Por Anne Leyniers
“Esta exposición es una selección de imágenes participantes en el Primer Concurso de Fotografía Antigua que la Fototeca de Zacatecas Pedro Valtierra organizó con el objetivo de recuperar la historia visual del estado.”1
La exhibición presenta los resultados de un proceso de recopilación de documentos fotográficos. Se distingue de una serie de fotografías realizadas por un profesional con el fin de recolectar ambientes, paisajes urbanos y campestres, ruinas precolombinas o arquitecturas novohispanas, acontecimientos y personajes, como testimonio y con un objetivo previamente establecido. Entre tantos fotógrafos de la mexicanidad, recuerdo a algunas y algunos, pensando en los valiosos trabajos de Hugo Brehme, Désiré Charnay, Guillermo Kahlo, François Chevalier, Edward Weston y Tina Modotti, Lola y Manuel Álvarez Bravo, los hermanos Casasola o Pedro Valtierra. Numerosos son los artistas que han compuesto acervos de clichés típicos, históricos y tradicionales, retratando la esencia de la identidad mexicana. Está también la aportación de los periodistas fotógrafos, tan importante en la construcción de una memoria visual, que registra las ceremonias, los actos protocolarios y otros informes visuales oficiales del quehacer político del país. Considerando también la fotografía periodística y documental, desde las célebres vistas del México revolucionario hasta la más reciente actualidad, donde los camarógrafos arriesgan su vida cubriendo los hechos, para capturar el instante preciso, la acción memorable, las condiciones cotidianas. Testigos imprescindibles de los acontecimientos dramáticos, y a la vez fundacionales, que forjaron la nación mexicana contemporánea. Gracias a su acción, se difundió una iconografía de la desesperación popular y de la lucha revolucionaria, vuelta hoy día emblemática de México en la memoria colectiva universal.
Semejante concurso para reunir fotografías antiguas interpela a ciudadanos provenientes de diversos horizontes, reunidos en esta ocasión. Emulados por una invitación a divulgar y compartir sus tesoros documentales, revelan un denominador común: una inclinación por coleccionar imágenes que encierran historias del pasado. Es una afición para conservar las fotografías de familia, los recuerdos de los momentos importantes de la vida, de los hechos y personajes que marcaron su historia personal. A través de su gusto por la parentela, la ciudad, el terruño, el testimonio histórico, el recuerdo plasmado en estampas posadas y las acciones capturadas por instantáneos, todas estas familias se encuentran reunidas, representadas por sus álbumes de fotos.
En épocas más remotas, nuestros antepasados hubieran encargado un retrato pintado, un fresco evocador de acontecimientos relevantes, un busto esculpido o un retablo popular. Y si nos remontamos todavía más en el tiempo, pudieron grabar una escena en un abrigo rocoso, sobre un guijarro, esculpir una estela o pintar una vasija, y demás expresiones artísticas que son a la vez documentos históricos.
Desde que el registro escrito existe, podemos encontrar tanto breves y sintéticas como largas y detalladas narraciones de festejos, eventos, edificios, personajes, objetos u obras de arte. Circunvoluciones verbales o insípidas descripciones que se esfuerzan en dar fe de cómo eran los hechos, las cosas, la gente, el clima, el ambiente, el protocolo, la moda, y tantas otras facetas que, sin embargo, captamos y percibimos en una mirada, con una imagen. Es cierto que, gracias al entrecruzado de las fuentes diversas, se enriquece el discurso y se hace más completa la reconstitución del pasado. Esta interconexión documental se resume muy bien en esa frase: “Mirar el entorno y disparar una cámara es una pequeña fracción de lo que se necesita para poder contarle al mundo acerca de sus más profundas hazañas, del devenir de su gente y del infinito transcurso del tiempo o lo que llamamos historia”.2
Cuando deseamos hacer una labor reconstructiva, nos apoyamos en todos los elementos posibles encontrados para armar el rompecabezas de un pasado definitivamente finiquitado, pistas diversas, datos dispersos, conservados por retazos y briznas, reunidos artificialmente para la ocasión, según la suerte, la perseverancia, la competencia del investigador y gracias también a la generosidad de los detentores de los documentos. Apoyado en su rigor metodológico correspondiente a la corriente de la historia en la cual se inscribe, lo cual será el aglutinante de los componentes que permitirá esbozar un cuadro, el estudioso del pasado analiza la masa documental y propone una interpretación, llevando a cabo una reconstrucción hipotética.
La Escuela de los Annales, reconocía desde los años ‘20 del siglo XX, el valor del documento en esencia sea cual sea, testimonio de tiempos pretéritos, y la Nueva historia identificaba la disciplina histórica como “ogro” del conocimiento. Con estas posturas metodológicas, manifestaban su disposición a absorber todo tipo de fuente, incorporando las disciplinas periféricas, como la arqueología, la antropología y la historia del arte, entre otras. Esos renglones, hoy vueltos célebres, publicados a mediados del siglo pasado lo ilustran: “Indudablemente la historia se hace con documentos escritos. Pero también puede hacerse, debe hacerse, sin documentos escritos si éstos no existen. Con todo lo que el ingenio del historiador pueda permitirle utilizar para fabricar su miel, a falta de las flores usuales. Por tanto, con palabras. Con signos. Con paisajes y con tejas. Con formas de campo y malas hierbas. Con eclipses de luna y cabestros. Con exámenes periciales de piedras realizados por geólogos y análisis de espadas de metal realizados por químicos. En una palabra: con todo lo que siendo del hombre depende del hombre, sirve al hombre, expresa al hombre, significa la presencia, la actividad, los gustos y las formas de ser del hombre.”3
Obviamente, la fotografía es también documento para la historia. Muchas veces calificado de sucesor del pintor, o acusado de haberlo desplazado, el fotógrafo capta a través de su lente el mundo que nos rodea, en condiciones y circunstancias particulares, las suyas.
El historiador moderno, se vuelve entonces cada vez más polivalente e incorpora todo tipo de testimonio, memoria y manifestación de los tiempos pretéritos. Son todas pruebas tangibles de la transmisión, de la continuidad y de la permanencia cambiante del entorno que construimos, en el cual dejamos huellas, signos, marcas, piedrecitas o hilos, para no perder el norte, para reencontrar el camino, prolongándolo, sin negar los orígenes ni permitir el olvido. Nada es para siempre, pero somo los mismos desde que apareció el ser humano. A pesar de los misterios indescifrados, de los hiatos sin resolver, de las piezas faltantes, seguimos entendiéndonos a través de los milenios transcurridos. Más allá de las palabras y de los idiomas, comunicamos por gestos, mímicas, bailes, cantos, ademanes, actitudes y leemos los signos, desciframos la semiótica corporal e interpretamos las imágenes transmitidas, las obras de arte.
En este contexto, la fotografía, reciente técnica de registro visual, es una herramienta preciosa y una aportación documental inmensa que ha provocado una transformación paulatina en nuestra percepción, en la conformación de nuestra memoria y en la formación de nuestra imagen.
Y tanto es así, que hoy podemos disfrutar de una de las muestras realizadas por la Fototeca de Zacatecas Pedro Valtierra del Instituto Zacatecano de Cultura “Ramón López Velarde”, prestada a la Unidad Académica de Estudios de las Humanidades de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Desde el 10 de octubre del 2018 y hasta finales de enero del 2019, disfrutamos, en la Galería de la UAEH-UAZ, de los resultados del Primer Concurso de Fotografía Antigua 2008 “Tiempo, memoria y plata”. Esta muestra nos permite deambular entre los testimonios de un Zacatecas remoto, empaparnos del estilo, la vestimenta, los usos y costumbres, las expresiones, las maneras, las situaciones, los paisajes, los decoros, las ciudades de antes, los municipios, la fauna y la flora, la tecnología, los acontecimientos y personajes, de la historia regional.
Cada día, colegas, estudiantes y visitantes, tenemos el placer de pasear entre la documentación, conservada y puesta en valor, de las familias zacatecanas de antaño y de hoy, entretejidas por el telar del tiempo. La exhibición induce diariamente reflexiones inesperadas, improbables, brinda inspiración encontrada en ancestros ajenos. Son indiscreciones y exhibiciones consentidas, recuerdos placenteros difundidos, dramas dolorosos divulgados, e indagaciones no programadas en la memoria visual zacatecana compartida.
“A la convocatoria acudieron 46 concursantes con un total de 415 piezas fotográficas en las categorías de arquitectura, actividades sociales, paisaje urbano o rural, retrato y vida cotidiana.”4
La exposición se compone de una selección de 50 fotografías. Es así como paseamos entre vistas de ciudades, retratos de ciudadanos, festejos, entierros, paisajes, escenas de vida cotidiana, tiendas, calles y plazas, monumentos y edificios. Podemos apreciar detalles de indumentaria, peinados, decoración interior, estilos de telones de fondo, situación socioeconómica, hábitos y rituales. La colección se ubica temporalmente entre 1883 y 1950, mientras geográficamente recorremos Chalchihuites, Concepción del Oro, Fresnillo, Jerez, Juchipila, Pinos, Sombrerete, Trancoso, Vetagrande, Villanueva y Zacatecas. Los coleccionistas que han participado con documentos fotográficos son Aidé Aréchiga Flores, Gilberto Becerra Silva, Martha Estela Bernal, Fidencio Berumen, Bertha Castañeda Peñaloza, Víctor Colunga, Guadalupe Dávalos Macías, Frida K. de la Torre López, Bernardo del Hoyo Calzada, Gerardo Samuel Fonseca Ocampo, Amalia García Juárez, Enrique García Muñoz, Amparo González González, María Luisa Jaquez, Catarino Martínez Díaz, José de Jesús Martínez Encina, J. Jesús Martínez Marín, María Elena Méndez Chávez, José Antonio Noyola Gurrola, Alejandro Olvera, José de Jesús Padilla Márquez, Rafael Pinedo Robles, Pablo Reyes Cordero, Jorge Iram Rivera Valdéz, Luis Fernando Sánchez Hernández y Astrid Varela de León. Los autores de las fotografías son en la mayoría anónimos, pero algunos han sido identificados. Se trata de Juan Barrón Soto, José Pérez Chávez y Jesús Pérez Saucedo, J. M. Muñiz, el abuelo de Gilberto Becerra Silva, Lauro de la Torre Berúmen, “Foto Jalapa” y el Estudio de Don Ricardo Sánchez Ortega, con la única obra que lleva un título artístico: “Amenaza en la mirada”.
Se agradece a todas y todos, no se imaginaron, probablemente, en el momento de presentar sus documentos fotográficos, hasta dónde podrían circular y conmocionar a desconocidos quienes, pasando por los lugares de exhibición descubren un rostro, una emoción, un recuerdo olvidado o un tema de estudio, ni cuánto aumentaron el capital de conocimiento sobre Zacatecas hasta límites insospechados. Este evento se realizó gracias a los auspicios y las gestiones de la Dra. Laura Gemma Flores García, Directora de la Unidad Académica de Estudios de las Humanidades de la UAZ, y del Mtro. Sergio Octavio Mayorga Magallanes, Subdirector de la Fototeca de Zacatecas “Pedro Valtierra”, activando el convenio de colaboración existente entre la Universidad Autónoma de Zacatecas y el Instituto Zacatecano de Cultura “Ramón López Velarde” para potenciar la cultura, oficializado desde 2011.
“Tiempo, Memoria y Plata retribuye las imágenes olvidadas y busca acercar el patrimonio fotográfico a sus habitantes, generando el interés por su conservación y difusión permanente en ésta y las sucesivas emisiones del concurso.”5