Por Juan Gómez
Director general de Pórtico Mx
El proceso electoral 2020-2021 pondrá a cada partido en su lugar, pero sobre todo, someterá a prueba tanto a los actores políticos, sus estrategias y a la participación de la sociedad mexicana en la emisión del voto.
¿Bastarán los controles del poder presidencial para influir mayoritariamente en las elecciones?
El presidente Andrés Manuel López Obrador es un animal político y tiene una percepción muy particular de la política mexicana, además del conocimiento adquirido en tres procesos electorales presidenciales en los que ha participado.
Ningún político en México tiene ese bagaje de experiencia político-social hasta este momento, solo López Obrador tiene ese pulso que da el conocimiento personal del país que proporciona decenas de giras, no solo a los estados sino a los municipios y comunidades de México. El contacto directo es fundamental. Ver, escuchar y sentir.
Pero hay dos escenarios que son muy distintos porque una experiencia muy rica, sin duda, es la que da el conocimiento palmo a palmo del terreno de la política y otro, el que proporciona la silla presidencial, el poder absoluto; y ese momento no lo había tenido López Obrador.
A inicio del presente año la popularidad del presidente se había desplomado a causa del pésimo manejo de la estrategia de vacunación que por cierto, lleva a la fecha 2 millones 272 mil 064 contagios y 207 mil 020 muertes.
Empero la incipiente -aunque retrasada y lenta- campaña de vacunación anti Covid 19 ha levantado la popularidad del presidente, lo que sin duda ayudará en cierta forma a mejorar el ánimo de la población en el momento de emitir su voto.
Pero la fortaleza del presidente es la debilidad de su partido. López Obrador no aparecerá en la boleta el 6 de junio y lo que es peor, Morena carece de un líder que canalice la estrategia presidencial sino todo lo contrario, ha sido el partido que en su primera actuación en el poder en materia electoral, ha mostrado que el engaño y la traición son sus principales divisas, todo lo contrario a la máxima presidencial: “no mentir, no robar, no traicionar”.
También el presidente en reiteradas ocasiones ha dicho ante ciertos cuestionamientos mediáticos: “no somos iguales”. Pero Morena ha demostrado que son peores.
En este contexto hay que precisar que el partido Morena no registra ningún crecimiento en la mejora de su imagen ante la sociedad, debido a que desde la renovación de su dirigencia nacional y la selección de candidatos, no ha obtenido mayores niveles de aceptación ni entre sus simpatizantes y mucho menos entre los indecisos.
La serie de cuestionamientos por la selección de candidatos al interior, la postulación de figuras que carecen de identidad partidista porque provienen de otros partidos que son atacados por el propio presidente como Acción Nacional, PRD y PRI, generan el conflicto recurrente y el rechazo, tanto de militantes como de simpatizantes.
Los candidatos a puestos de elección popular, se han agarrado a un clavo ardiente en la tendencia que ha sido favorable para Morena por la influencia presidencial, pero no han tomado en cuenta el desgaste natural por el ejercicio del poder y la inexistencia de identidad del partido político que los postula.
Zacatecas es un ejemplo claro de este escenario tan contradictorio, porque el candidato morenista, David Monreal Ávila, no es apoyado por la dirigencia estatal del partido debido a que ésta lo rechazó al considerarlo una imposición de Mario Delgado.
Y precisamente por la gran división y confrontación al interior del partido gobernante, se han tendido puentes de alianzas con otros partidos por dos razones: para sumar cuantitativamente el número de legisladores que les den mayoría calificada en el congreso (federal y estatal) y para colocar los compromisos que no cupieron en la tómbola o en las listas plurinominales o de mayoría.
En estos partidos satélite de Morena hay que colocar a Fuerza por México, Partido Encuentro Solidario, Redes Sociales Progresistas y los de la alianza, Partido del Trabajo, Verde Ecologista y Partido Nueva Alianza.
En promedio Morena registra 35% en la tendencia electoral, pero este porcentaje está muy lejano al 53% por ciento que obtuvo en las elecciones presidenciales de 2018 con López Obrador, lo que se traduce en una diferencia de 18 puntos porcentuales aproximadamente.
Lo anterior marca la gran diferencia entre una elección presidencial y una intermedia, pero además, como se comenta líneas arriba, el partido se encuentra en una franja de desplome a causa de la falta de un liderazgo, estrategia electoral sólida y a las decisiones autoritarias y erróneas que ha hecho su dirigencia nacional, dividida y confrontada.
Por su debilidad e inexperiencia Mario Delgado decidió hacer alianzas principalmente con dos actores que serán parte del protagonismo de la sucesión presidencial dentro de tres años, Marcelo Ebrard Casaubón, secretario de Relaciones Exteriores y Ricardo Monreal Ávila, senador de la República y presidente de la Jucopo de la Cámara Alta.
Ambos llevan mano en la designación de gubernaturas y diputaciones federales pero además, Mario Delgado es quien carga con el desgaste en la conducción de la estrategia electoral.
¿Qué tanto influirá la todavía popularidad presidencial a favor de Morena en el proceso electoral 20-21?
De acuerdo a las tendencias que publican las empresas encuestadoras, se observa que hay una gran diferencia entre la aceptación presidencial y la partidista, lo que marca una gran diferencia en la tendencia electoral.
Los “optimistas morenistas” deberían estar muy preocupados por esta realidad que podría traducirse en un fuerte revés en el resultado electoral del 6 de junio, pero tal parece que la soberbia política los ha obnubilado de la realidad.
Al tiempo.