A Santos Antonio González Esparza, el amigo.
Por Juan Gómez (@juangomezac)
Director general de Pórtico Online
Mientras veo algunas escenas de los Juegos Olímpicos de Río 2016 y la actuación de los atletas mexicanos que no han logrado, hasta este momento, ganar un pódium en la justa deportiva, pienso en las políticas públicas en el deporte mexicano que evidencian un sonoro fracaso.
Recuerdo también el 7-0 del partido México Vs Chile en la Copa América que mostró el nivel del futbol mexicano y, el fracaso de un deporte que se practica masivamente en el país, que es el más popular y el que más dividendos arroja a los monopolios televisivos.
Estos resultados nos vuelven a poner sobre la mesa la mala conducción del deporte mexicano, y la ausencia de una política pública de largo plazo en materia deportiva en la que, los jóvenes y la sociedad en general, obtengan una cultura en el cuidado de su salud y de su condición física.
Los gobiernos federal y estatales le fallan a los mexicanos en ese sentido, puesto que descuidan el desarrollo integral de los gobernados, al no generar una infraestructura adecuada para la práctica de una actividad física y sicológica.
Muchos cronistas y conductores de los espacios televisivos deportivos empiezan a comentar la falta de medallas de los deportistas mexicanos en las olimpiadas que se llevan a cabo en Brasil. De hecho se empiezan a generar algunas críticas al hablar del “fracaso” en la participación olímpica. Otros apuestan a la esperanza de los atletas que aún no participan en la justa deportiva.
Pero dejar el comentario o la crítica solamente en la escasez de medallas olímpicas, es dejar el tema en la superficialidad, y no ir al fondo del problema que arrastra nuestro país desde hace muchos años.
Parte del escaso crecimiento en materia deportiva tiene que ver con la designación de los dirigentes. Por ejemplo, el actual titular de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte en México (Conade), Alfredo Castillo, se desempeñó como funcionario en la Procuraduría General de la República (PGR), en la Agencia Federal de Investigaciones (AFI); fue Procurador de Justicia del Estado de México (cuando Enrique Peña Nieto gobernaba dicha entidad federativa); titular de la Procuraduría Federal del Consumidor y Comisionado de Seguridad en el estado de Michoacán.
Después de este último cargo el presidente Peña Nieto lo asigna a la Conade, como premio a sus servicios prestados en casos tan polémicos como el de la muerte de la niña Paulette, cuyo cuerpo fue encontrado bajo el colchón de su recámara, después de una “ardua” investigación del entonces procurador del Edomex y hoy responsable del deporte mexicano.
Con este perfil el responsable de la Conade no tuvo empacho en acreditar a su novia para que asistiera con él a las exhibiciones deportivas, pero dejando fuera de ese lugar a algún preparador físico o terapeuta deportivo que asistiera a los atletas mexicanos.
Los gobernantes mexicanos cuando entran en crisis algunas de las áreas de gobierno, lo único que hacen –y eso en algunas ocasiones- es quitar al responsable de la dependencia y poner a otro. Eso es todo.
De esa manera “solucionan” un problema y se quitan la presión de la opinión pública o del grupo antagónico que cuestiona los errores, abusos o excesos de los funcionarios públicos.
Pero jamás se hace una revisión de la política que falló o de las estrategias que no dieron los resultados establecidos. Menos aún se proponen otras nuevas para resarcir el daño causado y avanzar en el logro de los objetivos.
¿Sanción por la ineficacia del funcionario público? Jamás. Eso no existe en el manual de corrección de la política mexicana, al menos que sea un “chivo expiatorio” necesario para calmar la sed de venganza social o política.
La gran mayoría de los atletas mexicanos que triunfan lo hacen preponderantemente por mérito personal y de su familia, pero raramente por el apoyo del Estado mexicano en el deporte.
Hasta el momento no hemos visto esa visión de Estado en la clase política mexicana, ni siquiera en la alternancia que vivimos del 2000 al 2012, durante las administraciones panistas. No hubo cambios relevantes.
Y tampoco habrá variación en la integración, planeación y ejecución de las políticas públicas en materia deportiva, por ejemplo, mientras la sociedad mantenga el autismo que le ha caracterizado en los últimos decenios.
La sociedad mexicana olvida fácilmente, se sumerge en su zona de confort o se aferra a sus miedos para no actuar, para no exigir mejores servicios públicos y mejores gobernantes.
Somos un pueblo permisivo que cuchicheamos y criticamos los actos de gobierno, pero nos falta conciencia de nuestra responsabilidad ciudadana; nos burlamos de los fracasos de los políticos y los denostamos en las redes sociales –muchos desde el anonimato- pero somos incapaces de asumir un compromiso con el país o con la ciudad en que vivimos.
Nos indigna la corrupción y la impunidad; la mediocridad y perversión de la clase que nos gobierna y el cinismo de los políticos, pero no respetamos los cajones de estacionamiento para discapacitados o tiramos la basura en la calle.
Estos son los políticos y sus criterios para dirigir al deporte mexicano y lo hemos permitido durante muchos años. Nunca les hemos pedido cuentas de cómo administran los recursos públicos y tampoco les hemos exigido un plan transexenal de objetivos deportivos.
Es por ello que la Conade navega hacia el pacífico y el Consejo Olímpico Mexicano (COI) hacia el Golfo de México, con la complacencia del gobierno mexicano y en demérito del crecimiento y desarrollo deportivo nacional.
¿Hasta cuándo permitiremos que prevalezcan esos “usos y costumbres”?
Al tiempo.