Veinte años esperando la justicia…
Por Carlos Ernesto Alvarado Márquez
Cuando a Israel Vallarta lo detuvieron en 2005, el iPhone aún no existía, Calderón aun no era el enemigo público número uno y el INE se llamaba IFE. Han pasado veinte años y el país ha cambiado tanto que ya no hay gasolina barata, pero seguimos fabricando culpables en laboratorios de tortura. Porque lo que no cambia en México es el sistema, la justicia sigue siendo tan lenta como los lunes y tan cruel como una llamada de Hacienda en declaración anual.
La jueza Mariana Vieyra Valdés tuvo la osadía de hacer lo impensable; leer el expediente. Y no solo eso, también se atrevió a aplicar la Constitución y los tratados internacionales. Casi la linchan en la Suprema Corte de Facebook, esa que prefiere castigar con toga lo que no entiende con argumentos. Porque decir que hubo tortura, montaje, pruebas ilegales, testigos manipulados y un Ministerio Público con más creatividad que un guionista de Netflix… eso en México sigue siendo una blasfemia.
La sentencia es clara como un tequila derecho, a Israel lo torturaron, le inventaron pruebas, lo grabaron en televisión nacional como si fuera una estrella del narco show, y luego se olvidaron de él. No hay una sola prueba legal que justifique su condena, pero eso no detuvo al Estado. Al contrario, lo mantuvo en prisión preventiva, esa especie de infierno administrativo donde uno entra por sospecha y sale, si tiene suerte.
Pero lo mejor de todo no es que lo hayan detenido sin orden judicial, ni que la confesión se haya obtenido a golpes. No. Lo mejor es que el Ministerio Público todavía tuvo el descaro de llegar a juicio con su “parte informativo” bajo el brazo y decir con solemnidad de sacerdote en bautizo: “Su señoría, aquí están las pruebas”. Como si la verdad se pudiera imprimir en papel membretado y sin faltas de ortografía.
La jueza, con una paciencia digna de terapeuta de pareja en crisis, explicó lo obvio: no se puede juzgar con pruebas obtenidas bajo tortura, no se puede acusar con montajes televisivos, y no se puede condenar sin destruir la presunción de inocencia. Y, como si fuera necesario aclararlo, recordó que los derechos humanos no son un adorno para discursos del día del abogado, sino límites al poder.
Claro, esto siempre causa un escándalo… pero solo cuando la justicia funciona. En México, si un juez libera a alguien porque no hay pruebas o porque fue torturado, se convierte en enemigo público: “¡Cómo se atrevió!”, “¡Qué barbaridad!”, “¡Está vendido!”. Pero si ese mismo juez deja a alguien preso durante veinte años con pruebas ilegales y confesiones arrancadas a golpes, entonces todo está en orden. Silencio absoluto. Nadie se indigna. Aquí encarcelar es virtud y liberar, traición.
Porque en este país la justicia no debe ser justa, debe ser obediente. La indignación nacional es selectiva, solo se activa cuando nos dicen por televisión que hay que activarla. Y mientras no lo digan, nos parece perfectamente normal que alguien siga preso, aunque el expediente huela a montaje, tortura y fabricación. Así nos va, la justicia es ciega… pero sobre todo sorda, sumisa y miedosa.
Lo más siniestro, es que a nadie le escandaliza que alguien lleve veinte años preso sin sentencia. Pero sí les indigna que suelten a los que presenta FGR, por falta de pruebas. Es como si el país sufriera un síndrome de Estocolmo judicial, amamos tanto al verdugo que ya no sabemos vivir sin él.
En México, si te acusan, estás jodido; si te absuelven, escandalizas; y si te torturan, es tu palabra contra la de un parte informativo. Pero ánimo, el sistema funciona… solo hay que sobrevivirlo lo suficiente para verlo fracasar en vivo por Canal de las Estrellas, total, la gente hoy en día no muere por balazos, muere de paros cardiacos.
¿Te interesa conocer más casos donde la justicia llega tarde, mal y con pruebas ilegales? Sígueme en redes sociales como Carlos Alvarado, donde la verdad no se edita y el derecho no se arrodilla.