Por Carlos Ernesto Alvarado Márquez
“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”. –Bertolt Brecht.
El 1 de septiembre México estrenó Poder Judicial como quien cambia de gobierno en condominio: nuevos inquilinos, nuevos reglamentos, pero la misma fuga en la tubería. Ahora los ministros serán los que fueron electos en proceso inédito, con música de acordeón, un Pleno sin salas —más parecido a junta de vecinos que a tribunal constitucional—, un Tribunal de Disciplina con dientes afilados y un Órgano de Administración que promete eficiencia, aunque también podría ser la madre de todos los controles políticos.
El fin de la era Zedillo se anunció con símbolos de purificación y bastones de mando. Muy litúrgico, muy solemne, casi como misa de domingo… con la pequeña diferencia de que en la sacristía de la justicia quedaron 1,440 asuntos pendientes. Una bomba de tiempo institucional que, según cómo se resuelva, puede salvar la credibilidad de la justicia o enterrar a la Corte bajo su propio rezago.
Y no hablamos de minucias. Entre los pendientes está la prisión preventiva oficiosa, esa forma elegante de tortura legal que la Corte Interamericana ya mandó a eliminar. También el catálogo de delitos graves que sirve de excusa para encarcelar pobres a granel mientras los grandes delincuentes juegan golf. En lo fiscal, Elektra, Movistar y Primero Mining cargan litigios millonarios que definen si en México pagar impuestos es obligación o deporte extremo. Y en el terreno social, desde casinos hasta hongos alucinógenos, pasando por el derecho a la identidad de niñas y niños nacidos por gestación subrogada.
La lista parece inventario de supermercado surrealista: IVA en maquiladoras, Elba Esther con adeudos, Google enfrentado a un abogado por 5 mil millones, el Consejo de la Judicatura peleando con la Sedena y Nafin como si fueran pleitos de vecindario… salvo que aquí no hablamos de tortillas ni refrescos, sino de miles de millones, libertades fundamentales y soberanía nacional.
¿Democratización real o captura partidista? ¿Eficiencia o embotellamiento? Todo depende de si las nuevas reglas se convierten en herramientas de transparencia o en armas de control. Porque un Pleno reducido puede sonar a agilidad, pero también huele a cuello de botella. Y un Tribunal de Disciplina con dientes puede acabar mordiendo a corruptos… o a disidentes.
La moraleja es amarga: la justicia no se mide por inauguraciones solemnes ni por discursos de purificación, sino por lo que hacen los jueces cuando nadie los ve. Y en un país con 1,440 bombas de tiempo judicial esperando estallar, los imprescindibles no son los que posan para la foto, sino los que resuelven con independencia y valor.
Lo demás, como diría Brecht, es puro teatro… y en México el teatro siempre se llena, aunque la función sea de tragedia.
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