos hasta el día de hoy. Si vemos las cosas desde una perspectiva diferente hacia nuestras propias existencias, si entablamos un diálogo interno para preguntarnos qué cosas nos hacen sentir mejor, les aseguro que encontraríamos el camino más sencillo y sin atajos para la plenitud de nuestro ser.
Las metas son objetivos que debemos plantearnos para alcanzar logros. La felicidad en cambio, estaría presente a lo largo de ese camino que nos hemos trazado andar y no como un logro más que necesitemos cumplir. La felicidad no es un estado de ánimo, tampoco un trofeo inalcanzable. La plenitud del ser brota de forma natural desde lo más profundo de la persona, desde la coherencia con la vivas y sobre todo, del goce natural que experimenta cualquiera al abrir los sentidos y el corazón hacia todo lo vivido.
El camino a la felicidad entonces se convierte en el camino por sí mismo, con sus desventuras y sus obstáculos; con sus éxitos y fracasos; con las metas realizadas y los planes frustrados ; con la persona que eres y quien te acompaña en este viaje desde que naces hasta el día en que cierras tus ojos a la vida.
Así que no, NO es mi meta ser feliz, es mi día a día lo que va construyendo mi felicidad.