Por Martín Escobedo Delgado
El Festival que hace unos días concluyó en Zacatecas, hunde su origen a fines del siglo pasado. En 1981 el Profesor Gustavo Vaquera Contreras, proveniente de la Escuela Normal de Nieves, fundó la Compañía de Artes Escénicas auspiciada por la Sección 34 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.
Integrada mayoritariamente por jóvenes profesores de Educación Básica, la Compañía funcionó de manera parcial durante el ciclo escolar 1981-1982, ya que sus integrantes laboraban en distintas escuelas por las mañanas y, por las tardes, se dedicaban a practicar la disciplina dancística. Gracias a la alta calidad de sus presentaciones, la dirigencia sindical de ese entonces decidió comisionar a alrededor de 40 profesoras y profesores a la Compañía, con el objeto de profesionalizarla.
Casi cinco años después de este esfuerzo, el apoyo sindical desapareció, lo que trajo como consecuencia el regreso de los profesores a sus escuelas. Ante la falta de compromiso por parte del SNTE, cundió un desánimo generalizado, mismo que se tradujo en la desaparición del ballet.
Entre 1986 y 1995, el Profesor Vaquera y dos de sus colaboradores estuvieron laborando en el Departamento de Difusión Cultural de la Secretaría de Educación y Cultura. En este lapso, el renglón cultural de esa dependencia se fortaleció. También en este episodio nació la idea de llevar a cabo un festival del folclor en Zacatecas. Luego de varios años de planeación, la experiencia y las relaciones del Profesor Vaquera rindieron fruto.
En 1996 se celebró la primera edición del Festival del Folclor Internacional con motivo de la conmemoración de los 450 años de la fundación de Zacatecas. Aquel año las calles, plazas, auditorios y teatros de la bizarra capital fueron testigos de las soberbias presentaciones de grupos de danza folclórica de talla internacional: Argentina, Brasil, Cuba, Eslovaquia, España, Polonia, Italia y Turquía.
Asimismo, acudieron al encuentro agrupaciones nacionales de los estados de Jalisco, Oaxaca, Veracruz, fungiendo como anfitrión de lujo el grupo de danza folclórica de Zacatecas bajo la dirección del Profesor Vaquera. Fue tal el éxito del evento que, a partir de entonces, se instituyó como parte del programa de festivales del estado de Zacatecas. Año con año, la fiesta del folclor se vigorizó en la entidad, convirtiéndose en un festival especializado de referencia mundial.
A 22 años de aquella experiencia fundante, fue decepcionante el programa de esta vigésima segunda edición del Festival que acaba de concluir. Por supuesto que no puede demeritarse el profesionalismo del Ballet Folclórico de México de Amalia Hernández, la esplendidez del grupo representativo de Honduras o el esfuerzo de las agrupaciones de nuestros municipios. Lo que se deplora es la ligereza con que la administración estatal organizó el evento.
Lo que incomoda es que, bajo el argumento de que el concepto “folclor” es un entramado de amplio espectro que abarca narrativa, literatura, artesanía y gastronomía, se haya sepultado a un festival especializado en danza, particularidad traducida en atractivo que convocaba a grandes públicos de distintas partes del país y del mundo y que era un deleite para los zacatecanos.
Lo que irrita es que la esencia del Festival Internacional del Folclor se haya diluido, transmutándose a una especie de Festival Cultural Zacatecas, sí, ese que se efectúa durante la semana santa de cada año.
El Profesor Vaquera falleció en diciembre de 2007. Afortunadamente no le tocó presenciar el entuerto en el que se convirtió el Festival del Folclor Internacional. Sin embargo, quienes aún vivimos en Zacatecas, nos acostumbramos a presenciar excelentes ejecuciones dancísticas año con año.
En 2017, contrario a lo que se pudiera pensar, el programa del Festival disminuyó drásticamente su calidad, esto sin duda, le compete a la administración estatal, que se ha caracterizado por su improvisación y falta de oficio. De nada valen las justificaciones. Lo cierto es que el cartel de este año dejó mucho qué desear. Es por ello que esperamos que termine el extravío de los organizadores y nos presenten el siguiente año un Festival —como se dice en el argot público—, de clase mundial.