La función de la educación
es enseñar a pensar
intensa y críticamente.
Martin Luther King (1929 – 1968)
El título del texto presente ha sido pensado como una analogía del concepto de paz imperfecta acuñado por el historiador español Francisco Muñoz (1953 – 2014) para referirse, en términos muy generales, al estado de paz que es siempre perfectible. Bajo diversas circunstancias, las paz adquiere diversos significados, y de la misma manera, la universidad pública es un ente en permanente evolución, cuya construcción nunca llega a su término. La universidad sigue la dinámica de la ciencia, la cultura, el devenir histórico y el del ser humano mismo.
La Universidad Autónoma de Zacatecas se auto define como humanista, y el propósito de la presente colaboración es la de someter a escrutinio esa caracterización. En el librito “Humanismo y universidad” de los académicos de la Universidad Autónoma de Aguascalientes Mario Gensollen y Francisco Ramírez he encontrado una gran consonancia con el ideal de universidad que la experiencia ha fraguado en mis convicciones. Vaya mi agradecimiento al Maestro en Filosofía Carlos Niño por haber llamado mi atención hacia la obra citada.
De la universidad se obtiene uno de los bienes más preciados de los que se puede disponer: el conocimiento. Del conocimiento se construye una concepción del mundo, de sí mismo y del inmediato entorno. Con el conocimiento se construye el saber y con éste la acción. El saber es inalienable, intransferible y por ello no hay humana capacidad que tenga el poder de arrebatarlo, salvo con la muerte. Así de importante, de vital, es la misión de la universidad.
Ahora bien, sin desconocer las diversas formas de conocimiento, el que tiene su base en la ciencia es sin duda el que corresponde al medio universitario atesorar, alimentar y compartir. El rigor académico de los métodos desarrollados por la ciencia hace que, bien conducido, el saber se convierte en algún grado de sabiduría. El conocimiento emanado de la universidad debe proporcionar certeza objetiva, comprobable y contrastable.
Todas las creencias y las ideologías tienen espacio en la universidad pública, pero ninguna de ellas debe imponer sesgo alguno a la expresión del conocimiento. La actividad académica universitaria es , en ese sentido, no únicamente laica, sino secular. Es decir, no solo independiente de toda corriente ideológica o religiosa, sino ajena en todos sentidos a ellas.
La universidad es un espacio de libertad, pues solo en un régimen tal encuentra espacio la creatividad para su crecimiento, desarrollo y expresión. La esencia de las Matemáticas – según Goerg Cantor (1845 – 1918) – radica en su libertad, el mismo principio es aplicable a toda la ciencia y en general, a todo el conocimiento. En la libertad anida la capacidad crítica, pues como sintetiza de magistral forma el genial matemático Laurent Schwartz (1915 – 2002), de orientación trotskista, “nada puede hacerse ni en la matemática, ni en la vida, si no se es suficientemente subversivo”. El docente universitario, en este contexto, no es sino un interlocutor entre la realidad y el estudiante; la responsabilidad que ésto conlleva dista mucho de ser menor.
El humanismo acepta el desarrollo cultural de la humanidad a través de la expresión del arte, en este sentido, la cultura y la capacidad de apreciación artística se convierte en un motor evolutivo. La cercanía con la cultura es una característica epigenética del ser humano, no se hereda pero se induce, y como todo lo humano, obedece al principio darwiniano según el cual lo que no es usado termina por atrofiarse. La evolución del ser social hacia estadios superiores de civilización es, en ese sentido, también responsabilidad de la universidad.
La vida universitaria se nutre de la incertidumbre, pues al igual que Albert Einstein (1879 – 1955), la universidad humanista valora más la pertinencia de las preguntas que la certeza de las respuestas. El reto educativo es la formación para lidiar con la incertidumbre. La autonomía se ve en entredicho cuando supedita su actividad al mercado o a cualquier forma de poder: la libertad es el camino.
La democracia es la forma de organización política que en mayor medida permite el desarrollo armónico de las sociedades y las comunidades. Se garantiza con ella la homogeneidad en el progreso, en el crecimiento intelectual colectivo e individual, para el caso de la universidad pública. Es la única posibilidad de auto gobierno y de auto conducción. La democracia en un medio universitario es auto reproductiva, se replica en espiral ascendente.
La democracia trasciende los muros de las aulas, las bibliotecas y los laboratorios, implica cercanía con la sociedad, empatía con sus necesidades y aspiraciones. La pertinencia social es fundamentalmente coherencia, la universidad no transforma por sí misma, propone fundamentadamente apoyada en la ciencia, pues como expresara el gigante Nelson Mandela (1918 – 2013), “la educación no cambia el mundo, pero prepara a quienes lo transforman”. Por tanto, la calidad académica y ética de los egresados es un gran compromiso con la Historia, nada menos.
La universidad humanista es pertinente. Curiosamente, el gran físico Erwin Schrödinger (1887 – 1961) expresó alguna vez que “las ciencias naturales suelen no tener valor por fuera de los práctico”, pero su escepticismo es desmentido por el devenir tecnológico, pues como puede verse por los dispositivos que hoy encontramos en el mercado, los conocimientos físicos a los que se refería se encuentra en ellos presente. La topología y la teoría de las categorías eran hace no mucho consideradas “matemática inerte”, lo que hoy desmienten, de forma por demás contundente, la ingeniería, la química y el advenimiento de la llamada inteligencia artificial. No existe la ciencia sin uso práctico, es solo cuestión de tiempo. Este notable físico también expresó sus reservas acerca del nivel de bienestar que los avances científicos procuran, habida cuenta del uso nada constructivo del conocimiento del que todos tenemos noticia. En mucho, depende del marco en el que el conocimiento tiene lugar, y el humanismo es clave en este sentido.
La pertinencia es también cobertura, el reto es ampliar las oportunidades de formación académica a todas las capas de la población, con especial atención a las más desprotegidas, sin demérito del rigor académico, de la calidad de la educación y de la oportunidad de los servicios. La autonomía es aquí fundamental, pues le permite discernir por sus propios medios la mejor forma de servir, sin la influencia del poder, el dinero o la ideología. Por ello, la universidad debe luchar por ser suficientemente subvencionada por el Estado, no hay verdadera autonomía si está envuelta en la precariedad financiera y el estrés laboral.
La universidad es la confluencia de la innovación con la tradición, los ideales universitarios de persecución de la verdad le vienen de origen, y la verdad es la lente con la que puede vislumbrar con claridad el futuro: lo nuevo y emergente. La tradición encierra la herencia cultural necesaria para enfrentar los retos que la humanidad encara, impregnada en todo momento de identidades propias, pero permeables invariablemente a la otredad.
La universidad humanista es democrática en su vida interna, sin que ello signifique la perniciosidad del populismo. Valora la madurez, la experiencia, la solvencia académica, la trayectoria y el comportamiento regido por principios éticos. De aquí la importancia del diálogo permanente, respetuoso y libre de estridencias. Todo acto, toda opinión tiene componentes políticos por naturaleza, y en la confrontación de las ideas se tendrá tanto partidarios como detractores, pero nunca vasallos y enemigos.
El grito de los estudiantes que lograron la autonomía de la UNAM en 1929, de los asesinados en la aciaga noche de Tlatelolco de 1968, y de nuestros compañeros locales en 1977 sigue vivo y presente: por una universidad científica, crítica y popular.