Por María Isabel Terán Elizondo
Dentro de unos días nuestro país celebra su fiesta cívica más importante: el grito dado por el cura Miguel Hidalgo y Costilla la noche del 15 de septiembre de 1810, enarbolando un pendón con la imagen de la virgen de Guadalupe, símbolo del criollismo que cobijaría también las causas de los mestizos, indios, negros y castas. Ese grito daría inicio al movimiento armado por la independencia de la Nueva España.
Sin embargo, el enfrentamiento entre los criollos -“españoles americanos” por haber nacido en el Nuevo Mundo-, y los “gachupines” –oriundos de la Península-, que era en realidad el trasfondo de esa guerra que se prolongó durante once años, tenía una larga historia. Ya desde los inicios del virreinato, y en la medida en la que iban naciendo criollos hijos de criollos y ya no de españoles provenientes de Europa, empezaron a acentuarse ciertas diferencias entre unos y otros.
Los españoles no tenían un vínculo emocional con la tierra que los recibía generosa y añoraban siempre su patria en la Península, en cambio, los criollos, por haber nacido en América, poco a poco comenzaron a identificar el término “patria” con ella y no con esa lejana tierra cuya corte poco los tenía en cuenta.
En época muy temprana, en el siglo XVI, Baltasar Dorantes de Carranza recogió en su Sumaria historia de las cosas de la Nueva España dos sonetos anónimos que dan voz a unos y a otros y en los que ambos señalan los vicios y defectos del otro. Se titulan: “El español maldice de México” y “El criollo responde al advenedizo” . El mismo autor recogió, también, fragmentos de otro poema, atribuido a Mateo Rosas de Oquendo, en donde así mismo el poeta deja constancia de las diferencias y desavenencias entre ambos grupos.
Sin embargo, este incipiente “criollismo”, como lo denominó Edmundo O´Gorman, se consolidó hasta el siglo XVII, cuando los criollos lograron conformar una conciencia de grupo. Y quizá en ello contribuyó el descubrimiento y derrota de la llamada conjura de Martín Cortés a mediados de la centuria anterior, con la que un grupo de jóvenes, hijos de conquistadores, pretendieron levantarse en armas contra la corona por haber eliminado la posesión a perpetuidad de las encomiendas otorgadas a sus padres. Semejante desacato fue castigado con la prohibición de que los criollos pudieran acceder a cargos civiles o eclesiásticos de importancia, y con el escarmiento público en el que fueron degollados los hermanos Ávila, sentido episodio que sería recordado a mediados del siglo siguiente en un poema de Luis de Sandoval y Zapata, y que en el siglo XIX sería interpretado como el primer intento de emancipación.
Imposible sería anotar aquí todos los ejemplos literarios que dan cuenta de las desavenencias entre criollos y gachupines a lo largo de los dos siglos siguientes, pues en la medida de que el criollismo se fue afirmando y de que los criollos se fueron identificando cada vez más con la tierra a la que poco a poco asumen como su verdadera “patria”, estas manifestaciones se multiplicaron.
También contribuyó el hecho de que a partir del cambio de dinastía de los Habsburgo a los Borbones y se reestructuró la estructura administrativa y económica de los virreinatos, las ideas ilustradas, con una familia francesa en el trono, penetraron más fácilmente en el territorio americano a pesar del celo inquisitorial, de modo que las nuevas ideas de libertad e igualdad que cuestionaba los privilegios del clero y los nobles, así como la monarquía absoluta, ofrecieron a los criollos más elementos para darle sentido y espaldo a sus anhelos de emancipación. Otro suceso que favoreció las ideas independentistas fue la invasión de Napoleón a España en 1708, y la prisión del rey español Fernando VII. El que esta monarquía se quedara sin su legítimo gobernante y el gobierno fuera asumido por un monarca espurio, dio a los criollos el sentido de la oportunidad: ése era el momento ideal para buscar la independencia. Y así lo señala un poema de la época: “Abre los ojos, pueblo americano/ y aprovecha ocasión tan oportuna./ Amados compatriotas, en la mano/ la liberad ha dispuesto la fortuna”.
Sin embargo, no todas las voces clamaban por la independencia, algunas otras hacían un llamado a la prudencia y a que prevaleciera la armonía sobre las desavenencias. Y de una de esas voces es la de Francisco de Paula Urbizu, un editor del que se tiene escasa información, quien solicitó al virrey el permiso para imprimir un papel suelto titulado Voces con que un americano desea inflamar a sus compatriotas, el cual no hay constancia que obtuviera la licencia y llegara a las prensas.
El papel en cuestión, de unas cuantas fojas, probablemente fuera escrito en 1808 con ocasión de la invasión napoleónica y la prisión de Fernando VII, pero a diferencia del poema citado anteriormente, éste habla de que es momento de que todos los súbditos españoles le muestren lealtad a su rey, por lo que insta a sus compatriotas a superar cualquier desacuerdo entre criollos y gachupines en pos de ese interés común. Esto es lo que dice:
¿Pues porqué no deberé esperar que los que unió la alegría los haga unos el amor? Si sin preocupación ni odiosas competencias se unieron nuestras voluntades para proclamar nuestro amabilísimo monarca, ¿por qué el espíritu partidario los ha de dividir? Vayan lejos de nosotros, y ni al oído se permitan las detestables voces de gachupines y criollos; españoles americanos y americanos españoles somos y hemos de ser para siempre. Destiérrense de nosotros tan feas voces; los afectos y no las calidades hemos de unir. Unos nos hace la sagrada religión que profesamos; unos el amor, lealtad y servicio de nuestro rey y señor natural; unos el suelo que habitamos. La denominación de antigua y Nueva España no la hacen en la substancia dos: unos han sido nuestros júbilos y alegrías, no ha habido distinciones: el sacerdote, el ilustre, el militar, los nobles se han unido con admirable concordia con los plebeyos; permanezca pues esta unión, paz y armonía para defender los sagrados derechos de nuestro augusto soberano. La virtud unida, dicen los filósofos, es más fuerte. ¿Pues cuál sería la de tantas voluntades al servicio de este señor?
Sin embargo, como es bien sabido por la historia patria, estas palabras caerían en el vacío entre sus compatriotas, y al final prevalecerían las diferencias sobre las afinidades, y la ciudad de México, y enseguida toda la Nueva España se levantaría en armas tan sólo dos años después.