Por Carlos Ernesto Alvarado Márquez
Mientras México arde en impunidad, el debate nacional gira en torno a… la toga. Sí, la toga. No el rezago judicial, no la prisión sin sentencia, no la elección fraudulenta de jueces y magistrados. ¡La toga! Esa prenda que, como muchas otras cosas en este país, ya no se quiere usar —aunque su abolición no vendrá por una evolución jurídica, sino porque los nuevos ministros “electos por el pueblo” sienten que les aprieta la conciencia… o el cuello.
Y mientras los recién llegados al Olimpo judicial discuten si se sienten cómodos con esa prenda incómoda, la consejera del INE Claudia Zavala —en un momento de lucidez institucional que merece marco y altar— nos recordó que el verdadero escándalo no está en lo que se quitan, sino en lo que ocultan.
Porque resulta que esta “histórica elección” judicial fue más bien un carnaval con máscaras. Zavala denunció prácticas que harían sonrojar al mismísimo priismo de los 80:
¿Quién los repartió? ¿Quién los financió? ¿Quién los impuso? Silencio. Lo único claro es que la toga les estorba, pero el fraude no.
Porque aquí no se trató de renovar al Poder Judicial: se trató de tomarlo. No se evaluó preparación, sino lealtad. No se buscó justicia, sino obediencia. Y todo eso, vestido con discursos de democracia popular y urnas perfumadas con tinta… tóxica.
El problema no es si los nuevos ministros usan toga o no. El problema es que creen que ya no la necesitan. Que la legitimidad les viene del voto (inducido, fraudulento y manipulado), y no del derecho. Que pueden despojarse del símbolo porque ya tienen el poder. Total, ¿quién necesita el respeto de las formas cuando ya se tiene el control de los fondos?
La toga, al menos, era un recordatorio de que había algo sagrado en impartir justicia. Pero ahora, hasta eso resulta “innecesario”. En esta nueva era, basta con un cargo mal ganado, un discurso bien escrito, y un pueblo engañado.
Moraleja: Quitarse la toga no es el problema. El problema es que también se quitaron la vergüenza… y lo que quedaba de legitimidad. Pero eso sí: el fraude vino planchadito.