Por Carlos Ernesto Alvarado Márquez.
El nuevo rostro del SAT no recauda, castiga. Lo que antes era fiscalización hoy se parece a una persecución con uniforme de legalidad. Las auditorías se vuelven eternas, los criterios cambian como el clima y los amparos ya no protegen a nadie. No buscan justicia fiscal, buscan obediencia. En México ya no se paga porque se deba, se paga porque se teme.
El Estado dejó de ser árbitro para convertirse en su propio cobrador armado. Y lo peor es que disfruta el papel. El doble IVA en maquilas y seguros no es recaudación, es extorsión con membrete. Inventan deudas pasadas, reescriben el tiempo y convierten la ley en un juego donde sólo ellos ganan. Cuando el gobierno usa los impuestos como castigo, destruye algo más que la economía, destruye la confianza.
La reforma a la Ley de Amparo terminó de enterrar la esperanza. Sin suspensión, no hay defensa; sin defensa, no hay libertad económica. El nuevo orden fiscal no busca ingresos, busca sumisión. México vive bajo un terrorismo burocrático donde el SAT ya no cobra, gobierna.
Y mientras el poder se divierte infundiendo miedo en los escritorios, en Uruapan alguien lo enfrentó a plena luz. Carlos Manzo, alcalde, padre, ciudadano que decidió hacer ruido para no morir en silencio. “Mientras más mediático me haga, menos se atreverán a matarme”, decía. Tenía razón. El ruido era su escudo, la palabra su única arma.
Lo asesinaron por creer que la decencia todavía servía de algo. Por pensar que proteger a su pueblo era un deber y no una temeridad. En un país donde el Estado de Derecho agoniza, su muerte es una radiografía brutal: aquí la justicia llega tarde y el valor se paga con sangre.
Manzo entendió lo que muchos en el poder no comprenden. Que callar también mata. Que el miedo no desaparece si se obedece, sino si se enfrenta. Y que la verdadera corrupción no está solo en las cuentas, sino en las conciencias que deciden mirar hacia otro lado.
Mientras los poderosos del mundo advierten que México perdió su rumbo legal y que sus jueces se eligen por aplausos, los héroes locales caen por cumplir la ley. Los grandes empresarios piden a Washington que los proteja del arbitrariedad mexicana, pero aquí no tenemos a quién pedirle ayuda. Porque en México ya ni la ley se atreve a defendernos.
Carlos Manzo hizo ruido, y su ruido sigue sonando. Es el eco de una verdad incómoda: este país castiga al que produce, silencia al que denuncia y sepulta al que se atreve.
El Estado de Derecho está muriendo, pero todavía hay quienes deciden gritar en lugar de rezar. Y en ese grito, aunque duela, todavía hay vida.
Moraleja: Cuando la ley se usa para castigar y el valor se paga con la muerte, el silencio ya no es prudencia, es complicidad.
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