Por Juan Gómez (@juangomezac)
Director general de Pórtico Online
El presidente Andrés Manuel López Obrador lleva un estilo de gobernar disruptivo, ajeno totalmente a los parámetros de lo “políticamente correcto” con el que han gobernado panistas y priistas en el país.
Se ha propuesto ser radicalmente distinto a todos sus antecesores, indistintamente del partido o corriente ideológica que los caracterice, aunque su modelo a seguir es el emblemático juarismo de la Reforma.
Austero y republicano pero no liberal. Pareciera una contradicción pero en los hechos de gobierno no lo es.
En los hechos de la austeridad republicana decide romper con la tradición de vivir en Los Pinos, la residencia oficial que inició el presidente Lázaro Cárdenas, al trasladar el asiento presidencial del Castillo de Chapultepec a las instalaciones oficiales de Molino del Rey.
López Obrador no solo rechaza viajar en el avión presidencial, uno de los símbolos del poder, sino que lo pone a venta en Los Estados Unidos.
El presidente viaja en avión comercial, algo inusitado y riesgoso por su seguridad personal, pero decide hacerlo para mezclarse con los usuarios y pasar por el mismo calvario del retraso de vuelos. También lo hace vía terrestre.
Reparte abrazos y sonrisas. Saluda y da palmadas a sus conocidos. Disfruta las concentraciones masivas, los tumultos, los apretujones, las porras, la matraca y los silbidos; los gritos y el sol en la cara. Lo popular.
Para muchos no se ha bajado del tren de la campaña electoral, mantiene casi el mismo ritmo recorriendo nuevamente al país, pero ahora con una estrategia distinta: se induce el abucheo al gobernador anfitrión. Es algo nunca visto.
En la tradición presidencial el mandatario se llevaba el aplauso y recogía la euforia del pueblo que se le entregaba en las plazas públicas. Hoy, en las giras presidenciales es lo mismo pero hay un ingrediente más: el abucheo al gobernador.
En el pasado inmediato el gobernador preparaba la gira y habilitaba los lugares. El partido gobernante organizaba la movilización. Ya no es así. Ahora los “superdelegados” y los líderes de Morena orquestan las concentraciones y predisponen a la muchedumbre en contra de los mandatarios estatales.
De esa manera el presidente los pone a prueba, los cala, los mide. A partir de ahí dependerá el trato con el gobernante. O sometimiento o respeto republicano. No hay más. El liderazgo está a prueba y también la capacidad política y el carácter de los gobernadores.
Algunos medios de comunicación empezaron a hacer el recuento de los estados en donde los gobernadores eran sometidos a la prueba del ácido político. Se contabilizaron hasta la semana pasada a 15 mandatarios que fueron humillados en sus plazas públicas e incluso, se publicó en redes sociales un supuesto documento con el logotipo de Morena en el que se daban instrucciones precisas para abuchear a los mandatarios y aplaudir al presidente.
Este sábado en su gira por Jalisco Andrés Manuel López Obrador le dio un giro a la estrategia. Primero en Guanajuato, el gobernador de extracción panista, Diego Sinhue Rodríguez Vallejo, fue aclamado por la multitud y después en Guadalajara, el mandatario jalisciense, Enrique Alfaro, pudo mantener el control del mitin.
Ahí el presidente rectificó: “Hay que dejar a un lado los rencores. Ya chole la politiquería; la grilla ya me tiene hasta … el copete”, expresó.
En cien días el presidente Andrés Manuel López Obrador ha mantenido el pulso del país en la mano. Ha ido del tema económico al político y de este al social. Como una película a la que se le revoluciona frenéticamente, las imágenes han pasado dinámicamente sobre la pantalla del sexenio.
Todas las mañanas centra la atención de los medios de comunicación y de la opinión pública nacional, de las redes y de la prensa tradicional. Responde cada una de las preguntas de los reporteros, a veces de manera directa y otras con evasivas, particularmente cuando no quiere polemizar sobre algún tema.
La encuesta para cancelar los trabajos de construcción del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), la venta contra el huachicoleo y el desabasto de la gasolina; la aprobación de la Guardia Nacional, la expectativa de bajo crecimiento del país en la calificación de las calificadoras internacionales, la disminución de presupuesto a las estancias infantiles; la exhibición de incapacidad de los aspirantes a la Comisión Reguladora de Energía, propuestos al Senado por el presidente; el accidente aéreo en el que perdieron la vida la gobernadora de Puebla, Martha Erika Alonso y su esposo, el senador Rafael Moreno Valle, son entre otros, los temas que han acaparado parte de la polémica nacional.
Pero a pesar de la permanente exhibición ante los medios y del cuestionamiento en las redes sociales, el presidente López Obrador no ha registrado un deterioro agudo en su popularidad.
De acuerdo a empresas encuestadoras el mandatario no tiene una pronunciada caída en la aprobación de los mexicanos. Por ejemplo Parametría le da el más alto puntaje al posicionarlo en 86% de apoyo ciudadano, en tanto que Consulta Mitofsky le dio 67 por ciento. Son 19 puntos porcentuales de diferencia entre los resultados de ambas encuestas.
El surgimiento de uno y otro tema que divide a la opinión pública y que genera un permanente enfrentamiento, así como la exposición permanente ante los medios de comunicación, tarde o temprano causarán un efecto en la imagen y en la popularidad presidencial, pero tal parece que no habrá cambios -al menos en el corto plazo- en la conducción y en el estilo personal de gobernar.
Al tiempo.