Por Carlos Ernesto Alvarado Márquez
La libertad de expresión es un derecho humano que no se suplica, se ejerce. Y sin embargo, en México, muchas veces se paga caro por usarlo. No lo digo yo —que soy solo un operador jurídico con hambre de justicia—, lo dice la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en una serie de criterios que deberían estar colgados en cada oficina pública y en cada redacción de periódico.
Según la SCJN cuando habla sobre libertad de expresión y periodismo, no se necesita un título de periodista para ejercer el periodismo. No hace falta estar en nómina de un medio. No se requiere permiso para informar. Y lo más importante, no se puede censurar a nadie por incomodar al poder.
Lo ha dicho la Corte con todas sus letras:
Y sin embargo, estamos en un país donde un estado como Chiapas tuvo la audacia de crear una ley que castigaba penalmente a quien divulgara información pública reservada, aun sin fines ilícitos. Es decir, si tú, ciudadano común, grababas una patrulla cometiendo un abuso y lo subías a redes, podrías ser considerado un delincuente. Por fortuna, la Corte declaró inconstitucional esa joyita jurídica… pero el hecho de que haya sido necesario invalidarla ya dice mucho.
Este tipo de normas no necesitan aplicarse para hacer daño. Su sola existencia produce lo que algunos estudiosos del derecho llaman una atmósfera de miedo, en la que la gente prefiere callar antes que arriesgarse a ser demandada, perseguida o investigada por atreverse a decir lo que piensa o mostrar lo que ve. Así se debilita la libertad, no con balazos, sino con leyes disfrazadas de buenas intenciones.
Porque no se trata solo de defender a periodistas. Se trata de defender a cualquier persona que decida ejercer su derecho a informar, a cuestionar, a incomodar. Desde un reportero hasta un estudiante, desde una activista hasta un padre de familia con un celular.
Moraleja: En México, la libertad de expresión tiene rango constitucional… pero a veces la tratan como si fuera una costumbre sospechosa. La protegen en los libros y la persiguen en las calles. Es como ese tío que en las fiestas dice que ama a los animales, pero le da de escobazos al perro.
Si no defendemos el derecho a decir lo que pensamos —aunque eso incomode— pronto viviremos en un país donde solo se puede hablar para aplaudir. Y ahí sí, ni la Corte nos va a alcanzar para escribir las sentencias que hagan falta.