Por Carlos Alvarado
El juicio más famoso de la historia fue también el más inicuo. A Jesús lo juzgaron dos veces y en ambas lo condenaron sin pruebas, con testigos inventados y con jueces temerosos del poder. Ignacio Burgoa, con su ironía jurídica, recordó que aquello no fue un proceso, fue un linchamiento disfrazado de derecho. Y si uno quita la Biblia de la mesa y se sienta con el Código en la mano, descubre que en realidad aquello fue el manual anticipado del fraude procesal: un expediente fabricado para justificar una ejecución.
Hoy, en Zacatecas, no crucificamos carpinteros, pero sí colgamos de la duda a decenas de trabajadores de la Junta de Conciliación y Arbitraje. El gobierno estatal suspendió a todos sus empleados para investigar una presunta red de corrupción en laudos amañados. Se prometió imparcialidad, se habló de “preservar la presunción de inocencia”, pero mientras tanto 35 servidores públicos ya fueron expuestos en la plaza pública como sospechosos profesionales. Claro, no hay proceso todavía, solo la sospecha y la condena anticipada del rumor. Como en Jerusalén: primero la pena, después el juicio.
La Suprema Corte, en cambio, dio una lección distinta: reconoció que los errores judiciales —cuando nacen de corrupción, negligencia o dolo— no son simples tropiezos, son delitos de Estado. Y que quien es condenado injustamente no debe contentarse con un “ups” institucional, sino exigir indemnización, reparación y dignidad. La Corte dijo lo obvio, lo que en México suele ser revolucionario: que nadie debería perder años de vida por el capricho o la corrupción de un juez sin que el Estado pague las consecuencias.
La moraleja es amarga: en este país seguimos celebrando cada avance como si fuera milagro, cuando en realidad apenas corregimos lo elemental. Porque la justicia debería servir para evitar crucifixiones, no para producir mártires modernos. Y mientras Zacatecas juega a Pilato lavándose las manos con suspensiones colectivas, la pregunta queda flotando como un eco incómodo ¿cuántos inocentes más debemos crucificar antes de entender que justicia sin garantías es solo otra forma elegante de venganza?
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