Por Carlos Ernesto Alvarado Márquez
Hay propuestas que, disfrazadas de justicia social, terminan abriéndole la puerta a la incertidumbre institucional. La ministra Lenia Batres ha lanzado una de esas,permitir que se reviertan sentencias firmes si hay sospechas de corrupción, omisiones o errores. Suena bien, como todo lo que promete redención a posteriori, pero en el fondo, es una receta peligrosa que confunde justicia con revancha y derecho con intuición.
Porque sí, en México existen sentencias viciadas, contratos chuecos y jueces que firman resoluciones como si fueran enchiladas de doña Lupe. Pero seamos claros,son los menos casos, no la regla. Lo otro, lo de que “el sistema está podrido”,suele ser más percepción que realidad. En el derecho, como en el box, no hay empates, alguien gana y alguien pierde. Y al que pierde, muchas veces, le resulta más fácil gritar “corrupción” que aceptar que su argumento era más flaco que el presupuesto del Poder Judicial Federal.
Reabrir sentencias firmes con el argumento de que “algo huele mal” es atacar un principio fundamental del derecho, la cosa juzgada. ¿Por qué existe? Porque si todo puede reabrirse, nada se resuelve. No se trata de obstinación legalista, se trata de darle estabilidad a la vida pública. Una justicia sin fin es una justicia que nunca empieza.
Y no es que el sistema esté ciego ante los errores. Al contrario, ya existen mecanismos para corregir fallos graves, como el error judicial. La Corte lo ha dicho, si una persona fue condenada por un error craso y evidente como dictar sentencia con base en hechos inexistentes o confesiones obtenidas a punta de golpes, el Estado debe indemnizar. No se necesita dinamitar la Constitución, solo aplicar lo que ya está previsto… pero bien.
Tomemos el caso de aquella mujer que pasó 20 años en prisión por un crimen que no cometió. La Corte la liberó al constatar que la confesión fue obtenida bajo tortura y las pruebas eran una colección de absurdos. El problema no fue la cosa juzgada, sino el proceso corrupto y la falta de control previo. El derecho falló, sí, pero no por sus principios, sino por su ejecución.
Entonces, en lugar de abrirle la puerta a reformas que hagan del sistema judicial un eterno borrador, mejor concentrémonos en lo urgente, formar jueces éticos, defender el debido proceso, crear mecanismos ágiles de corrección, y sí, reparara las víctimas cuando el aparato se equivoca.
Pero sin convertir al Poder Judicial en un circo donde cada función termina con una nueva anulación “por si las moscas”.
Moraleja: El que diga que toda sentencia injusta es corrupción, probablemente perdió el juicio… o el juicio. Si seguimos legislando desde la rabia y no desde la razón, pronto los juicios los resolverán los influencers, los amparos se pedirán por WhatsApp y los expedientes se consultarán por TikTok. Y así, en nombre de la justicia, terminaremos enterrando el derecho. Sin misa… pero con streaming.
Si se me permite, quiero felicitar a los juristas por el día del abogado.
Reconozco a quienes hacen del derecho no solo una profesión, sino una forma de dignificar la vida. A quienes cargan la toga con convicción, argumentan con ética y luchan con inteligencia. Porque defender la ley es, en el fondo, defender al ser humano. Ser abogado es cargar la responsabilidad de transformar el conflicto en orden y el caos en justicia. Hoy más que nunca, se requiere temple, inteligencia emocional y convicciones profundas. ¡Gracias por no rendirse ante el sistema, ni ante la costumbre de la injusticia!