Por Elena Anatolievna Zhizhko
La educación que cumpla con las expectativas de las nuevas generaciones del siglo XXI, supone, ante todo, el abandono de los principios de la pedagogía autoritaria con su claramente expresa contradicción del profesor y el alumno (relaciones de sujeto-objeto), de la idea del dominio y sumisión. Asimismo, requiere de un replanteamiento de los fundamentos metodológicos de la educación y la modernización de los contenidos educativos, metas que se plantearon en el Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI.
La educación encierra un tesoro (1996), la Declaración conjunta de los ministros de educación de los países europeos sobre la creación del espacio educativo común europeo (1999, Boloña, Italia), en el proyecto Tuning-América Latina 2004-2006, entre otros documentos que rigen hoy el sistema educativo mexicano.
La educación, según el Informe de UNESCO, debe estructurarse en torno a los cuatro aprendizajes fundamentales: aprender a conocer, es decir, adquirir los instrumentos de la comprensión; aprender a hacer, para poder influir sobre el propio entorno; aprender a vivir juntos, para participar y cooperar con los demás en todas las actividades humanas; y aprender a ser, un proceso fundamental que recoge elementos de los tres anteriores (Delors, 1996).
La nueva comprensión del papel de la educación en el desarrollo socio-económico de la sociedad, supone la prioridad del factor humano en todas las transformaciones de la vida. Según la UNESCO (2009), el propósito principal de la educación es preparar al individuo a ser responsable por sus acciones en la vida madura (UNESCO, 2009).
Asimismo, para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2014) el objetivo principal de la evolución económica es el desarrollo humano que busca que las personas puedan descubrir sus potencialidades y así llevar una vida creativa y productiva conforme con sus necesidades e intereses, puedan ampliar las opciones que tienen para llevar la vida que valoran, aumentar el conjunto de cosas que pueden ser y hacer en sus vidas, elegir el tipo de vida que desean vivir, convertirse en agentes activos dentro de la sociedad (PNUD, 2014). Este desarrollo humano también es la meta de la educación. ¿Cómo lograrla?
En la práctica, esto significa dejar de pensar en la educación como algo impersonal y objetivo (aquello que “representa el conjunto de todo lo que debemos de saber”), y empezar a crear el contenido educativo contextualizado e individualizado (aquello “para lo cual debemos de saber”). De modo que la tarea es desarrollar los principios de la educación para su eficiente funcionamiento en las nuevas condiciones socioeconómicas.
El objetivo es erigir la educación vertical, sin jerarquías y posicionamientos, sin dominio y sumisión, con el aprendizaje cooperativo y el uso de la investigación cualitativa o mixta, explotación de la experiencia previa del alumno como uno de los recursos para el aprendizaje, con el énfasis en la formación del pensamiento crítico y la reconsideración del significado de la diferencia.
No obstante los ideales educativos del proceso de Boloña y su versión latinoamericana Tuning-América Latina, su implementación formal masiva en el sistema educativo mexicano, provoca el riesgo de reducir su contenido sólo a la forma y presentar su objetivo como introducción del sistema de créditos y enseñanza por competencias. Esto puede tener consecuencias negativas (y, de hecho, las tiene), ya que, finalmente, no se transforma el contenido, el sentido, el fondo de la enseñanza, sino sólo su estructura exterior, provocando, al mismo tiempo, la disminución de la calidad educativa y la alienación (enajenación) del conocimiento.
Así, quedan fuera los aspectos tan importantes, como la democracia y equidad, el respeto a la dignidad de los sujetos del proceso educativo, la flexibilidad de los planes de estudio, la combinación uniforme de los cursos obligatorios y opcionales, el apoyo metodológico e informático, la posibilidad de trabajo individual con los estudiantes (mediante la reducción del número de alumnos por maestro), la diferenciación de la retribución al maestro en función de sus logros reales, la creación de las condiciones para la investigación, la elevación del prestigio del conocimiento, el respeto a la propiedad intelectual, entre otros.
De ahí que el conocimiento a fondo de lo que postulan los teóricos en cuyos trabajos se basan las nuevas políticas educativas, es indispensable para su correcta implementación. Además, a decir de Feu y Preescott, los temas relevantes y estructurales en el ámbito pedagógico pueden acercarse al enfoque por competencias, pero antes tendría que rastrearse la genealogía de este concepto, sus antecedentes en filosofía dialéctica y neomarxismo, para reconstruir el concepto “competencia” (Feu, 1984; Preescott, 1985).
En definitiva, el enfoque educativo basado en competencias implica un reto para la sociedad educativa, primero en la clarificación de su concepción y uso, el compromiso para la implementación responsable de este paradigma, la cautela en cuanto las expectativas que de ello se deriva, y finalmente, la discusión respecto al tipo de hombre que se está formando para favorecer su desarrollo, adquisición y construcción de conocimiento equitativo y socialmente responsable, ya que la postura actual de las instituciones educativas respecto a este enfoque “[…] constituye una mirada fragmentaria y reduccionista del acto educativo” (Tobón, 2005, p. 83).
De ahí que es importante analizar a fondo las principales teorías que sirven de fundamento para la enseñanza por competencias, promovida e “implementada” en nuestro sistema educativo desde los inicios del siglo XXI, en aras de re-pensar la noción de competencia en la educación.